Colita.
La fotógrafa inaugura este lunes su exposición retrospectiva 'Colita porque sí' en La Pedrera
Se enamoró de la fotografía al conocer, a los 18 años y tras haber pasado un curso en París, estudiando en La Sorbona Arte y Civilización francesa, a los fotógrafos Oriol Maspons, Julio Ubiña y Xavier Miserachs, sus maestros. Y así, de golpe y porrazo, decidió que quería ser fotógrafa, desafiando con firmeza la voluntad paterna que anhelaba para su hija, nacida en una familia burguesa y educada en las monjas del Sagrado Corazón, un porvenir más clásico y menos bohemio. Pero ella se atrincheró y pasó un año trabajando de ayudante con Miserachs, junto al que lo aprendió todo sobre la marcha: revelado, selección de material, archivo y no sé cuántas cosas más.
Pregunta.- ¿La fotografía es una manera de vivir?
Respuesta.- Pues sí, y yo además tuve la inmensa suerte de poder hacer lo que quise en un momento en que había pocos fotógrafos y mucho por hacer. Me lo he pasado muy bien, he dejado testimonio de hechos y personajes históricos, que es lo que más me ha interesado, y siempre he vivido de mi trabajo. Pero si naciera ahora no me dedicaría a esto ni loca. Cuando vienen a verme fotógrafos jóvenes les digo que se busquen un trabajo para ganarse la vida y dejen la fotografía para sus ratos libres, porque esto se ha convertido en un mundillo muy difícil.
P.- Cuando ve su obra colgada, como ahora en esta exposición retrospectiva ¿qué piensa?
R.- Uffff... la veo y me agoto solo de verla, porque he trabajado mucho en mis cincuenta años de carrera. Y lo mismo me ocurre cuando me pongo frente a mi archivo, me quedo exhausta al ver lo que he hecho.
Diada, 11 de septiembre de 1978
R.- Más o menos... Mi lenguaje era otro. Yo me crié con el analógico y esa ha sido mi manera de expresarme. Es más cálido y directo, más auténtico. El digital es más frío y más distante, pero los tiempos cambian y hay que adaptarse. Además, la imagen sigue siendo la imagen y ahí está. Aprendí a usar photoshop, a hacer montajes y a manejarme con todo lo relacionado con el mundo digital y ahora trabajo con una cámara pequeñita, que no pesa nada, como la que llevan los turistas japoneses que inundan las calles de Barcelona. Y con ella salgo cada mañana a fotografiar lo que veo y lo que me divierte.
P.- ¿Cuál ha sido su fuerte?
R.- El reportaje social, porque creo que los fotógrafos tenemos la obligación de contar lo que vemos y dejar constancia de ello. Yo he tenido la inmensa suerte de haber vivido momentos trascendentales de la historia de nuestro país, y he dejado los deberes hechos a mi manera. Nunca he sido una fotógrafa trascendente.
P.- ¿Y sus referencias?
R.- Soy muy clásica. Admiro a Catalá-Roca, Maspons, Miserachs, Cartier-Bresson, Avedon, Brassai, Doisneau y tantos otros... Y actualmente sigo a muchos que me interesan, como Chema Madoz, Cristina García-Rodero, Piedad Isla, Ouka Lele y muchos más.
El mundo de los gitanos, el flamenco, la transición, los camerinos de los teatros, los rodajes de películas, los albores del movimiento feminista, la vida en su querida Barcelona y retratos, muchos retratos de actores, políticos, escritores y gente de la cultura en general. Todo ello constituye la columna vertebral sobre la que se ha erigido la obra de esta fotógrafa vitalista y feliz que ahora inaugura una retrospectiva en la que se muestran más de un centenar de sus imágenes. La recopilación de una mirada cargada de humor y de ternura por la que ha recibido infinidad de premios (Medalla de Oro al Mérito Artístico, Creu de Sant Jordi, Premio Primero de Mayo Joan Raventós, Premio de Comunicación No Sexista entre otros) y desde la que revisa los últimos cincuenta años de historia.
Jorge Herralde con "sus secretarias" Coral Majó y Anna Bohigas, 1970
R.- Para mí no lo ha sido, porque yo tengo la gran suerte de que me encanta la gente y me comunico muy bien. En el retrato es indispensable ganarse la confianza del retratado. Y cuando eso no ocurre has de tirar de tu profesionalidad y disparar con reflejos para conseguir una buena imagen, aunque sea distante y sin implicación emocional. Eso me ha ocurrido más de una vez y siempre con políticos.
P.- ¿Qué sesiones recuerda como más emocionantes?
R.- Sin duda la que le hice a Orson Welles. Lo conocí en 1965, cuando vino a España a rodar Campanadas a medianoche. Yo estaba haciendo un reportaje sobre el rodaje para la revista Fotogramas y me dedicó media hora para que le hiciera unos retratos. Era un hombre de un magnetismo brutal, entraba en una habitación y la llenaba al instante. Estaba muy gordo pero a pesar de ello era tremendamente sexy.
Orson Welles. Cardona, Barcelona, 1964.
R.- Sí, me encantan esas dos fotografías, les tengo un gran cariño además. Jaime fue uno de mis grandes amigos, y lo echo de menos a diario. Era un hombre hermoso y con una inteligencia extraordinaria.
Gabriel García Márquez, Barcelona, 1969.
R.- Yo lo llamaría el "momento preciso". Y se da cuando todo confluye de una manera redonda y global. Estás en medio de una sesión y de repente, con una gran fugacidad, se da la luz perfecta y el personaje está relajado, entregado a la cámara. Y notas que ya tienes la foto que buscabas.
P.- ¿La nostalgia es un error?
R.- La nostalgia está ahí, porque cuando tienes una edad has sufrido ya pérdidas muy importantes y eso deja una huella imborrable. Yo a los 35 años ya no tenía padres, de manera que mi verdadera familia han sido mis amigos. Y he perdido a muchos de ellos. Eso es una mochila que siempre se lleva encima.
P.- ¿Ser mujer fue una ventaja cuando empezó a trabajar?
R.- Sin duda. Yo era muy mona y muy graciosa y me metía a todo el mundo en el bolsillo, de manera que tenía acceso a todo.
P.- ¿Está de vuelta de algo?
R.- En realidad de nada, pero lo que más me interesa ahora es preservar el legado de mis amigos desaparecidos, por eso impulso y colaboro con exposiciones que ayuden a mantener viva su memoria.