Gonzalo Torné. Foto: Antonio Moreno.
Acaba de publicar 'Divorcio en el aire', su tercera novela
Pregunta.- ¿En qué medida Divorcio en el aire es continuación de Hilos de sangre?
Respuesta.- En varios aspectos. Un personaje secundario de Hilos de sangre es ahora el protagonista de Divorcio en el aire. Allí era un contrapunto cómico a los dramas del resto de personajes. Aquí muestro cómo alguien de buena familia y posición social no tiene por qué poseer una formación de altura y una formación moral estructurada. Además, sigo profundizando en mi retrato de la burguesía barcelonesa y continúo mi reflexión sobre la gestión del pasado, antes de una manera colectiva y ahora a título individual.
P.- ¿Por qué sentía que Joan-Marc pedía más cancha?
R.- Lo escribí pensando que era un tipo despreciable y para mi sorpresa cayó muy bien, sobre todo a las lectoras. No creo que sea un absoluto inepto como narrador. Mi teoría para este fenómeno es que los personajes que más nos interesan en la ficción son con los que no conviviríamos. Al fin y al cabo su intensidad apenas dura unas 300 páginas. No se prolonga toda una vida. Y sus actos no tienen consecuencias reales. Quise además escribirlo en primera persona, para que tuviese la oportunidad de justificarse.
P.- En ese retrato de la sociedad barcelonesa utiliza una etiqueta curiosa: Ensanche superstar.
R.- Bueno, en realidad no hay un referente real que responda a ese concepto. El narrador intenta provocar todo el tiempo para encontrar una reacción en su pareja. Lo que quería era sacar a relucir los muchos prejuicios sociales y culturales existentes en las relaciones entre Madrid y Barcelona. O de Barcelona con ciudades más pequeñas como Zaragoza. Y también dentro de la propia Barcelona. Me interesaba retratar las perspectivas de todas esas personas marcadas por los prejuicios absorbidos en Wikipedia, Discovery Channel... y todos esos referentes cotidianos para la gran mayoría.
P.- Pone también el dedo en la llaga de la llamada crisis de los 40. ¿Diría que Divorcio en el aire es una novela generacional?
R.- Sí, pero con trampa: no utilizo elementos biográficos. A mí me quedan tres años para llegar. Digamos que lo que he hecho es una escenificación. Y no hablo tanto de esta crisis. Lo que me importaba era reflejar el impacto del paso del tiempo y el divorcio con la vida que provoca. Es decir, cómo nos vamos separando y dejando atrás parejas, trabajos, amigos...
P.- ¿Lo ha hecho como un ejercicio de proyección de un horizonte que pretende eludir? Casi todos esos cuarentones andan descarriados y arrastrando un profundo sentimiento de fracaso.
R.- No, no... Yo la verdad es que me siento muy energético, capaz de enterrar a mi generación y a la siguiente (Risas).
P.- ¿Lo de construir un personaje despreciable (misógino, egoísta, perezoso...) es más estimulante?
R.- Es que en la anterior los dos protagonistas eran todo lo contrario. Lo que me motivaba aquí era levantarlo en primera persona. Que sea despreciable no me resulta ni especialmente estimulante ni difícil. Lo importante es que sea él, auténtico en toda su complejidad. Por eso la primera persona, para que se explique por sí mismo, y sea más rico en matices.
P.- Y lo elegir contar la historia a través de un hombre que hace una crónica de su fracaso de su matrimonio a una pareja posterior... ¿A qué se debe?
R.- Es una curiosa forma de mantener al lector dentro y fuera de lo narrado. Lo que se cuenta no está dirigido a él. Es una especie de voyeur. La intencionalidad del discurso cambia. Y el lector siempre está alerta para detectar si el personaje miente, tergiversa la realidad, adopta una pose, o está siendo sincero... Aquí hay que tener presente que Joan-Marc hace una crónica de una relación previa para retener a su actual pareja. Es decir, con una estrategia y un objetivo.
P.- ¿Es el matrimonio una institución en el aire?
R.- R.- Yo no soy un escritor-predicador. No tengo una tesis y no he escrito la novela para defenderla. No lo sé. Mi novela va más por el lado del divorcio con la vida que provoca el tiempo.