Hace tiempo que saltaron las señales de alarma. Que la cinematografía vive amenazada, secuestrada y condenada por las administraciones públicas es una realidad en España, pero también puede serlo en toda Europa. Al decir de Anson, el presidente "desprecia la cultura", y al decir de montoros y werts, los ministros estigmatizan a los cineastas, erosionan la relevancia social del creador. Nunca un Gobierno democrático en España ha actuado con tanta negligencia hacia el sector artístico y cultural, abandonando sus reponsabilidades como gestor público del patrimonio y del activo cultural del país, instrumentalizando y pervirtiendo su función social. Desprotegidos por el Estado, los trabajos dependientes de la "cultura", en cualquiera de sus ámbitos, se devalúan y desaparecen a una velocidad galopante, las condiciones salariales han entrado en un nivel de precarización intolerable, la actividad se marchita y pierde competitividad. La cultura se está convirtiendo en una ocupación de diletantes, y no de profesionales, algo que quizá algunas fuerzas ideológicas realmente desean.
Se impone una salvaje liberalización del sector cultural, en especial de la industria audiovisual, que abandonada a su suerte en la jungla plutocrática inevitablemente llevará a la destrucción no solo de puestos de trabajo, sino de la necesaria protección de una actividad que por definición no debe colocar el "rendimiento económico" en sus objetivos prioritarios, sino otro tipo de rendimientos más importantes (sociales, históricos, culturales), con crisis o sin ella. Un pueblo rico pero sin cultura es un pueblo minusválido. Pero un pueblo pobre y sin cultura (por no hablar de la investigación y el desarrollo científico, que también) hipoteca su futuro, su supervivencia, su proyección internacional. El próximo 13 de mayo, la Comisión Europea, bajo la dirección del comisario Karel de Gucht, podría incluir los servicios audiovisuales y cinematográficos como parte del borrador del mandato para las negociaciones comerciales entre Europa y Estados Unidos, que están previstos iniciarse a partir de junio.
¿Qué significa esto? Básicamente, que al igual que otras industrias, servicios e inversiones de carácter competitivo (cuya principal o única ambición es el rendimiento económico), se avanzará hacia una liberalización casi total de las relaciones comerciales entre ambos continentes, creando una zona de libre comercio sin reglas ni distinciones ni políticas de protección. Esto es, el cine europeo tendrá que competir en igualdad de condiciones frente al cine norteamericano. Y todos sabemos , hasta los que no quieran verlo, que lo de la "igualdad" es una gran mentira: solo con el presupuesto de la campaña promocional de una película norteamericana media se podrían producir varias películas europeas.
Si las negociaciones contemplan a la industria cinematográfica, las consecuencias inmediatas no pasan únicamente por la probable eliminación de las "ayudas" al audiovisual europeo -vehiculadas por organismos como Eurocinema, EuropaCinéma, EuropaDistribution, Eurupa International, la FIAD, la SAA, el UNIC, etc.-, que garantizan la diversidad cultural en Europa al no capitular frente a la "cultura" o el "entretenimiento" único, supuestamente rentable, sino de la virtual desaparición de la excepción cultural en Europa, que allanará todavía más el camino para la colonizacion cinematográfica norteamericana, qué duda cabe mucho más poderosa. Como si no les facilitáramos ya bastante su trabajo con el doblaje de las películas, con la importación masiva de sus modelos de cine (incluso del malo, del que ni siquiera quieren ellos), o con las vergonzosas compras de TVE, que limosnea al cine español y europeo mientras se gasta 800.000 euros (de nuestros impuestos) en la compra de derechos de emisión de un filme tan rematadamente malo como la versión de Ultimátum a la Tierra dirigida por Scott Derrikson (el pasado domingo).
Una amplia nómina de relevantes cineastas y profesionales de la industria del cine europeo -Michael Haneke, los hermanos Dardenne, Bertrand Tavernier, Thomas Vinterberg, Aki Kaurismäki, Costa Gavras, Michel Hazanavicius, Marco Bellochio, Béla Tarr, Paolo Sorrentino, Ken Loach…, etc.-, al que se suman voces internacionales como los de David Lynch y Walter Salles, y en la que no faltan por supuesto nombres españoles -Pedro Almodóvar, Pablo Berger, Montxo Armendáriz, Fernando Trueba, Enrique Urbizu, Ángeles González-Sinde, Fernando León, etc.- han reaccionado ante este posible atropello. En una carta que es también una petición de firmas de apoyo, recuerdan cómo el presidente protugués José Manuel Durão Barroso, el mismo que hoy preside la Comisión Europa, dijo en 2005 que "en una escala de valores la cultura va antes que la economía", aparte de mencionar su apoyo explícito al Programa MEDIA de ayudas europeas al audiovisual bajo el lema "Europa ama al cine".
Cito aquí un relevante fragmento de la carta: "Frente a los Estados Unidos donde la industria del entretenimiento es la segunda mayor fuente de las exportaciones, la liberalización del sector audiovisual y cinematográfico llevará a la destrucción de todo lo que hasta ahora había protegido, promovido y ayudado a desarrollar las culturas europeas. Esta política, junto con la concesión de ventajas fiscales excesivas a los campeones digitales estadounidenses, sorprendentemente parece como un deseo consciente de llevar a la cultura europea al borde del desastre".
El llamamiento que proponen va dirigido a todos los líderes de los gobiernos europeos, para que apoyen la exclusión del audiovisual de las negociaciones comerciales con Estados Unidos. Parafraseando a Anson, me temo que al presidente Rajoy todo esto "le entrará por una oreja y le saldrá por la otra, sin romperla ni mancharla".