Víctor García de la Concha. Foto: Antonio Heredia

El académico, ex director de la RAE y hoy al frente del Instituto Cervantes, publica La Real Academia Española. Vida e Historia (Espasa), un libro que viene a coincidir con las celebraciones del Tricentenario de la Casa.

"Te quedan dos cosas por hacer", le dijo Fernando Lázaro Carreter cuando los académicos, y él el primero, quisieron que Víctor García de la Concha (Villaviciosa, 1934) le sucediera en la dirección de la RAE en 1998: "Consolidar económicamente la Academia y América. ¡Sí, América!". Cumplidas ambas tareas, García de la Concha, director durante doce años de la RAE y presidente al mismo tiempo de la Asociación de Academias de la Lengua Española, abordó, cedido ya el testigo de la dirección, una tarea muy distinta, pero igualmente importante: la de escribir esta Vida e Historia de La Real Academia Española (Espasa), un relato secuencial de la obra de la Docta Casa que, "al discurrir del tiempo y en estrecha relación con el acontecer político, social y cultural" quiso el autor que mostrase "qué hacía la Academia en cada momento y cómo ha reaccionado a las demandas de cada época".



El libro se presentó ayer en Madrid, en rueda de prensa, y al acto asistieron varios académicos, entre ellos Luis María Anson, Álvaro Pombo, Ignacio Bosque, José Manuel Blecua o Darío Villanueva. Allí, en esa misma sala y frente a un auditorio de periodistas, académicos y algún curioso, García de la Concha detalló un proyecto que, según él, tiene muchos nombres y apellidos, más allá del suyo. Desgranamos su discurso de presentación y destacamos algunas de sus ideas principales.



Pregunta.- ¿Cómo nace la idea de escribir esta historia de la Real Academia? Respuesta.- La idea surgió por un hecho muy sencillo. Yo había seguido muy de cerca la historia monumental de Alonso Zamora Vicente (Historia de la RAE, Espasa, 1999), que era fundamentalmente una historia de las sillas de la Real Academia, de sus ocupantes. Yo he querido complementarla con una historia de la evolución de las obras de la Academia, un relato secuencial que fuese a la vez contraste de la historia social, cultural y política de España.



P.- ¿Cómo fue la tarea de documentación e investigación?

R.- Tomé muchas notas e hice un archivo inmenso, que me ayudaron a completar varios compañeros. Fueron ellos quienes me animaron a contar esta historia en un libro de 200 o 250 páginas. Pero aunque al principio ellos impulsaron la idea, confieso que el texto me atrapó. Había grandes historias ahí, comenzando por la de los ocho tertulianos que fundaron esta Casa.



P.- ¿En qué contexto cultural y social aparece la RAE?

R.- En un momento en que en Europa la cultura española era muy despreciada. Era un momento difícil para la cultura española [García de la Concha trae en su libro un texto de Rafael Lapesa, en el que escribe: "la Española surgió en un momento de postración, cuando hacía más de tres décadas que la espléndida producción literaria inaugurada por Garcilaso había quedado clausurada por la muerte de Calderón. En 1713-1714 el mundo de las letras españolas apenas contaba sino degenerados epígonos en el teatro y barroquismo ramplón en la poesía, la prosa y la oratoria sagrada…]. Se le debe todo a un hombre, el marqués de Villena, que fue una eminentísima figura y que, pudiendo ser cualquier otra cosa, prefirió formar una tertulia y, más tarde, la Real Academia.



P.- ¿Se encontró con alguna dificultad durante el proceso de elaboración del libro?

R.- A mí me preocupaba ver cómo se estructuraba la historia. Ya Molins hizo un intento de estructurarla, partiendo de los cuatro Villenas, luego del intento de golpe de mano de Luzán, muy prestigioso entonces por su Poética [que convirtió a su autor, y así lo cuenta García de la Concha en el libro, en el "adalid de la vuelta a lo clásico que en el siglo XVI español había dado los mejores frutos literarios: al Neoclasicismo"], etc.



P.- ¿Cómo fue ese intento de golpe de mano?

R.- Luzán se propone convertir la Academia en una Casa que congregue las Ciencias y las Letras, tal y como era el proyecto inicial de Villena ["una Academia de Ciencias y Bellas Letras que abrace las dos y aún se extienda a mucho más", escribió] y para ello propone incorporar a gente nueva y apartar a otros tantos. Ya entonces se empieza a hablar de incorporar a mujeres. A partir de ese momento, la Academia cede a la Ilustración, es decir, a esa idea de utilidad que trae la Ilustración, y se construye por ejemplo la Gramática, con el fin de educar a los jóvenes, o el Quijote de Ibarra. En ese momento se cree que la lengua está en la base de todo.



P.- ¿Qué secretos de cónclave incluye en su repaso?

R.- Recojo varios: los casos de Gómez de Avellaneda, de Galdós, de Menéndez Pelayo, de Pardo Bazán y de Azorín. Por ejemplo, cuento el caso de la Pardo Bazán, que no pedía, sino que exigía entrar en la Academia. Incluso le dijo a un académico: "Cuidado, que tengo un pariente militar". O el intento frustrado de Azorín. O el caso de la negativa de Ortega, que le detalla las causas a Marañón en una carta. O el del ingreso de Menéndez Pidal, que abrió definitivamente la Academia a la filología hispánica.



P.- ¿Sigue en el siglo XIX esa idea de que la lengua es la base de todo?

R.- Llega el XIX y con él la francesada. Yo contradigo en este libro a quienes dicen que la Academia casi desaparece durante aquel periodo. He encontrado 66 actas de reuniones en aquella época, lo cual, aunque no demuestre una gran actividad, sí que contradice a aquellos que la daban por muerta. La Academia se reunía, trabajaba en el Diccionario, etc. Podemos decir que se mantuvo la actividad suficiente para asegurar su continuidad.



P.- ¿Les fue bien con los liberales?

R.- A la Academia no le fue bien en aquella época. Quizás el Trienio Liberal y las Cortes de Cádiz fueron de los momentos más difíciles, pues muchos no entendían muy bien el papel de la Academia ni le veían el sentido a sus normas. Pero vinieron tiempos muy interesantes, con Molins, luego, que era muy amigo de Larra. De hecho, ambos estuvieron paseando la noche antes de que Larra se suicidase, y luego el propio Molins presidió el entierro del escritor. Molins fue clave porque tenía clara la idea de que la Academia debía estar en contacto con la sociedad. Ese es su gran legado.



P.- Y entonces llega América a la agenda de la RAE.

R.- América, la América bolivariana (que lo era entonces) pide la palabra y España dice que la palabra es de todos. Que la lengua es de todos. Lo puedo decir aquí: la Academia fue la voz principal, el interlocutor con América durante el período de revolución encabezado por Bolívar y la causa de la relación de ahora hay que buscarla en aquella época.



El libro de García de la Concha termina con una crónica personal de su mandato, un periodo que supuso, sobre todo, la apertura a América. La concepción de la Real Academia como una gran familia que aglutinase a todas las demás. En ese nuevo objetivo también intervino, y con entusiasmo, el Rey don Juan Carlos I. Lo dice García de la Concha: "No deja de ser curioso que este libro saliera de la imprenta casi al mismo tiempo en que abdicaba el Rey. Se lo dije el otro día, en una cena en que coincidimos con el presidente mexicano. La Academia nunca podrá agradecer lo suficiente al Rey lo que ha hecho por la lengua. Como le dijo Peña Nieto ese día, él fue quien "siempre tuvo presente el español como un instrumento de las más noble política de unión de los pueblos".

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