Durante mis primeros once o doce años de vida, los veranos fueron de una sagrada e impoluta naturaleza salvaje. Estaban consagrados a las únicas actividades que pueden exigir para sí la verdadera consideración de veraniegas. Perdía el tiempo -esa magnitud plomiza que tanto valoraban por entonces los adultos-, junto a los amigos de mi pandilla, con irresponsabilidad de dilapidadores magnates cronológicos. Nos bañábamos en las piscinas de los compinches que tenían piscina, o en las piscinas públicas, que nos gustaban menos, porque en ellas -como es fama- se meaba la gente. Íbamos en bicicleta a todas partes, bajo el sol caimán, construíamos cabañas en lo alto de los algarrobos y cazábamos alacranes y lagartijas para practicar disecciones aleatorias. Pero, sobre todo, jugábamos al fútbol. En realidad, el resto de nuestras actividades representaban entretenimientos menores mientras llegaba el momento de jugar al fútbol. El fútbol -con la magia redonda, simple y suficiente del balón, con la alegría pura y ecuménica de los goles- era la forma más perfecta de la felicidad.
Un verano -¿tendría trece, catorce años?- descubrí por casa un mamotreto de finales del XVIII en la biblioteca de mi padre. Era una edición del Quijote con ilustraciones de Gustavo Doré, encuadernada en piel y con los lomos recubiertos de oro. Me propuse la hazaña de leer el libro, creo que por su grosor, y descubrí, nada menos, que el Quijote. Durante muchos años, cada verano, leí el mismo volumen, y después distintas ediciones críticas: la de Martí de Riquer, la de Avalle-Arce, la de Clemecín, la de Gaos, la de Rico. Algo había que hacer, mientras llegaba la hora de horas: el momento de calzarme las botas de fútbol y empezar el partido.
Poeta, narrador y ensayista, Carlos Marzal (Valencia, 1961), publicó su primer libro, 'El último de la fiesta', en 1987, y cuatro años más tarde, 'La vida de frontera' (1991), pero se dio a conocer con 'Metales pesados' (2001), que obtuvo los premios Nacional de Poesía y de la Crítica. En 2003 conquistó el premio Antonio Machado de Poesía y en 2004 el Loewe por su obra 'Fuera de mí'. Debutó en la narrativa con la novela 'Los reinos de la casualidad' (Tusquets, 2005), considerada como la mejor novela del año por los críticos de El Cultural. Marzal ha reunido sus escritos teóricos en 'Poesía a contratiempo' (2002), sus aforismos en 'Electrones' (2007), y sus apuntes sobre arte en 'El cuaderno del polizón' (2007).
Un verano -¿tendría trece, catorce años?- descubrí por casa un mamotreto de finales del XVIII en la biblioteca de mi padre. Era una edición del Quijote con ilustraciones de Gustavo Doré, encuadernada en piel y con los lomos recubiertos de oro. Me propuse la hazaña de leer el libro, creo que por su grosor, y descubrí, nada menos, que el Quijote. Durante muchos años, cada verano, leí el mismo volumen, y después distintas ediciones críticas: la de Martí de Riquer, la de Avalle-Arce, la de Clemecín, la de Gaos, la de Rico. Algo había que hacer, mientras llegaba la hora de horas: el momento de calzarme las botas de fútbol y empezar el partido.
Poeta, narrador y ensayista, Carlos Marzal (Valencia, 1961), publicó su primer libro, 'El último de la fiesta', en 1987, y cuatro años más tarde, 'La vida de frontera' (1991), pero se dio a conocer con 'Metales pesados' (2001), que obtuvo los premios Nacional de Poesía y de la Crítica. En 2003 conquistó el premio Antonio Machado de Poesía y en 2004 el Loewe por su obra 'Fuera de mí'. Debutó en la narrativa con la novela 'Los reinos de la casualidad' (Tusquets, 2005), considerada como la mejor novela del año por los críticos de El Cultural. Marzal ha reunido sus escritos teóricos en 'Poesía a contratiempo' (2002), sus aforismos en 'Electrones' (2007), y sus apuntes sobre arte en 'El cuaderno del polizón' (2007).