Como continuación del post de la semana pasada, en el que hablaba de las “ilusiones” seriófilas de 2013, amplío aquí el balance del año con algunos comentarios sobre las “desilusiones” y sus porqués. Van también una propina (o indecisión) y una coda final.

 Juego de tronos (3ª temporada)

Escribí mi parecer sobre la tercera temporada de Juego de tronos y aunque no fue una gran decepción, sí me dio la sensación de que la serie había entrado en modo automático. Esto no me había ocurrido con las dos primeras temporadas. Quizá es que el hechizo inicial de una teleficción realmente dispuesta a resquebrajar algunas nociones narrativas comunes (como la abrupta desaparición de personajes protagónicos) ya ha perdido su encantamiento. Es evidente que la serie pide más horas para abarcar todo lo que ambiciona y con la profundidad épica que promete. En todo caso, la estructura repetitiva en el diseño de las temporadas (reservar toda la munición para el episodio 9) ha vuelto a funcionar con eficacia.

Treme (4ª temporada)

Más que una desilusión, una derrota. Quizá la HBO tendría que haberle dado más tiempo a esta hermosa serie de David Simon, la compleja menta detrás de The Wire. No es forma de terminarla: una cuarta temporada de apenas cinco capítulos. Un final precipitado, que inyecta algo de esperanza y hace recapitulación de los personajes (con muerte incluida). En todo caso, quedará como una serie muy especial, como el registro de las mejores grabaciones de música popular que se han visto en una teleficción, como una genuina y necesaria reivindicación cultural y política, que a pesar del formato “parque turístico” que adoptó en su tramo final, supo capturar como nunca la magia de Nueva Orleans.

Master of Sex (1ª temporada)

Me gustaría celebrar esta serie. El tema, el período en que transcurre, los personajes son campo abonado para el lucimiento creativo. Y eso a pesar de su frontal (imposible) desafío a Mad Men. Tiene la capacidad de tocar el corazón dramático de la realidad histórica que nos presenta a través de algo parecido a la comedia. Quizá es en su propia asunción de que el pueblo americano ha perdido la inocencia respecto al sexo en donde la serie peca por sí misma de inocencia. A pesar de los fascinantes ingredientes que maneja, al final de su aproximación antropológica a los mecanismos del sexo acaba fotocopiando sin trascenderlos los melodramas de manual de Douglas Sirk. Como si no hubiera mediado más de medio siglo desde entonces. Una oportunidad perdida para expandir la tradición subvirtiéndola.

The Walking Dead (4ª temporada)

Si aquí es donde el señor Kirkman quería llegar, aquí hemos llegado con cierto esfuerzo. Sobre todo en esta cuarta temporada, que insiste en las mismas ideas. La batalla por la supervivencia ya no se sostiene en los fundamentos éticos de una nueva civilización, sino en la pura barbarie, el miedo y la enfermedad. Los momentos de exposición empiezan a aburrir en espera de alguna matanza sangrienta, pero ni siquiera las secuencias de acción provocan la intranquilidad de antes. Ni el regreso del “Gobernador” ni las desapariciones de personajes de peso me convencen. Lo cierto es que sigo viendo esta serie por pura inercia, y porque queramos o no ha logrado atrapar el espíritu de nuestros tiempos de resistencia zombificada, pero todo Apocalipsis también se enfrenta a su final, y ahora que el grupo se ha separado,  quizá ha llegando la hora de dar un verdadero vuelco al drama.

True Blood (6ª temporada)

¿Y qué hago ya en la sexta temporada de True Blood? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La serie puede continuar ad infinitum bajo la premisa de que los muertos nunca mueren de verdad, de que en Bellefleur habitan más criaturas fantásticas que en la mente de George Lucas y que Sookie seguirá confundiendo el deseo sexual con los reveses del amor. Hay tantas líneas narrativas en marcha que prácticamente ninguna puede desarrollarse ni concentrar la atención necesaria del espectador. La metáfora de los vampiros perseguidos como judíos en esta temporada es tan excesiva como divertida. El ritmo es frenético, el humor va mejorando, las explosiones gore también son divertidas, el diseño soft porn siempre se agradece, aunque los personajes ya están agotados de ser una cosa en una temporada y la contraria en la siguiente. True Blood da vueltas sobre sí misma, y esta temporada ya la hemos sentido mucho más formularia que las anteriores. Falta carne fresca.

Homeland (3ª temporada)

Si se hubiera quedado en la primera temporada, el fuerte valor metafórico en torno a la paranoia antiterrorista norteamericana y su extraordinario desarrollo hubieran bastado para inscribir a Homeland en el olimpo de la Tercera Edad de Oro de la teleficción. Pero su éxito probablemente la ha conducido al cadalso. Tanto han querido rizar el rizo rizomático, tanto se ha forzado la suspensión de la credibilidad, tanto se le ven las costuras a su construcción dramática, tan repetitivo su contenido, que en esta tercera (y prescindible) temporada ha entregado sus episodios más descabellados y previsibles. No es de extrañar que la serie haya tenido que resetearse a sí misma. Habrá cuarta sin Brody (y sin su familia, afortunadamente), pero no creo que yo esté ahí para verla.

The Newsroom (2ª temporada)

Le hinqué el diente a la segunda temporada por defecto profesional, pues su año de debut despertó en mí más decepciones que otra cosa. Ha ido de mal en peor. Mientras que el análisis del oficio del informador sigue respondiendo a la ciencia-ficción o a la estéril utopía (esta vez con un escándalo internacional relacionado con el gas sarín), las relaciones humanas entre los personajes, a veces verdaderas caricaturas de lo que es un “animal de redacción” (sirva la quinta temporada de The Wire como modelo a superar), y con un happy end tan meloso como innecesario, carece de emoción alguna. Me cansé de todo y de todos. Hasta de Olivia Munn.

Girls (2ª temporada)

Todo el protagonismo perdido por Adam, el mejor personaje de la serie (el chico en una serie de chicas), lo ha ocupado el cada vez mayor y más irritante egocentrismo de Lena Dunham. No le basta con producir, escribir, dirigir, protagonizar y exhibir sus neurosis y prietas carnes en el papel de Hannah, sino que su “firma” debe hacerse valer en cada plano. Los momentos de genuino talento –como el realismo desacomplejado y cuasi grotesco con que trata el sexo– siguen ahí (sobre todo en los tres últimos capítulos, muy buenos), pero la serie se pone muy cuesta arriba en los populosos momentos de esta segunda temporada en que hace todos los esfuerzos posibles por ser indie, hipster y friki al mismo tiempo, hasta rozar la inconsciente caricatura.   De propina: ni una desilusión ni todo lo contrario, pura indecisión:

House of Cards (1ª temporada)

Sentimientos encontrados y por lo tanto indecisos. Por un lado, el mérito de su brillante guion, una solidez dramática en un juego de maquinaciones políticas que revelan a esta pionera producción al amparo de Netflix como una de las series más inteligentes nacidas en 2013. Por otro, aparte de su modelo de emisión (con acceso a todos los capítulos de la temporada al mismo tiempo, rompiendo la imposición serial de la espera) no ofreció nada realmente nuevo (y no solo por tratarse de un remake de la original mini-serie británica) y dependía en exceso de su actor protagonista, un inconmensurable Kevin Spacey. Quizá es que esperábamos más de David Fincher, productor y director del piloto, o quizá es que los procedurals en despachos políticos ya empiezan a cansar con sus lugares comunes. Veré la segunda temporada. Aunque sea por Spacey.   CODA Y aquí van tres listados que también entrarían dentro de mis visionados 2013. En el primero, doy cuenta de mis visionados “incompletos”, esto es, series que he empezado a ver y que he abandonado a mitad de camino (o muy al principio) por puro desinterés o por simple inapetencia. El segundo corresponde a mis “revisiones”, es decir, las series que he vuelto a ver por diversas circunstancias, y que he disfrutado de nuevo descubriendo aspectos que en un primer visionado pasaron desapercibidos. El tercer listado es el de las necesarias “actualizaciones”, o sea, esas series que forman parte del pasado pero que hasta ahora desconocía, y que en algunos casos arrojan cierta luz sobre la creación contemporánea.   “Incompletos” (series que empecé y no terminé) Falling Skies (3ª temporada) Hell On Wheels (2ª temporada) Episodes (Temporadas 1 y 2) Sherlock (2ª temporada) The Killing (3ª temporada) Misfits (5ª temporada)   “Revisiones” (series que volví a ver): Los Soprano (5ª y 6ª temporadas) The Wire (1-5 temporadas) Louie (1-3 temporadas) El show de Larry David (7ª y 8ª temporadas) Berlin Alexanderplatz The Shield (1ª temporada) Deadwood (capítulos sueltos)   “Actualizaciones” (series con las que saldo cuentas pendientes): The Practice (1997-2004) Oz (1997-2003) House of Cards (1990, mini-serie británica)