Jorge Franco. Foto: Chema Moya (EFE)
El colombiano, Premio Alfaguara de novela, presenta en España El mundo de afuera, la historia de un secuestro ocurrido en Medellín a principios de la década de los setenta.
Estamos en 1971. Isolda es hija de Don Diego y Dita. Viven los tres, junto al servicio, en un majestuoso castillo que reina sobre una colina de Medellín. Diego y Dita preservan a su hermosa y delicada hija de cualquier amenaza exterior. Isolda vive encerrada. Pandillas de niños ("los vecinitos") fantasean con ella, se asoman a su jardín, la espían. Isolda vuela como un hada por sobre la hierba, y sufre. Sufre aislada y a veces, muy de vez en cuando, algún viento urbano, un acorde de los Beatles o una intolerable minifalda roja le pasan, fugaces, frente a los ojos. Un día, desde afuera, secuestran a su padre, y este cuento de hadas se despeña por los derroteros de la acción. Hay tiros, drogas, alcohol, sexo. Fue este movimiento pendular narrado en círculos, "entre la fantasía y la truculencia, entre los hermanos Coen y los hermanos Grimm" lo que sedujo del todo al jurado del premio, presidido por Laura Restrepo.
-Ha escrito varias obras antes de esta; algunas, como Rosario Tijeras, de gran éxito. ¿En dónde sitúa, dentro de su carrera, El mundo de afuera?
-Creo que, ante todo, ha habido un proceso de maduración literaria. Yo ahora leo Rosario Tijeras y veo que es una historia conmovedora, con personajes atractivos, pero a la vez siento que hay tuercas por apretar, que tiene ciertas carencias. Rosario Tijeras es una novela que está muy concentrada en tres personajes y siento que los personajes secundarios no tienen tanta potencia como los que he logrado construir después. Ahora intento hacer obras mucho más corales. En esta último lo he intentado, desde luego.
-Entre esos personajes, sobre todo entre los malos, destaca el Mono, el jefe de la banda, que es gay y lee poesía.Rosario Tijeras tiene personajes atractivos, pero a la vez siento que, literariamente, quedaron tuercas por apretar"
-Ese personaje está inspirado en el criminal que secuestró a don Diego en la realidad. Del Mono se decía que siempre estaba rodeado de mujeres muy bellas, pero nunca se le conoció novia alguna. No se casó, no tuvo hijos. Y cuando estuvo en la cárcel, a su celda entraban jóvenes, muchachos muy guapos que le iban a entretener.
-¿Sabe qué fue de él después?
- Yo sabía que se había fugado a EE UU. Pero hace un par de semanas se me acercó un familiar suyo en la Feria del Libro de Bogotá y me dijo que había muerto un par de años antes, así que resultó ser un superviviente.
-Vuelve de nuevo, en esta novela, a retratar a otro gran personaje femenino; a Twiggy, la novia del Mono.
-Me interesa la figura de la mujer en ese mundo machista de las bandas en el que, para mostrar hombría, sus miembros tratan mal a las mujeres. Y me interesa, sobre todo, cuando estas logran sobreponerse y terminan dominando la situación gracias a que son las dueñas del sentimiento de los hombres. Es su modo de sobrevivir. Twiggy es, en ese sentido, como la precursora de Rosario Tijeras. Para crear a Twiggy recordé, de aquella época, a una modelo de igual nombre que marcó la conducta de muchas mujeres. Llevaba el pelo corto, de lado, rubio teñido, de corta estatura, con mucha fuerza en los ojos y en las pestañas. Yo quería hacerle un pequeño homenaje a aquella Twiggy. Quería hacer una Twiggy criolla, una apartamentera especializada en robar casas que a la vez fuera bella y fuerte. Documentándome vi, además, que la banda era muy grande y en ella había también mujeres.
Imagen del castillo que inspiró la novela de Jorge Franco.
-Ya desde el título se ve su intención de marcar dos mundos muy distintos, uno dentro y otro fuera del castillo que simbolizan la riqueza y la pobreza, lo bello y lo feo, la paz y el crimen...-Sí, yo quería separar muy bien esos dos mundos paralelos, que se dan también, incluso, en cada uno de nosotros: hay un mundo de adentro y un mundo de afuera que, en este caso, solo pueden unirse a la fuerza. Los separa un muro. El Mono es ese muchacho que ve a la niña jugar en el jardín del castillo y solo puede poseerla a través de la fuerza.
-Para separar esos dos mundos, usted recurre a la fantasía: el mundo del castillo, de la muchacha, tiene toques mágicos, como si fuera un cuento de hadas.
-Sí, ese mundo bello quiere ser también lo imaginario, lo idílico, lo soñado... Pero hay amenazas que vienen de afuera. El mundo imaginario de Isolda es una burbuja en la que ella está protegida de todas esas amenazas exteriores. Los árboles, las ramas, los animalitos... Es un mundo para huir: ella huye de la sobreprotección y la soledad y, a la vez, quiere saber qué pasa fuera.
. Colombia y Medellín han logrado superar parte de sus problemas, pero todavía queda
mucho por hacer"
mucho por hacer"
-Claro: este secuestro fue en 1971 y a mediados de esa década empezó a haber una presencia importante ya del narcotráfico. Al principio fueron detalles, presencias extrañas; yo recuerdo los funerales con mariachis, los coches de lujo, lo deportivos, los centros comerciales opulentos, los edificios lujosos... y, muy poco después, empezaron a sucederse las muertes extrañas en la calle.
-Usted era muy joven entonces. ¿Recuerda bien aquellos años?
-La verdad es que recuerdo muy poco. Tengo vivas ciertas emociones. El impacto de la noticia del secuestro de don Diego, a mis padres comentando... Tengo el recuerdo de algunas visitas al castillo. El paso de la limusina por la loma, que siempre nos generaba mucha curiosidad.
-¿Cómo es la situación en Medellín ahora? ¿Se parece más a aquella ciudad pacífica de su infancia o a la del terror de Pablo Escobar?
-Yo creo que aquella época, cuando nosotros jugábamos en la calle sin miedo, es irrecuperable. Medellín, y Colombia, han logrado superar parte de sus problemas, pero todavía queda mucho por hacer. La herencia del narcotráfico es muy fuerte. El legado del dinero fácil es muy complicado de combatir. Y eso que ahora se ha mejorado y parece que se van construyendo cosas, bibliotecas, canchas deportivas, espacios de la cultura...
- ¿Y es suficiente?
- Yo creo que lo fundamental es enseñar a los jóvenes que los protagonistas del narcotráfico son efímeros, fugaces, que el que más duró fue Escobar y tuvo, tan solo, una década de esplendor y ahora está muerto. Todos acaban muertos o en la cárcel: eso lo deben de tener presente nuestros jóvenes. Yo estoy convencido de que, para acabar con la droga, solo nos queda dar el paso de la legalización, y no solo en Colombia sino en el mundo entero. Es delicado por el lado de la salud pública, pero han de dedicarse los esfuerzos y el dinero de esa lucha contra el narcotráfico a concienciar a los jóvenes de los problemas de la droga. Hay que bajar el tono moral de ese discurso e ir a lo práctico. Porque, a día de hoy, el consumo sigue y hay mil riesgos añadidos, como la violencia, la corrupción, las drogas adulteradas...