El poeta acaba de publicar Antes del nombre (Tusquets).

Tras dos años de silencio, el poeta Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948) vuelve a retratar su presente en Antes del nombre (Tusquets), “una profundización y una esencialización en mi manera de mirar las cosas del mundo, siendo más consciente cada vez del misterio hermoso que significan”. A vueltas con la luz, la muerte y el amor, el poeta, que había recopilado sus versos en Las cosas que fueron (2004), y publicado después libros como La certeza (Tusquets, 2005), premio de la Crítica; Oír la luz (Tusquets, 2008) y Sueño del origen (Tusquets, 2011) ahora se retrata como alguien “absolutamente enamorado de la vida y que intenta decir su amor de la manera más hermosa, transparente y auténtica, además de con gratitud”. P.- ¿Qué ha pasado desde Las cosas como fueron (2004) hasta este Antes del nombre? R.- Han pasado cuatro libros más, que no es poco, pues esto supone casi la mitad de mi poesía. He tenido suerte y he escrito bastante en estos años. Sin que yo lo supiera del todo cuando se publicó, Las cosas como fueron cerraba toda una primera etapa de mi poesía que, según dicen, se caracteriza por su tono elegíaco. En los cuatro libros publicados desde entonces la vida me ha llevado por derroteros absolutamente inesperados y en mi poesía se ha producido no ya una simple evolución, sino una transformación completa, pues en estos libros nuevos predomina la rendida celebración del existir, y acaso un mayor despojamiento en lo que al lenguaje se refiere. Mi concepto del tiempo (y de ahí el cambio poético), no sé cómo, dio un giro muy importante en estos años. Creía antes en un tiempo lineal y troceado, con un ayer, un ahora y un mañana. En la actualidad siento que todo ocurre a la vez, en el fulgor de un instante único y para siempre. P.- ¿Cómo nació Antes del nombre, cuántos años le ocupó y qué supone en su trayectoria, en qué temas abunda? R.- Si tenemos en cuenta que se trata de un libro extenso -casi setenta poemas-, el tiempo en el que surgió es bastante breve: sólo dos años. Pero además no tengo en absoluto la sensación de haber trabajado mucho en él. El libro se hizo a sí mismo, como en un sueño mío, sin esfuerzo. Dentro de mi trayectoria significa, creo, una profundización y una esencialización en mi manera de mirar las cosas del mundo, siendo más consciente cada vez del misterio hermoso que significan. Los temas son variados, como la vida, que es de lo que yo trato de escribir. P.- Sobresale la importancia en sus poemas de la luz, el amor y la muerte... R.- La luz ha estado siempre muy presente en mis versos, incluso en los libros más elegíacos. Para mí es un emblema de la vida. Tenga en cuenta que yo soy un hombre del sureste, donde la luz es algo omnipresente y, de tan densa, casi mineral. En mi tierra se vive dentro de la luz. Resulta natural, pues, que yo no haya sido nunca un poeta oscuro. En cuanto al amor, en su acepción concreta y en la más universal, digamos que también es la luz; sólo habría sombras sin él. La muerte está asimismo presente en el libro, pero no como algo tétrico, sino como algo que forma parte de la gran aventura de vivir, un enigma. No hay nada más emocionante que un enigma: le da intensidad a la vida, nos mantiene en vilo. P.- ¿Con qué tradición poética se identifica? R.- Sólo conozco una tradición, la de la poesía del mundo, que no distingue entre épocas, lugares o lenguas. La poesía es una. La verdadera poesía equivale a vida, y la vida está en todas partes y es siempre la misma. Todo eso de las épocas, las escuelas e incluso las distintas lenguas no son más que pequeños accidentes o circunstancias que le ponen su sal y su gracia a la poesía. Desde que siendo muchacho descubrí y asumí mi vocación he tratado de conocer a fondo la tradición única de la poesía, y mi ilusión ha sido siempre sumarme a esa gran corriente de agua clara y destellante que viene de tan lejos. P.- “Y fui el que Eloy se llama”, canta en el poema inicial del libro... ¿Quién es en realidad, aquí y ahora, Eloy Sánchez Rosillo? R.- Pues vaya usted a saber. No tengo ni idea. Qué preguntitas se gasta, amiga. No sé. Me gustaría que se me pudiera definir como alguien absolutamente enamorado de la vida y que intenta decir su amor de la manera más hermosa, transparente y auténtica, además de con gratitud. P.- ¿Realmente se siente acosado por el fin (pienso en el verso “y llega el día con mi muerte al hombro”)? ¿Condiciona esa visión su poesía? R.- No me siento acosado por el fin porque no creo en el fin. Cómo se va a terminar el misterio que somos y que es todo, ¿qué misterio de pacotilla sería éste? El verso que me señala está en un poema que habla de un mal día, nada más. El que la vida sea tan hermosa no quiere decir que, como contraste, no tenga sus días malos, sus pesadillas. P.- ¿Cómo combate el poeta la extrañeza de existir, esa cierta mirada llena de "alegría y melancolía" al tiempo? R.- No la combato, pues pienso que extrañarse es el vivir mismo. La vida es una sucesión de asombros, y la poesía, un intento de expresarlos, de dejarlos dichos sobre el papel de la mejor manera. P.- Se dio a conocer con el premio Adonais en 1977: ¿cree que hoy los premios siguen cumpliendo esa labor descubridora? R.- Los más importantes, sí. Lo que ocurre es que los premios que cuentan hoy no son los mismos de hace treinta y cinco años. Los editores no son hermanitas de la caridad y a un poeta novel le resulta imposible publicar en una buena editorial si no presenta algún aval: un premio, un escándalo, o ser primo o muy amigo o amante de un editor de postín.

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