Alonso Cueto
Considerado uno de los mejores narradores hispanoamericanos, Alonso Cueto (Perú, 1954) obtuvo en 2005 el premio Herralde por La hora azul.
Desde niño aprendí a decir 'calato' por desnudo, 'cancha' por campo de fútbol y 'chingana' por bar. Estas palabras de origen quechua forman parte del castellano tanto como las que vienen del inglés: 'chip', 'mouse' y 'OK'. Son palabras castellanas ahora pues se han incorporado a la gramática, que es el corazón estructural de un idioma. Mientras la gramática no cambie, seguiremos siendo hispanohablantes, no importa qué frutas y hojas adornen el árbol. Una historia que he repetido muchas veces, inspirada por José Emilio Pacheco, dice que un peruano llega a un hotel en Madrid, entra a su pieza y llama a la recepción. Cuando el recepcionista español contesta, el peruano empieza diciendo 'Disculpe' (algo que no haría ni un español ni un argentino), para luego soltarle esta frase: "El caño de la tina se me ha malogrado así que le ruego me envíe a un gasfitero para que lo arregle." En una versión antigua de la historia el recepcionista no entiende cinco palabras de la frase. El peruano debía haber dicho. "El grifo de la bañera se ha estropeado así que llame al fontanero para que lo repare." En una versión moderna de esta misma historia, en cambio, el recepcionista madrileño es capaz de entenderlo.
La razón es que el español muestra cuánto nos hemos acercado latinoamericanos y españoles. La literatura, la televisión, el cine, han sido los motores de ese acercamiento. Hoy en América Latina ya entendemos que 'culebrones' son telenovelas, que 'coche' es automóvil y que las mútiples palabras que se aplican a los actos sexuales y al sexo (las que más sinónimos tienen en cualquier lengua, por algún motivo conocido) son propiedad común. El español es la lengua romance que más se parece al latín en el sentido en que mantuvo las vocales abiertas de la pronunciación original. El corazón también, joder.