Rosenquist: President Elect, 1960
La relación de los Kennedy con el arte es recíproca. Jackie tenía predilección por el europeo, especialmente por Van Gogh y Monet, y John amaba el arte estadounidense. También ellos fueron preferencia para algunos artistas pop, sobre todo Warhol, quien les recreó desde el fin del mandato de él al 'nuevo' de ella. Mientras, la Mona Lisa observaba en silencio, recién llegada a Washington.
Andy Warhol se encontraba solo -extraño porque no le gustaba estar solo- en su estudio de la calle 47 de Nueva York. Estaba pintando, sí, todavía pintaba, mientras escuchaba la radio. Era una costumbre, incluso encendía la televisión cuando trabajaba, necesitaba saturarse de información, tenía que anular sus sentidos para poder ser una máquina. Él mismo recuerda esa tarde de noviembre en Popism, una de su particulares autobiografías: "Cuando dispararon al presidente Kennedy oía las noticias [...] No me equivoqué en una sola pincelada. Quería saber qué estaba pasando ahí fuera, esa fue mi reacción. [...] Me había alegrado mucho cuando salió como presidente -era joven, guapo, listo...- pero no me molestó tanto que muriera. Lo que me molestó fue el modo en el que la televisión y la radio estaban programando a todo el mundo para que se sintiera tan triste. No importaba cuánto lo intentases, no podías librarte".
Kennedy había sido el primer presidente de los Estados Unidos televisivo, a pesar de Eisenhower, su antecesor en el cargo, que no era ni joven ni guapo, y su asesinato y lo que le siguió fue una de las primeras grandes noticias que se emitieron en todo el mundo casi en tiempo real. Algunos fragmentos de la película que Abraham Zapruder, había grabado de la comitiva como un ciudadano curioso más de los que habían acudido a ver al presidente, no dejaron de repetirse en todos los canales. Kennedy moría una y otra vez ante los ojos de todos, aún hoy sigue haciéndolo. Harto y puede que buscando crear otras imágenes, Warhol, como un nuevo Zapruder, rodó Since en 1966, que reconstruía, paródico, el crimen: "Since the assasination..." ("Desde el asesinato...") se había convertido en una frase hecha que parecía marcar un límite, el final de una era. La muerte de Kennedy a balazos y en un coche en marcha era una muerte moderna, como la ha calificado Estrella de Diego, quizás la más moderna porque estaba escenificada para una cámara que no se sabía allí.
La película doméstica era el único registro cinematográfico que en ese momento había salido a la luz, incluso fue utilizado como prueba en la Comisión Warren que fue la encargada de investigar el magnicidio. El cineasta Bruce Conner se apropió de estos fotogramas para hacer REPORT, casi contemporánea de la película de Warhol, que era una reflexión sobre el modo en el que los medios de comunicación tratan la violencia, un trauma concreto sirvió para evidenciar una tendencia general. Apenas una década después, cuando la teoría de la conspiración se estaba haciendo aún más fuerte, el colectivo Ant Farm produjo en vídeo una nueva versión del suceso, The Frame (1975), mucho más campy incluso que el Since de Warhol, que funcionaba como un documental en el que realidad y ficción se confundían para poner en cuestión el modo en el que registros como los de Zapruder se consideraban "testimonios" verdaderos.
Al asesinato, le siguieron la capilla ardiente y el entierro, ocupando durante días las pantallas, aunque aquí la protagonista fue ella, Jackie, que se había quitado el traje rosa salpicado de granate y ahora vestía de riguroso negro. Su rostro entristecido se convirtió en el símbolo del dolor de los Estados Unidos, era el emblema perfecto del luto de toda una nación, como supo ver Elliott Erwitt en esa famosa fotografía en la que aparece velada, rodeada de militares y sosteniendo entre sus brazos las barras y estrellas en el funeral de su marido. Un símbolo que perduró porque a Jackie la perseguía la tragedia. "La muerte en la vida de Jackie de nuevo: ¡Dios, nunca más!", pedía un titular años más tarde, cuando su cuñado Robert fue asesinado. Una mueca de dolor en su rostro que se repetía también en las serigrafías de Warhol: una, dos, y hasta ocho veces. Warhol hizo que ella misma se acompañase en el duelo, o que se enfrentase con su cara sonriente, como siempre lo estaba Kennedy, en un perverso antes y después que se multiplicaba. Treinta son mejor que una, parecía decir, igual que las giocondas que reprodujo cuando el cuadro de Leonardo llegó a Washington en el que fue el acontecimiento artístico más importante del gobierno de ese presidente al que la muerte le impidió ver completado su proyecto del National Edowment for the Arts. La repetición hacía que no existiese un original, ¿cuál podía ser? Él y ella, Jack y Jackie, como la Mona Lisa, eran sólo imagen, habían perdido el cuerpo.
Y este perder el cuerpo, fascinó también a otros artistas de los que se han llamado pop, si es que hubo arte pop, como James Rosenquist, que utilizó uno de los carteles de la campaña de Kennedy en President Elect (1960, 63-4) porque le interesaban aquellos "que se anunciaban a sí mismos". Sujeto, objeto e imagen se confundían. Las personas también se consumían en una extraña ceremonia caníbal, como ocurría con el pedazo de tarta y la gasolina del Chevrolet que acompañan al futuro presidente en el cuadro de Rosenquist porque eran sus promesas, esas que quedaron olvidadas "desde el asesinato". Lyndon Johnson, su sucesor, tampoco era ni joven ni guapo; lo demostró Jim Dine en el retrato en drag que le hizo junto a Mao de 1967.
Si había muerte moderna, también tenía que haber vida moderna -coches y supermercados, televisores y naves espaciales, radios y secadores-, aunque los colores brillantes de esos primeros años 60-amarillos oxigenados, rojos carmín, azul piscina y verde plástico-, se oscurecieron con el gris de la explosión de una bomba atómica -la energía de la que se habían apoderado los expresionistas abstractos de la generación anterior y que ahora tanto les enfadaba- en el gran mural, F111, que Rosenquist pintó dos años más tarde.
Mala suerte, se decía que había tenido el presidente. Mala suerte la que tuvo Robert Rauschenberg cuando se decidió a introducir un retrato de Kennedy en las serigrafías que empezó a producir en el verano de 1963 con recortes de revistas y periódicos. Todas las imágenes estaban homologadas, daba igual la de un astronauta en paracaídas que la de unos globos flotando, la de Kennedy señalando con un dedo igual que el Tío Sam que la de una mujer desnuda caminando. Tenían el mismo valor, aunque la historia, esa que ahora es una película, se encargara de desmentirlo y Rauschenberg se viera obligado a evitar incluir a Kennedy en las impresiones que hizo "desde el asesinato" porque su imagen estaba demasiado connotada. Algunas imágenes, incluso las repetidas, valen mucho más que mil palabras, parecería.