Roger Wolfe publica Luz en la arena.
El escritor presenta esta tarde su primer volumen de memorias, 'Luz en la arena', en la librería La Central de Callao, en Madrid.
P.- El título del libro es muy sugerente. ¿Cuáles son los sentimientos y sensaciones más fuertes asociados a sus recuerdos de infancia?
R.- Precisamente la luz, por eso figura en el título. Resume muy bien lo que fue mi infancia. En cuanto a la felicidad, uno no es consciente de ella cuando la vive, y menos cuando se es niño.
P.- Dice que siempre tuvo homesickness o morriña de Inglaterra, aunque vino a vivir a España con su familia con sólo cuatro años.
R.- Es algo que me persiguió durante toda la infancia. Toda mi sangre y mi herencia son inglesas, supongo que mis genes tiraban de mí. Además mi familia era un microcosmos británico implantado en el levante español, aunque yo iba al colegio y mis amigos eran españoles. Aquí mis padres nos dieron a mí y a mis hermanos la mejor infancia posible, una mucho más silvestre de la que podría haber tenido en Inglaterra.
P.- El libro destila un humor que recuerda al Guillermo Brown de Richmal Crompton.
R.- Guillermo era uno de mis héroes. Con diez u once años me leí todos los libros de la serie, en una edición de los años 30 que tenía mi padre, la de las fantásticas ilustraciones de Thomas Henry. Siempre fui muy guillermiano.
P.- ¿Cómo trataban las autoridades de la época a los británicos y otros europeos que vivían en nuestras costas como los pintorescos personajes que pueblan Luz en la arena?
R.- A mi familia y a mí siempre nos trataron bien, aunque era una odisea en aquella época todo el papeleo necesario para tener permiso de residencia y de trabajo. Había muchos menos extranjeros que ahora, los locales nos veían como algo insólito. Poco a poco fue creciendo el número de expatriados británicos en España, pero en realidad es algo que se remonta a la época de Hemingway e incluso antes, la de los viajeros del siglo XIX. El sur, el Mediterráneo, España, Grecia, Italia... siempre han ejercido una atracción poderosa en el Norte.
P.- Dice que ha tardado muchos años en terminar el libro, con prolongados parones en medio.
R.- Esto es el primer volumen de unas memorias noveladas que llevan por título Las cosas que un hombre ha hecho. Es una saga que he tenido en mente desde hace 15 años. Empecé este libro en 2003, pero he tenido que ganarme la vida con otros trabajos alimenticios. Lo retomé años después y el grueso lo escribí entre 2009 y 2011 a base de levantarme a las 5 de la mañana. Siempre sigo el consejo de Hemingway de que no hay que escribir más de una hora u hora y media al día. He intentado corregir lo menos posible y dejar que fluyera el río de la memoria.
P.- ¿Y cómo opera su memoria?
R.- La química de la memoria es casi mágica. Había muchas cosas que yo no sabía que recordaba, pero te pones a escribir y es como si tiraras de un hilo, te acuden a la cabeza un sinfín de recuerdos que estaban en tu memoria pasiva.
P.- El libro termina al acabar la educación básica. ¿Qué viene después?
R.- En el siguiente volumen vendría mi adolescencia y mi primera juventud, que se corresponde con el final del franquismo y la Transición. Tengo muchísimo que contar... Creo que tengo para cuatro libros más. El modelo de memorias noveladas en el que me inspiro, salvando las distancias, por supuesto, es En busca del tiempo perdido, de Proust.
P.- ¿Cómo se convirtió el español en su lengua literaria?
R.- De una forma natural y espontánea. Vivo aquí desde los cuatro años, he estudiado y he crecido aquí. Como mi literatura habla de la vida y de lo que me rodea, lo lógico era escribir en español.
P.- ¿Y en qué idioma piensa?
R.- En los dos, tengo la suerte de ser totalmente bilingüe. Hablo mucho conmigo mismo en voz alta, y lo hago en español y en inglés. Como decía Antonio Machado, quien habla solo espera hablar con Dios algún día...
P.- Eso le ha permitido absorber lo mejor de la tradición literaria anglosajona y de la hispana.
R.- Me han influido mucho los anglosajones y, de los hispanos, sobre todo los clásicos. He tomado mucho de aquí y de allá, también de los franceses y de los alemanes.
P.- Cultiva muchos géneros y suele dinamitar las fronteras entre todos ellos.
R.- Los géneros, sin duda, existen, pero son un sistema de clasificación científico del arte y la literatura. Unos cajones necesarios para aclararnos, pero al mismo tiempo se funden entre sí, el afán artístico explota y fluye siguiendo un recorrido que no se puede encajar en un género u otro.
P.- ¿Es eso que usted llama "escritura total"?
R.- Sí, me gusta mucho el término wagneriano gesamtkunstwerk, la fusión de todas las artes en una obra de arte total, la expresión conjunta de todos los afanes que uno lleva dentro. Ahora me estoy empezando a dedicar a la música gracias a Miguel Marcos y La Bizarrería. Era una frustración que tenía dentro desde siempre. No tengo conocimientos técnicos de música, pero ha sido casi más importante que la literatura en mi vida.
P.- Los chicos de La Bizarrería me dijeron que lo están convirtiendo en un crooner, más allá de la spoken word que usted suele practicar.
R.- Sí, Miguel Marcos es como un chamán. Me estoy convirtiendo en cantante gracias a él. En noviembre hicimos mi primer concierto en el club El perro de la parte de atrás del coche, en Madrid, y tenemos ya diez temas para hacer un disco. Ahora estamos recaudando fondos para poder hacerlo. No son tiempos buenos, pero nunca lo son. ¡El momento hay que crearlo, cazarlo al vuelo!