[caption id="attachment_479" width="560"] Liev Schreiber y Jon Voight son padre e hijo en Ray Donovan[/caption]

Ahora que el monopolio de las series parece ceñirse a dos o tres fenómenos mediáticos, debemos romper una lanza en favor de Ray Donovan, una serie de la cadena Showtime (emitida por Canal +) que se cuece lentamente pero que se desmarca de la producción media de la teleficción para alcanzar cotas de calidad insospechadas. Es una serie que conquista un tono y un ritmo propios, que lleva la elegancia por bandera, propulsada por algunos personajes (e intérpretes) memorables y una trama en cascada capaz de aglutinar varios temas alrededor del drama criminal. El centro gravitatorio que da título a la serie es Ray (Liev Schreiber), especie de patriarca de la familia Donovan, de origen irlandés, que se gana la vida en Los Ángeles como “solucionador de problemas” (algo así como lo que hacía el señor Lobo de Pulp Fiction) contratado por una firma de abogados que representa a celebridades y millonarios de la industria de Hollywood. Alrededor de los traumas y conflictos familiares que van desenredándose en la serie sobrevuela una turbia trama de pedofilia ecleciástica y un enrarecido y violento ambiente familiar que nos traslada al mundo de Los Soprano.

Uno de los grandes atractivos de la serie es ver interactuar a tres leyendas de la gran pantalla como John Voight, Elliot Gould y James Woods. En la piel del exconvicto Mickey, padre de Ray, el gran Voight actúa como verdadero catalizador de la serie al salir de prisión antes de lo previsto. En su regreso a la familia Donovan es bienvenido por todos los miembros menos por Ray, que le guarda rencor por un supuesto delito que cometió y por un pasado familiar que poco a poco irá desvelándose. Es muy interesante seguir la evolución de la serie a partir de la relación que mantienen ambos personajes antagonistas, pues los acontecimientos nos van colocando alternativamente del lado de uno y del otro, sin tener nunca muy claro con quién debemos empatar y en qué posición moral debemos situarnos. Frente a esa situación también coloca la serie a los miembros de la familia Donovan que rodean a Ray: sus hermanos minusválidos Terry y Bunch (con quienes regenta un gimnasio de boxeo) y su mujer y dos hijos, que deconocen a qué clase de negocios, de naturaleza claramente criminal (en su vida la extorsión es el pan de cada día), se dedica Ray.

De una sobriedad formal concebida y ejecutada con convicción, la serie se emparenta con varios dramas precedentes, no es en modo alguna una serie revolucionaria, pero eso no impide que destaque por su personalidad y solidez dramática. Por un lado, profundiza más que Los Soprano en el modo en que la familia de un gángster (o al menos de un tipo de prácticas criminales) se interroga por la verdadera naturaleza del negocio familiar y pone en cuestión su integridad moral. Por otro, nos ofrece un retrato de la idiotez de la fauna hollywoodense y el modo en que los escándalos se fabrican y se neutralizan a la sombra de intereses comerciales. Y en tercer lugar aborda con seriedad y tenebrismo un tema tan delicado como los abusos sexuales de la Iglesia, especialmente mostrando sus efectos en la psique de las víctimas y quienes les rodean. Todo ello acaba formando un tejido convincente en un guion extraordinariamente preciso y en las enérgicas interpretaciones de actores dispuestos a dar lo mejor de sus carreras.

En los doce capítulos de la primera temporada está contenida la promesa de una gran serie (que tendrá segunda temporada debido al éxito en Estados Unidos), a pesar de que prácticamente se cierran todas las líneas dramáticas abiertas. Pero uno tiene la sensación de que el retrato de Ray Donovan, ese antihéroe del siglo XXI lleno de dobleces y zonas grises, un hombre atrapado en su pasado y en las dinámicas del engaño y la traición, aún dará mucho juego en la pequeña pantalla. La relación hametiana que mantiene con su padre todavía puede revelar muchas inseguridades y grietas, así como la enrome contradicción que encierra como personaje dramático: un tipo que se dedica a solucionar los problemas de los demás, por imposibles que sean, pero que es incapaz de solucionar los suyos.