Escribo esto cuando restan dos episodios para el final de la serie más importante de los últimos años. Sí, esta vez es de verdad, es una serie histórica: True Detective. El último golpe en la mesa de la HBO.

Justo cuando lo necesitaba, cuando AMC se le había subido a la chepa quizá algo más de la cuenta (Mad Men, Breaking Bad), el canal de pago que prendió la chispa de la revolución televisiva a principios de siglo y, es justo decirlo, definió sus parámetros y paradigmas (Oz, Los Soprano, A dos metros bajo tierra, The Wire…), vuelve a hacer historia llevando la teleficción a zonas inexploradas.

No es una serie al uso. Para empezar, es una miniserie. Ocho capítulos, que se traducen más bien en una película de ocho horas, si bien respetando la naturaleza serial del cliffhanger. Esta serie no se ha cocinado en un writer’s room, es decir, una sala de guionistas. Solo tiene un guionista, el propio creador de la serie, Nic Pizzolatto, un joven novelista con alma vieja. Y tampoco hay una nómina de directores. También solo uno: Cary Fukunaga, el director de los largometrajes Sin nombre (2009) y de la última adaptación cinematográfica de Jane Eyre (2011). Esto permite que tono y forma, estilo y estética de la serie, tengan una unidad prácticamente sin precedentes en la teleficción de la HBO. Entre los hallazgos de realización de True Detective, visualmente cinematográfica, nos sorprende al final del cuarto episodio un impresionante plano secuencia de seis minutos durante la refriega de un tiroteo. Para entonces, es imposible no rendirse a la calidad y el flujo hipnótico de la serie, que transcurre en el marco noir del gótico sureño de Estados Unidos.

Otra de las rarezas de True Detective es que será una “serie de antología”, es decir,que cada temporada tendrá nuevos persanajes y nueva trama, práctica que viene desarrollando con inteligencia American Horror Story en tres temporadas, y que además de evitar que una serie se alargue innecesariamente al dictado de las audiencias, también rompe con la fantasía de cualquier cadena televisiva: mantener en el aire la serie durante el mayor tiempo posible para que los personajes crezcan al tiempo que los espectadores van conectando con ellos. Con los detectives Rust y Marty (nada menos que Matthew McCounaghey y Woody Harrelson), la conexión no es solo inmediata, sino que la química entre ambos es absolutamente explosiva. Al final del sexto capítulo, en una secuencia memorable, Rust Cohle se ha transformado delante de los ojos del espectador en un personaje legendario. El propio McConaughey escribió un mail pidiendo interpretar a Rust porque le parecía “un personaje genuinamente original”.

Pero todo esto, para cualquiera que no haya vivido en un búnker en las últimas semanas, ya es de sobra conocido. El presidente Barack Obama ha pedido a la HBO que le adelanten todos los capítulos de la serie en proyección privada (y también la cuarta temporada de Juego de tronos, que se estrena en abril), y la unanimidad crítica que ha generado desde su estreno (que convocó a más de dos millones de espectadores) no ha cesado semana tras semana.

No es que el mundo seriófilo necesitara otra serie negra de género detectivesco, otra investigación de horribles crímenes relacionados con el satanismo, el misticismo y la pedofilia, pero sí necesitaba algo como True Detective. Los ecos con otras ficciones y hasta documentales son múltiples (de Twin Peaks a Sospechosos habituales, de Paradise Lost a Zodiac), pero la mitología de la serie va mucho más allá de las convenciones del género, que permite a la serie jugar con conceptos más amplios y hasta con las expectativas del televidente. Varios artículos en prensa internacional y ciberblogs han desentrañado en las últimas semanas las tripas intelectuales y culturales de True Detective, que se apoya en múltiples referencias. Dispongo aquí una serie de enlaces de los múltiples flancos desde los que se ha analizado la serie, y que dan una idea de la riqueza interpretativa y la simbología que atraviesa la serie.

El contenido musical, desde la propia sintonía de la intro (el tema Far From Any Roadde The Handsome Family), a cargo de T-Bone Burnett, evoca constantemente la atmósfera del gótico americano, los sonidos folk y country (Lucinda Williams, Steve Earle, Townes Van Zandt…), la base de blues y cierta simbología macabra, como pactos con el diablo (Kris Kristofferson y su Beat the Devil, el debut discográfico de The Black Angels, pero también las leyendas satánicas alrededor de Hank Williams, Robert Johnson y John Lee Hooker), todo para acompañar el tono nihilista de True Detective, la cultura del white trash y los parajes de desolación. En el site motherjones el propio T Bone Burnett explica cómo escogió la música y en Los Angeles Times encontramos una playlist.

El gran caldo de cultivo mitológico de True Detective se sustenta en sus amplias referencias literarias y filosóficas, con el relato corto The King Yellow (“El rey de amarillo”) a la cabeza. Escrito por Robert W. Chambers y publicado en 1895, es una de las claves de la oscuridad y el misterio que habita en el corazón de la serie. De ahí al horror cósmico de H. P. Lovecraft hay solo un paso, como a Ambrose Bierce o a Liard Barron, así como a los principios vertebrales de los filósofos Nietzsche, Ligotti o Cioran (citado en los oscuros monólogos de Rust), como encontramos en la lista de lectura elaborada por el site buzzfeed.com, y también en la “loca mitología” que reseña thinkprogress.org en este interesante artículo. En un texto del Courier Journal el propio Pizzolatto escribía hace años, cuando acababa de publicar su novela Galveston(situada en el mundo criminal de Louisiana, como la serie), sobre las grandes influencias literarias y cinematográficas en su vida: de los cómics de Alan Moore a las películas de Jean-Pierre Melville, pasando por Stephen King y William Faulkner. Todo eso está, de algún modo, en True Detective. El culto a la serie, que ya se compara con Twin Peaks, parece sobradamente justificado.

De los numerosos textos que han ido publicándose en las últimas semanas en relación a True Detective, me parece de especial interés el análisis microscópico que Art of the Title hace del diseño de la poderosa intro de la serie. Con la idea de evocar ese “lugar que es como la memoria de alguien, una memoria que se va desvaneciendo”, el director creativo Patrick Clair detalla la creación de los títulos de crédito, desarrollados con tecnología de posproducción digital. Visualmente, se inspiraron en la doble exposición fotográfica, tanto en retratos fragmentados de los protagonistas como de los paisajes por los que transitan, de manera que, como la serie, la personalidad de los personajes se revela mediante los espacios que atraviesan, que les devoran. De las muestras de trabajo se desprende cómo, de modo muy sorprendente, por ejemplo, la imagen de unas nalgas femeninas apoyadas en unos zapatos con pinchos metálicos se generó íntegramente por ordenador, sin una referencia carnal de origen.

El trabajo de reconstrucción y restauración digital de la serie es muy sutil, y se antoja que también necesario y eficaz. No solo para rejuvenecer los rostros de los actores, pues la trama va dando saltos temporales a lo largo de 17 años, sino para hacer posible algunos de los momentos más misteriosos y mágicos de True Detective, como ese momento en el que, bajo el escrutinio de Rust, una bandada de pájaros forma en el cielo el mismo signo elíptico tatuado en las víctimas del asesino en serie al que los detectives tratan de dar caza. Una muestra más de la inquietante atmósfera, casi como un aire irrespirable, que se va adueñando de las imágenes.

Por el modo en que la acción de True Detective transcurre en un “entonces” y en un “ahora”, de tal modo que la trama es al mismo tiempo inmediata y legendaria, la serie de Pizzolatto emerge como el equivalente televisivodel flujo narrativo de Zodiac. Un flujo en el que diera la sensación de que todo ya ha sucedido pero también está sucediendo. El filme de David Fincher, que cristaliza en uno de los grandes desafíos narrativos del cine contemporáneo, es esa película que como escribió Kent Jones “te hace sentir como si estuvieras atrapado en un archivador”, en la que cualquier expectativa en torno a los relatos prolongados en el tiempo sobre la búsqueda de asesinos en serie quedan aniquiladas o “deformadas hasta volverse irreconocibles”. De esa ambición, de esa intensidad, también está hecha True Detective, que parece determinada a abrir una brecha en el género negro de la teleficción para marcar un antes y un después. Quizá, al igual que en Zodiac, donde la verdad tiene múltiples rostros y las mentiras no son trampas argumentales sino imposibilidades en el rocoso camino de la investigación, el caso quedará irresoluble, a pesar de que todas las evidencias estén en la pantalla.

Al final de su espeluznante relato, quizá no será la serie sobre un asesino en serie, sino sobre la imposibilidad de atraparlo, de apresar el Mal en estado puro, de comprenderlo. Una serie también sobre el significado de la integridad humana, sobre el agotamiento y la destrucción a las que conduce la persecución de fantasmas. La certeza metafísica no existe, nos decía Zodiac, porque la realidad alberga varias dimensiones. El ser humano es un error, una anomalía de la evolución que nunca tuvo que haberse producido, nos dice Rust, pero True Detective tiene todo el aspecto de significar un paso más en la cadena evolutiva de la teleficción.