Juan Diego Botto, nuevo director de la Sala Mirador. Su obra Un trozo invisible de este mundo se estrena en el Lliure. Foto: El Mundo
El actor dirigirá desde esta temporada la programación de la Sala Mirador. Además, su obra 'Un trozo invisible de este mundo' se estrena en el Lliure
P.- Le une a la sala que ahora va a dirigir un antiguo vínculo personal, la vecina escuela de actores de su madre, Cristina Rota.
R.- Así es, empecé en la sala cuando la escuela de teatro se trasladó ahí. Entonces teníamos una compañía, Nuevo Repertorio, y convivimos durante cuatro años. Luego aquello terminó y yo me fui distanciando, aunque tenía una relación natural de pasarme por allí, de acudir a la escuela...
P.- ¿Por qué regresar ahora y como jefazo?
R.- Tomé la decisión al calor de la enorme actividad teatral que está produciéndose en Madrid. Me dieron muchas ganas de estar de este otro lado, me parecía un buen momento y un buen lugar, con este patio, con esas casi 160 butacas... Pensé que una sala así no podía estar al margen de lo que está pasando.
P.- Y va a darle personalidad propia, una identidad muy clara.
R.- Sí, llego con entusiasmo, con mucha gente involucrada y con un proyecto definido para este momento teatral apasionante. Es importante que el espectador sea consciente de esa personalidad propia que tiene que ver un cariz social importante, en el sentido de abrir las puertas del teatro a la calle. Si hay un momento para el teatro social es este, y queremos hacerlo con ese espíritu de Mayo del 68 que decía que si el parlamento se hacía teatro, el teatro debía convertirse en parlamento. La frase es muy pertinente por todo lo que estamos viendo, esa cosa vacua de nuestro Parlamento, esa teatralidad, esa suma de soliloquios en la que no se produce el diálogo. Se trata, como decía Lorca, de buscar un espacio donde dialogar con risa o con llanto.
P.- ¿Esa vuelta al teatro social ha ido a más los últimos meses?
R.- Sí, cada vez hay más, es inevitable. Los jóvenes dramaturgos hablan de lo que tienen a su alrededor, uno no puede evitarlo. Si en los 80 hablabas de la Movida lo normal es que hoy mencionemos a nuestro amigo desahuciado, a nuestra hermana en el paro... En esta línea se mueve uno de los espectáculos con el que abrimos la temporada, El rey tuerto, una comedia de dos parejas que quedan para cenar. Uno de ellos tiene el ojo morado y se descubre que ha sido por una pelota de goma. Y el otro es moso de escuadra...
P.- ¿Se conforma con dar otros puntos de vista o aspira a la acción del público una vez abandone la sala?
R.- Las ambiciones de lo que logremos producir son mesuradas. No creo que vayamos a cambiar el mundo pero sí dejaremos planteadas cuestiones, dudas, lugares desde los que uno no había mirado. Además de teatro, habrá humor, como el de los miembros de la revista Mongolia, danza, un espacio para la poesía por el que pasarán Sabina, Benjamín Prado, Luis García Montero...
P.- ¿Qué tal van de presupuestos?
R.- Uy, no existe tal cosa, vamos fatal. Esto es un poco de guerrilla, esperando que la gente venga para poder pagar a los que vienen. Ya no contamos con ayudas públicas, esto es tirar para adelante y esperar que las cosas salgan bien. Ahora ya no pegamos carteles, pero confías en que las redes funcionen. Sacaremos de donde podamos y tenemos el apoyo de la escuela, de la que somos vecinos y que nos ayuda arrancar.
P.- Todo esto coincide con el estreno en Barcelona de Un trozo invisible de este mundo. La pieza que usted escribe y protagoniza ha hecho una buena temporada. ¿Feliz?
R.- Ha ido mucho mejor de lo que podría esperar. Pensé que funcionaría en Madrid pero nunca que tuviera gira, porque surgió como algo muy urgente. No imaginé el éxito del público ni las buenas críticas. Lo del día 12 en el Lliure es un premio extra, porque ha sido mi referente teatral, la vanguardia del teatro en nuestro país.
P.- Además de la temporada teatral arranca la temporada política... con más madera, más papeles y mensajes y titulares que vienen cantando que hay 31 parados menos. ¿Cómo lo ve?
R.- Muy mal. El panorama es desolador, tenemos un menos cien en cuanto a transparencia. No importa la dimensión de los escándalos porque parece que nada es suficiente para generar una dimisión. Me da la sensación de que hasta que la responsabilidad penal no actúe, la responsabilidad política no contará, da igual los errores que cometan. En cuanto a honestidad democrática, al parecer no importa que se incumpla el 90 por ciento del programa elegido, el contrato no se rescinde jamás. Y en lo económico inauguramos el curso con más recortes, como el de las pensiones, a las que van a desvincular del IPC. Eso como último regalo. Y el gran acto de heroísmo son esos 31 parados menos...