A diferencia de otras series que juegan al suspense, ocurre con Mad Men que después de ver un episodio no sentimos la necesidad de saltar automáticamente al siguiente. Ningún personaje ha quedado suspendido al borde de un precipicio, ninguna sorpresa de última hora ha modificado radicalmente el argumento, nada nos propulsa a averiguar inmediatamente qué va a suceder después... Más bien, ocurre lo contrario. La imagen funde a negro, desfilan los créditos, escuchamos un tema que, como ocurría en Los Soprano, suele acondicionar un estado del alma, un sentimiento que define con precisión el tono del episodio, nos invita a rebobinar en nuestra mente lo que hemos visto y sentido. Con frecuencia es en estos minutos de reflexión en los que reparamos en detalles que no habíamos advertido antes. Cuando Elvis Presley canta Hawaiian Wedding Song al final del capítulo doble que inaugura esta sexta temporada (The Doorway. Part I & Part II), captamos automáticamente la ironía y el desconcierto y la tristeza. El capítulo empezó en Hawai con Don Draper leyendo el Infierno de Dante, de viaje con su esposa Megan, y terminó dos horas después con Don en la cama de su vecina.



Algo similar podemos decir cuando escuchamos Just a Gigolo de Bing Crosby (6.3, The Collaborators) o Bonnie and Clyde de Serge Gainsbourg & Brigitte Bardot (6.4. To Have and to Hold, episodio que gira en torno al concepto del matrimonio, la amistad y el 'swinging' entre parejas), temas que además, como en este último caso, a veces funcionan como nota histórica, como si fueran la banda sonora que en los días en que transcurre el episodio bien podían escucharse con frecuencia en la radio (se escucha en el Electric Circus cuando Joan besa a Johnny). Sin duda, los temas musicales dispersados a lo largo de la serie, especialmente en los cierres de episodio, representan un momento trascendental en Mad Men. Tanto es así en la mente de sus responsables que ninguna otra serie se ha gastado tanto dinero en la cesión de permisos para reproducir un tema. En el episodio 5.8 (Lady Lazarus), coronado con el Tomorrow Never Knows de The Beatles, la AMC pagó la cifra récord de 250.000 dólares. Era la primera vez que una canción del cuarteto de Liverpool se escuchaba en una ficción televisiva. Por lo visto, Paul McCartney y Ringo Starr, fans de la serie, facilitaron las negociaciones con EMI.



El propio Matthew Weiner, creador de la serie, sostiene que los tiempos de Mad Men piden una dosificación. No tiene mucho sentido ver los capítulos en tandas consecutivas (al menos la primera vez), pues el espacio de una semana que separa un episodio del siguiente en su emisión televisiva no produce una espera "antinatural", como sin duda ocurría en series como 24, Lost o True Blood, basadas en la estrategia del cliff-hanger. El paso del tiempo, y las transformaciones que éste opera en los personajes, adquiere un peso dramático fundamental en el desarrollo de las tramas y sus alrededores. Y esos tiempos conviene administrarlos en la misma medida en que se hacen tan elocuentes los silencios de los personajes. El de Don Draper en el capítulo de arranque citado es especialmente llamativo. Un silencio que se hace notar, que se remarca en cada escena, y que contrasta con la supuesta felicidad de una pareja en un supuesto paraíso en un supuesto periodo de felicidad en sus vidas. Sobre los dramas y los personajes de Mad Men, lo sabemos, gravitan constantemente las presunciones y los supuestos. Todos buscan la felicidad y todos enmascaran su tristeza. Los silencios esconden secretos.



Los primeros capítulos suelen ofrecer varias claves sobre el desarrollo de cada temporada. En ésta, parece que Draper va a recuperar el protagonismo y que su pasado oculto de algún modo volverá a la superficie. Quizá la gran cuestión del tramo final de Mad Men pasa por dilucidar si aún es posible que Draper encuentre su redención. A medida que hemos ido conociendo las máscaras y ambiciones de cada personaje, a medida que nos han ido revelando el verdadero "yo" de cada uno, la serie se ha ido abriendo hacia un protagonismo colectivo que, en la pasada temporada, alcanzó un equilibrio extraordinario, como si la máquina estuviera perfectamente engrasada y los sucesos, como la vida, avanzaran casi por inercia. Llega un momento en el que ritmo y tono se confunden, pasan a ser la misma cosa, y no logramos discernir si es el tono el que impone el ritmo o al contrario, o si los personajes vienen determinados por su contexto o es más bien el entorno el que decide por los personajes. El capítulo 6.5, en torno al asesinato de Martin Luther King (que tanto recuerda al del asesinato de JFK, con su estrategia de mantener el acontecimiento fuera de plano para centrarse en la reacción social a través de los dramas individuales), refleja perfectamente esta relación de dependencia entre el texto y el contexto. Es tal la compenetración y el equilibrio alcanzado entre todos los departamentos creativos de la serie, que cada capítulo funciona casi como una canción perfecta, donde música y letra (y sus silencios) son inseparables.