El Cultural

¡Vuelve Louie!

25 marzo, 2014 14:09

En mayo regresa la sitcom más revolucionaria. Después de un parón de casi dos años, el cómico Louis C. K. estrena la cuarta temporada de Louie, una serie que escribe, dirige, protagoniza, produce y edita. En este post se narra el recorrido que ha emprendido la serie desde Seinfeld al universo de David Lynch, acompañando el texto de un video-ensayo de cosecha propia con los momentos más “lynchianos” de las tres temporadas. Una vez que Louie ha entrado en el territorio de la abstracción, la gran pregunta es: ¿adónde nos llevará ahora?

La larga, larguísima espera se termina. El 5 de mayo arranca la cuarta temporada de Louie, después del parón de 19 meses. El cómico pidió a la cadena FX un tiempo de espera y reflexión para poder regresar con mejores capítulos… y concentrarse en su carrera de actor, dando vida a secundarios de Blue Jasmine, de Woody Allen, y de La gran estafa americana, de David O. Russell. Pero los 14 episodios de la nueva y esperadísima temporada de Louie ya están hechos, y se emitirán en formato doble cada semana, a lo largo de siete semanas, para terminar el 16 de junio.

Ya he comentado en alguna ocasión que, de todas las series que en los últimos años me han interesado, la que más fascinación y placeres (y culto) me ha dispensado es la ‘sitcom’ Louie. Autorretrato y mascarada del cómico Louis C.K., es probablemente lo mejor que le ha pasado a la teleficción norteamericana (y a la televisión en general) en los últimos tiempos. A lo largo de tres temporadas, de 2010 a 2012, Louie se ofreció desde la pequeña pantalla como el gran masturbador de nuestros tiempos, el cuarentón en crisis que se encuentra a sí mismo en las estupefacciones onanistas de la contradicción, el padre divorciado que bien con (muchas) palabras o sin ellas atrapa en su rutina la enfermiza conciencia de un mundo dispuesto a degradar nuestras expectativas.

Louie arrancaba allí donde lo habían dejado Seinfield y Larry David, y que junto a otros cómicos de la nada (o del todo) han convertido el formato ‘sitcom’ en la ventana desde la que asomarnos a nuestra insoportable levedad, precisamente para hacerla soportable. Y en ese camino sinuoso, repleto de callejones sin salida y desvíos nunca anunciados, capaz de aunar lo vulgar y lo poético, lo grotesco y lo bello, Louis C.K. transita por espacios insospechados en una ‘sitcom’. Louie es el hombre que encontró el zen en el corazón del frenopático neoyorquino, un cómico que atrapó el sueño americano desbancando a David Letterman, un artista que hizo convivir a David Lynch con Rocky Balboa.

El humor de Louie es orgánico. Te sorprende y te golpea. A su modo, seguramente sin pretenderlo, radiografía el humor del tercer milenio, el que en su intento de descifrar la complejidad de nuestro mundo quiere generar más extrañeza que hilaridad, más incomodidad que empatía, más estupefacción que placer. Louie encuentra su equilibrio precisamente en la creación de profundos desequilibrios, de radicales cambios de tono. Y además, desde su conciencia autocrítica y su dimensión metadiscursiva (un cómico que cuestiona a lo largo de la serie los propios mecanismos de su oficio), hace desfilar a toda una serie de humoristas por Louie, de Ricky Gervais a, cómo no, Jerry Seinfeild, pasando por Chris Rock, Jay Leno o Sarah Silverman.

Lynch intervino en los últimos episodios de la tercera temporada en la piel de Jack Dahl, una especie de instructor de Louie cuando le ofrecen el sillón de Letterman en uno de los night shows más vistos y legendarios de la televisión estadounidense. “Si alguien te dice que le guardes un secreto, es que ese secreto es una mentira”, le previene Lynch, con cuyo mundo creativo guarda estrechas relaciones la serie de Louis C. K. Relaciones superficiales al principio, profundas y sorprendentes al final. Pudimos ver a dos poetas de la fragmentación frente a frente, que no se dan la mano quizá por miedo a disolverse en el espacio de su intersección creativa: Louie + Lynch = Louynch.

A continuación podéis ver un vídeo-ensayo de cosecha propia en el que trato de establecer esas relaciones (con su correspondiente explicación):

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Lynch, walk with me

La estructura dual de los episodios remite al modo en que el espectador debe recomponer (y desbloquear) las dos partes bien diferenciadas de películas comoMullholand Drive o Inland Empire. El sentido poético se alimenta de contrastes, de rimar y hacer convivir lo bello y lo siniestro, de estructuras asimétricas y versos libres. La identidad se torna ambigua, mutante, espectral, con personajes desdoblados o suplantados o directamente inverosímiles (su exmujer, su madre, su hermano y sus hermanas, el representante…), proponiendo la desaparición de identidades que conservan su centro pero emiten contornos borrosos. Una serie no solo falocentrista, sino centrífuga. Una serie donde las fricciones entre el sonido y la imagen se empapan de sentido, de un humor que nace en la palabra tumultuosa y acaba en el silencio de unas secuencias completamente mudas. Si la estética retorcida de Twin Peaks vendría a ser la extensión definitiva (y televisiva) de las Midnight Movies, la de Rabbits, también de Lynch,es la extensión definitiva de la sitcom. El viaje es onírico, absurdo, espiritual. Un viaje en busca de un padre al que no queremos ver el rostro, pero que acaba abriendo el telón de nuestras fantasías.

Para Christopher Vogler los héroes de la comedia, desde Charlie Chaplin al reparto del Saturday Night Live, “son embaucadores que subvierten el status quo y consiguen que nos riamos de nosotros mismos”. No es una mala expresión, la de embaucador, para hablar de Louis C.K. Es un embaucador cuya función dramática no es solo el “alivio cómico”, sino proporcionarnos la perspectiva necesaria para enfrentarnos al desconcierto de la posmodernidad. Quebrar el equilibrio. Su integridad como artista pasa por su idea de la intimidad, el misterio y el ansia de honestidad, expresados por todos los medios que le concede el formato aparentemente ligero de la ‘sitcom’, pero que él lleva a zonas inexploradas, viscosas, a un tono que recicla lo banal en lo épico. Louie en definitiva nos propone el autorretrato de un hombre audaz, desafiándose a sí mismo día tras día: como padre, como artista y como individuo que adquiere una cristalina conciencia de la muerte. A esa espiral parecen abocadas las criaturas más memorables de la teleficción: ponerse a prueba sin interrupción.

Ahora que ha recorrido el camino que va de Seinfeld a Lynch, de la figuración a la abstracción, del humor grotesco al tono poético (terminaba con un viaje a China que transmitía serenidad y paz interior), la gran duda de su regreso es qué le queda por ofrecernos. ¿Seguirá evolucionando hacia caminos insólitos?¿Seguirá forzando los límites de la sitcom?¿Se habrá instalado definitivamente en el territorio conceptual de la risa? No hay nada de la televisión que espere con más ansiedad que la respuesta a estas cuestiones. En la cuarta temporada de Louie.