Jenn Díaz. Foto: Lumen
La escritora catalana publica Es un decir (Lumen), una historia de secretos familiares ambientada en un pueblo del sur de España tras la Guerra Civil
Pregunta.- De Es un decir todo el mundo ha destacado que se trata una novela rural y de posguerra, pero dada su carga humana y sentimental, ¿no es el contexto algo secundario?
Respuesta.- Sí; el contexto es necesario, de cara a la sinopsis y esas cosas; pero puede dar lugar a que el lector se confunda y, al leerlo, se decepcione. La novela no va de la guerra, ni mucho menos. El ambiente es doméstico y, por tanto, la historia podría estar situada en cualquier sitio.
P.- ¿Y cree que esa vuelta al pasado aleja su obra de la de sus contemporáneos?
R.- Los elementos de la comunidad, el ambiente del pueblo... todo eso me ayuda a escribir y, sí, puede que me diferencie de los demás; aunque no es algo que yo haya hecho a propósito. Yo empecé a escribir Es un decir hace tres años y no tenía ni idea de lo que quería hacer y menos aún de lo que se estaría escribiendo ahora. Al final, he tenido suerte porque ha resultado exótico que una chica de veinticinco años escriba sobre la Guerra Civil.
P.- La novela avanza en torno a un secreto para cuyo desarrollo resulta muy propicio el pueblo, con sus habladurías, sus confidencias...
R.- El pueblo me ayuda, aunque cuando yo estaba escribiendo sobre ese secreto no tenía muy claro cómo resolverlo. Lo que podría decir la gente del pueblo era una manera de ir avanzando. A medida que van entrando todas esas voces yo me iba dando margen para decidir.
P.- O sea que en tu caso, como narradora, saber el secreto no te daba, como suele ocurrir, un poder mayor sobre los personajes y los lectores.
R.- En la primera versión que escribí no, en absoluto. Luego ya sí, puesto que, cuando la reescribí, ya tenía más claro a dónde quería llegar, más control de la situación.
P.- En tus novelas, la familia es uno de los grandes temas. ¿Qué te interesa de ella?
R.- Me interesa porque es como un micromundo de entrenamiento para salir al exterior. Cualquier conflicto social lo has tenido antes con tu abuela, con tus tíos, con tus primos... siempre son los mismos mecanismos. Las primeras preguntas, las primeras decepciones, la primera vez que compites con alguien... todo eso está en la familia, lo tienes en casa, y eso me interesa.
P.- ¿Te ayuda la familia entonces a solventar, digamos, una falta de experiencia que sería presumible en una persona tan joven?
R.- Pues depende de lo que entendamos por experiencia, por vivir. Si a vivir se le considera viajar mucho, conocer a mucha gente, la noche, o haberte codeado con diferentes tipos de persona o haber estudiado en otro país y todo esto, he vivido infinitamente menos que la mayoría de la gente. Pero por dentro, en cuanto a vida interior, sí que he vivido más que la gente de mi edad a la que yo conozco. Si no he vivido más que ellos, al menos sí que me he roto por dentro más veces.
P.- Mariela, la protagonista de la novela, es una niña con una lucidez fabulosa y también con mucho mundo interior. ¿Cuánto hay suyo en Mariela?
R.- En mi caso, mis hermanos, mis amigos, todos los que me rodean son mayores que yo y siempre he sido responsable y madura, o eso me decía la gente; pero la verdad es que creo que estoy a años luz de la lucidez que tiene Mariela.
P.- A Mariela le ayuda a madurar una experiencia traumática.
R.- Sí, pero también quería transmitir cómo maduraban antes las mujeres. Yo veo fotos de mis tías con 18 y 19 años, casadas y con un aspecto ya de mujeres hechas; o de mi abuela, de la gente en general de aquella época que, aunque no supieran leer o escribir, sí tenían una gran capacidad para asumir el paso del tiempo.
P.- En su caso, mostró madurez -o precocidad- para publicar su primera novela, Belfondo, en 2011. ¿Tenía desde mucho antes su vocación definida?
R.- En mi caso es que fue todo muy rápido. Estaba estudiando primero de Filología, que no lo acabé, y en uno de los exámenes había un fragmento de Nubosidad variable, de Martin Gaite, y entonces recuerdo que pensé: "pues yo también puedo". No me parecía que las cosas que allí contaba me pillaran tan lejos. Luego caí en Ana María Matute, que igualmente hablaba de cosas que yo ya había vivido y que, con mis herramientas, pensé que podría escribir. Todo fue muy rápido, escribí dos novelas y conocí a mi primer agente y el año que cumplí 22 años ya publiqué mi primera novela. Fue todo cuestión de un año y medio.
P.- ¿En qué ha cambiado la autora de Belfondo de la de Es un decir?
R.- Antes mi escritura era completamente intuitiva; solo tenía una fase, que era la escritura en sí. Ahora me mantengo fiel a esa parte intuitiva, pero sí que presto mucha atención a la corrección. La diferencia es que antes yo no escribía para publicar y, por tanto, no buscaba la perfección. Ahora, sé que hay muchos más ojos en mis libros y eso eleva la responsabilidad. La primera fase todavía es intuitiva, pero después depuro mucho más. De Belfondo, por ejemplo, está publicada la primera versión; y Es un decir está revisada e incluso reescrita: hay un trabajo enorme detrás.
P.- Volviendo la vista a Belfondo, ¿qué le parece aquella novela, vista ahora? R.- [se rié] A mí Belfondo me avergüenza muchísimo. No me gusta, no me siento bien con ella. Si yo la revisara la depuraría muchísimo. Publicar demasiado joven es como aprender a andar en público: no te has acabado de tropezar y ya tienes la caída filmada. Cuando ya sabes correr, o simplemente cabalgar, ves esa primera caída y te sientes un poco tonta. Era el riesgo de publicar con 22 años. Siento Belfondo muy muy lejos, aunque puede que el lector no lo note y que haya a quienes les parezca mejor Belfondo que Es un decir... no lo sé, pero hay ciertos detalles que yo cambiaría.
P.- En Belfondo, se aprecia, si acaso, una influencia muy fuerte de los libros leídos, de la literatura que se va descubriendo.
R.- Sí, es inevitable... por ejemplo, a Es un decir, que la empecé a escribir inmediatamente después de Belfondo, al revisarla tres años más tarde, corregí muchísimo, le quité como cien páginas... ahí había muchas cosas que ya no haría hoy, muchos tics de Martin Gaite, por ejemplo, muchos detalles, palabras... eliminar todo aquello es fruto de un avance como escritora, pero también como lectora, pues leer más te permite verte en más espejos.
P.- Al ritmo que lleva, supongo que estará escribiendo su siguiente libro. ¿Cómo será? ¿Se adentrará en otros géneros -en poesía, relatos?
R.- Tengo muchos poemas y, rescatados, que a mí me valgan, como ochenta, más o menos. Y ahora estoy escribiendo relatos y también tengo dos novelas cortas escritas... aunque también te digo que necesitaba respirar un poco después de Mujer sin hijo y Es un decir, que han venido muy seguidas.
P.- ¿Y sigue con los mismos temas? Con la familia, la maternidad, la vida doméstica...
R.- Sí, sí [se ríe]... espero que se agoten algún día, pero de momento, soy incapaz de hacer otra cosa, me sale así: los personajes siempre me surgen a partir de un hermano, un tío... y luego ya salen al exterior.
P.- Mientras cambie su mirada, los temas no se agotan, ¿no?
R.- Sí, aunque te diré que esto a mí me ha creado inseguridades. Cuando escribía El duelo y la fiesta, un día llamé a mis editores y les dije: "Estoy acojonada, porque creo que todos mis personajes son el mismo..." Menos mal que me tranquilizaron, diciéndome: "No te preocupes, hay autores que están toda la vida dándole vueltas al mismo tema" [se ríe]. Pero sí, en cada novela hay rasgos distintos, incluso de estilo, pero, sobre todo, de enfoque. A mí me interesa eso: sería incapaz de hacer ahora una novela negra, luego otra humorística y luego otra más literaria. Funciono así, en general, incluso con las lecturas: voy como por partes hasta que las agoto.