Mi primer verano solo y lejos de casa: Londres, a comienzos de los 60, con Félix de Azúa como única compañía, y dinero sólo para el ferry y el tren de regreso. The Beatles eran mi primer objetivo y la primera chica con la que bailé en un bottle party me habló de los Rolling, que aún no habían grabado un solo disco. Ver los primeros Bacon de mi vida en la Marlborough me dejó turulato. Escuchar en The Royal Albert Hall una versión inolvidable de Música para cuerda, percusión y celesta de Bartok, me regaló la que sería mi canción del verano para ese año y para toda la vida. La National Gallery con los Piero, Tiziano y autorretratos de Rembrandt, y la vieja Tate con sus pop británicos y algunos inmensos Miró y Rothko quedaron inscritos en mi retina para siempre. Pero lo que me hizo llorar de emoción fue pasar un sábado junto a una biblioteca pública de barrio y ver la cola de pensionistas y jóvenes entremezclados, esperando su turno para devolver los cinco libros leídos esa semana y tomar prestados cinco más para la siguiente. ¡Aquel gentío demostraba que no era imposible generalizar la auténtica pasión lectora!




Enrique Murillo (Barcelona, 1944) ha ejercido de cocinero, periodista cultural en Tele/Exprés y El País, entrevistador y articulista de ocasión en toda clase de publicaciones, director de la edición española de Playboy y atrevido traductor (Vladimir Nabokov, entre otros; Martin Amis también; e incluso Truman Capote y Henry James). Pero sobre todo ha encontrado refugio laboral en el mundo de la edición. A ratos libres acomete obras de ficción de naturaleza no menos variada: 'El secreto del arte' (Anagrama, 1984); 'El centro del mundo' (Anagrama, 1988); 'Qué nos pasa' (Destino, 2003).



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