Vicente Molina Foix. Foto: Asís G. Ayerbe.
El escritor rememora, tres décadas después, su relación sentimental con Luis Cremades en El invitado amargo, escrito por ambos. Hoy lo presentan en la librería La Central de Callao, en Madrid.
Pregunta.- Después de tantos años, ¿cómo surgió la idea de escribir este libro sobre la relación que mantuvo con Luis Cremades a principios de los 80?
Respuesta.- Tras un robo en mi casa, me encontré las cartas que guardaba tiradas por el suelo, y entre ellas estaban las de Luis. Al releerlas surgió en mí la voluntad de reconstruir nuestra relación en términos literarios y le propuse hacer el libro.
P.- ¿Cómo se escribe un libro de amor y desamor a cuatro manos? Como ha señalado la crítica, es algo bastante novedoso.
R.- Sí, según dicen no se ha hecho nunca. En ese sentido, rompe moldes. No está escrito a cuatro manos, sino a dos manos dos veces. No he visto a Luis hasta hace dos semanas, cuando hicimos la primera presentación del libro en Barcelona. El procedimiento de escritura consistió en que yo hacía un capítulo y él el siguiente, y de este modo nos íbamos turnando.
P.- ¿Cómo es su relación ahora? ¿Han retomado la amistad?
R.- Por mi parte, dejando aparte los sentimientos de aquella época, me he reencontrado con una persona inteligente con la que me entiendo muy bien, a la que admiraba entonces y a la que admiro ahora. Creo que seguiremos siendo amigos. Como escritor, ha hecho un trabajo magnífico en este libro y creo que a partir de este libro dejará de estar tan retirado del oficio.
P.- En el libro lamenta que la sociedad biempensante vea con malos ojos las relaciones sentimentales maestro-alumno. ¿La suya con Cremades lo fue?
R.- Sí, era algo inevitable, ya que el cumplió 19 años al poco de conocerle y yo tenía ya 35. Aunque era mucho más joven, me llamaba la atención por su cultura y por tener ya a su edad una cabeza pensante que me despertaba verdadera curiosidad. Por otra parte, las relaciones entre maestros y discípulos es un tema que me obsesiona y que he tratado en otros libros de manera ficticia, como en Los padres viudos. A mí siempre me ha gustado más el papel de alumno, muchas veces sin relación amorosa de por medio. La relación de aprendiz es de las más enriquecedoras y, diría más, la condición en la que se basa la cultura.
P.- Los celos son quizá el tema principal del libro y, a través de un verso de Shakespeare, le dan título. Son una "huella de una pisada que viene de fuera, del campo embarrado de la sospecha, y esa mancha queda en el suelo del cuarto del amor". ¿Esa marca es indeleble una vez que aparece en una relación amorosa?
R.- Cada uno reacciona de distinta manera, según la pareja se lleva mejor o peor. Yo creo que, una vez que aparecen, los celos dejan una semilla y el fantasma de un tercero termina quebrando la convivencia. En nuestro caso, los celos cristalizaron como ruptura al cabo del tiempo.
P.- Cremades se refiere al Vicente Molina Foix de entonces como un poeta "más técnico que vital, más virtuoso que emocional". ¿Se reconoce en su análisis?
R.- Me veo reconocido como el poeta que era entonces. Yo había publicado muy poco, solo los poemas de la antología de los novísimos de Castellets y alguna otra. Desde entonces, como todos los escritores, he experimentado una evolución que también se ha notado en mis novelas. Yo estaba influido entonces por la vanguardia francesa y latinoamericana del momento, y tenía odios poéticos que luego se han convertido en amores. En suma, esa evolución ha sido un proceso natural de clarificación, de ver las cosas con menos opacidad, pero sin renunciar a un armazón literario que dé sustento a las obras.
P.- Cita un verso de Pessoa: "Todas las cartas de amor son ridículas". ¿Fue lo que pensó al reencontrarse con las cartas de Luis?
R.- No, me vino a la cabeza cuando estaba escribiendo el libro. Cuando releí sus cartas, no sentí que fueran ridículas. Lo de Pessoa era irónico, porque después de ese verso acaba diciendo que sólo el que no ha escrito una carta de amor es ridículo. Yo soy un gran enamorado del género epistolar. Algunas cartas de amor son de los textos más bellos de la literatura. Es cierto que tienen un elemento ridículo de exposición. Todo El invitado amargo podría ser ridículo en el sentido de que expone de manera descarnada todo lo que tienen que contar sus autores. Es un libro de autorrevelación, porque da salida a los sentimientos guardados.
P.- A través del libro podemos conocer mucho del mundillo literario madrileño de los 80 y de su "crónica rosa". Aparecen Fernando Savater, Javier Marías, Leopoldo Alas, un furibundo Francisco Umbral que le hacía llamadas anónimas por haberle "robado" a su chica, y un Luis Antonio de Villena que, a pesar de haber elogiado el libro, desmiente lo que Cremades cuenta de su relación con él...
R.- Villena tiene todo su derecho a puntualizar lo que cuenta Luis. Por otra parte, en una reseña muy positiva del libro, el crítico [Santos Sanz Villanueva, en El Cultural] utiliza la expresión "ajuste de cuentas" con Umbral, pero no es así. El único ajuste de cuentas lo hemos hecho los autores entre nosotros. Los demás son personajes circunstanciales del libro. En el caso de Umbral es lo contrario a un ajuste de cuentas. Le concedo importancia porque yo, que no era un amante celoso entonces, vi muy de cerca las cosas inverosímiles que es capaz de hacer una persona cuando se pone en marcha la poderosa maquinaria de los celos.