No soy muy aficionado a la ópera. Y sin embargo si pienso en un acontecimiento cultural veraniego que se me haya grabado es ese: una visita a la ópera de Sidney. Estaba en Australia por unas conferencias y me había acompañado Renate, mi mujer. Para mí era verano porque era julio y yo venía de España, pero allí era invierno, un invierno soleado y plácido. Las bodas de Fígaro. Mozart. Era el cumpleaños de Renate y le regalé una entrada para la ópera, y yo la acompañaba. Me hacía ilusión entrar en ese edificio que uno ha visto tantas veces en fotos, como la torre Eiffel, como el Empire State, como las pirámides mayas. Esas curvas acabadas en pico que rasgan el cielo, sobre el borde del mar, en lo alto de una escalinata, el templo de alguna civilización extraterrestre. La representación nos entusiasmó: divertida, desvergonzada, sensual. Cuando salimos era de noche, contemplamos aún el edificio iluminado, ese molusco mutante. Luego bebimos en una terraza. La brisa del mar era suave. La música aún resuena en nuestras cabezas. Las imágenes, el juego amoroso. Es eso, a veces, la felicidad.




Poeta, narrador, ensayista, y dramaturgo, José Ovejero (Madrid, 1958) ha vivido la mayor parte del tiempo fuera de España. De hecho, tras pasar una larga etapa en Alemania, vive desde 1988 en Bruselas, donde trabajó hasta 2011 como intérprete. Galardonado con los premios Entre los premios que ha obtenido destacan el Primavera en 2005 por 'Las vidas ajenas'; el Grandes Viajeros en 1988 por 'China para hipocondriacos', el Anagrama de Ensayo por 'La ética de la crueldad', en 2012, y este mismo años, el Alfaguara con 'La invención del amor'.



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