Patricio Pron. Foto: Vasco Szinetar.
El escritor estará los días 6, 7 y 14 de junio en la Feria del Libro de Madrid, firmando ejemplares de El libro tachado y Nosotros caminamos en sueños.
Pregunta.- ¿Cuál es el propósito de El libro tachado?
Respuesta.- Comencé a pensar en él tras leer a pesimistas culturales que proponen la hipótesis de que la literatura está desapareciendo. Pero hay algo que no se está diciendo en esta discusión: la literatura, por su naturaleza misma, desaparece todo el tiempo. Los libros que no han llegado hasta nosotros constituyen una parte muy importante de la literatura, al menos como sombra de aquella de la que sí disponemos. Me parecía pertinente hablar de esos libros para destacar que el valor de la literatura consiste en su precariedad y en su fragilidad, y nos identificamos con ella porque nosotros también somos frágiles y nuestra existencia, precaria.
P.- De entrada sorprende la enorme cantidad y extensión de las notas al pie de página y de las fuentes consultadas para el estudio del tema.
R.- La forma del libro responde a cierto descontento mío con el ensayismo que se produce en estos tiempos y esta búsqueda dio con una forma muy peculiar en la que se admiten tres tipos de lectura: una que sólo presta atención al texto principal, otra que integra en ésta la lectura de las notas a pie de página que contradicen o dialogan con las afirmaciones que aparecen en el cuerpo central del texto, pero también una tercera lectura fragmentaria, que a mí me gusta mucho, de las notas descontextualizadas.
P.- ¿De qué hablamos cuando hablamos de la muerte de la literatura y desde cuándo hablamos de ella?
R.- Todas las épocas se han imaginado a sí mismas en decadencia. La nostalgia de un pasado supuestamente mejor acompaña a la cultura occidental desde los romanos y está tan imbricada en nuestra cultura que es natural que también alcance al ámbito literario. En este momento la discusión es muy interesante porque a esta nostalgia de una cultura literaria que al parecer fue más importante en el pasado se suma la crisis de un modelo de negocio y un desplazamiento de los usos que se dan a la cultura escrita. Pero es difícil estar de acuerdo con los que sostienen que la literatura se encuentra en retroceso, ya que nunca hemos consumido tantos textos como en el presente, pero es su naturaleza y lo que hacemos con ellos lo que deberíamos poner en cuestión.
P.- También hace un repaso muy interesante de la censura literaria a lo largo de la historia. ¿Cómo se ejerce hoy en occidente?
R.- Ahora es ejercida por el mercado, que apoya determinados productos en detrimento de otros. Casos explícitos como la reciente censura de Amazon a pequeñas novelillas pornográficas autoeditadas son un ejemplo de cómo el mercado ejerce la censura, si no en la producción, sí en la circulación de los textos. Por otra parte, coincido con Paul Virilio: ahora la censura se ejerce por multiplicación, lo que contribuye a la invisibilidad de los textos. Si aparece entre miles, pasa desapercibido.
P.- En otro capítulo habla del temido "bloqueo del escritor". ¿Le ha pasado alguna vez?
R.- Le ha pasado a decenas de magníficos escritores, pero a mí no, lo que seguramente demuestra que no soy tan magnífico. Lo interesante es que el hecho de pensar por qué alguien deja de escribir nos obliga a pensar por qué alguien escribe en primera instancia: no escribir es lo normal, la anomalía es la idea descabellada de que alguien puede crear algo a partir de la nada sólo con palabras. Eso es lo que debería sorprendernos.
P.- Tanto escritor censurado -Balzac, Beauvoir, Descartes, Gide-, bloqueado -Mallarmé, Coleridge, Valéry-, suicida -Plath, Primo Levi, Foster Wallace-, desquiciado -Woolf, Maupassant, el marqués de Sade- o encarcelado -Voltaire, Verlaine, Reinaldo Arenas, Oscar Wilde, Miguel Hernández-, parece corroborar que el mundo de la literatura es trágico. ¿Lo es más que el de los pintores o los músicos?
R.- Buena parte de estas historias que el lector puede considerar trágicas a mí me parecen increíblemente graciosas. Puede que se deba a una perversión de mi sentido del humor vinculada a una larga estancia en Alemania, pero el hecho es que El libro tachado me parece a ratos un libro humorístico, no creo que dé una imagen trágica de los autores. Sí creo que da la imagen de un puñado de personas que lo dieron absolutamente todo por su vocación y, en ese sentido, muchos de ellos no me parecen malditos ni fracasados.
P.- ¿Por qué publica a la vez El libro tachado y Nosotros caminamos en sueños?
R.- Es una decisión que tomé con los editores convencido de que aunque parecen muy diferentes, comparten un gesto de rechazo a ciertas convenciones y cierto tipo de textos que están circulando en este momento en el ámbito hispanohablante. Si El libro tachado surge del descontento ante cierto ensayismo contemporáneo, Nosotros caminamos en sueños es el resultado del hartazgo ante una literatura pomposa y pesada que cree que los hechos trágicos del pasado reciente solo se pueden abordar de forma trágica, lo que acaba llevando al desinterés a los lectores acerca de esos hechos, y eso sí que es trágico.
P.- ¿Cree entonces que abordar la Guerra de las Malvinas con irreverencia es saludable?
R.- Los alemanes tienen la palabra vergangenheitsbewältigung, que podría traducirse como como la tarea de superación del pasado mediante su revisión permanente. Creo que en el ejercicio de esta labor han de ofrecerse visiones alternativas sobre determinados temas, sin que esto suponga relativizar o minimizar los hechos trágicos del pasado reciente. Escribir una novela como Nosotros caminamos en sueños fue doloroso para mí, ya que no me resulta placentero reír acerca de muertos, mucho menos de jóvenes que murieron en unas islas a las que fueron enviados sin ninguna preparación militar ni equipamiento adecuado por parte de oficiales buena parte de los cuales estaba por completo involucrada en el asesinato y desaparición de activistas políticos en Argentina en la década de 1970. Creo que ambos proyectos están vinculados porque compartieron una visión nacionalista de la historia argentina.
P.- ¿Qué recuerdo tiene de la guerra y de lo que le contaban sus mayores?
R.- Yo tenía seis años cuando comenzó la guerra. Hubo un acuerdo tácito entre la prensa y el gobierno militar para proveer a los lectores sólo de buenas noticias y allí donde no las había sencillamente se inventaron. Tengo el recuerdo de un clima opresivo, del frío del invierno austral y de la carestía, ya que buena parte de la producción de alimentos se desvió a las tropas. Y al mismo tiempo recuerdo que, en el caso de los niños, teníamos una visión de la guerra como algo completamente lúdico.
P.- Dice que aquella guerra fue fruto del nacionalismo, un fenómeno que parece recobrar importancia en los últimos tiempos.
R.- Creo que vivimos en tiempos muy desconcertantes y todos tendemos a aferrarnos a aquello que consideramos más íntimo y apelamos a menudo a cuestiones telúricas. En ese sentido preveo una exacerbación del nacionalismo, pero también creo que caminamos sobre ruinas, de modo que no tiene mucha importancia si sobre esas ruinas ondea una bandera u otra.
P.- Y tras esas ruinas, ¿qué ve?
R.- No mucho más que otras ruinas. La tarea de cada generación es habitar esas ruinas y otorgarles un sentido, pero no me ofrece ningún consuelo pensar que esas ruinas alguna vez formaron parte de magníficos palacios y ciudadelas que solo podemos imaginar. En vez de añorar un pasado en el que no había ruinas, lo que toca es pensar qué hacer con las ruinas aquí y ahora, con las de la literatura, con las de los países en que nos ha tocado vivir y con las de los valores con los que fuimos criados y parecen no tener validez ya.