“Este libro es la culminación de todo las historias que he escrito previamente. Sin ellas no hubiera llegado hasta aquí y ahora creo estar preparado para dar un salto hacia otra cosa”. Así terminaba la conversación con El Cultural el escritor Víctor del Árbol (Barcelona, 1968). Una declaración de intenciones que demuestra satisfacción respecto a lo entregado en su última novela, Un millón de gotas (Destino), y un espíritu inquieto. No en vano, el catalán fue mosso d'escuadra durante 20 años, entre 1992 y 2012, cuando el éxito de su novela La tristeza del samurái (bestseller en Francia y traducida a varios idiomas) le decidió a centrarse en su carrera de escritor.
Sin embargo, con Un millón de gotas parece que se va a asentar definitivamente en el mercado nacional. La historia, bajo un envoltorio de género negro, recorre las vicisitudes de una familia desde 1933 a 2002, año en el que el abogado Gonzalo Gil decide investigar el suicidio de su hermana y se verá obligado a bucear en las andanzas que vivió su padre, Elías Gil, en el Moscú de los años 30 y, posteriormente, en el campo de la Isla de Nazino.
Pregunta.- No hace mucho abandonó los Mossos d'Escuadra y ahora se dedica plenamente a su faceta de escritor. ¿Esto genera una mayor tensión a la hora de escribir y presentar sus novelas?
Respuesta.- Yo siempre he tenido claro que acabaría de esta manera. Cuando eres funcionario pues tienes más seguridad, estas acostumbrado a cobrar cada mes... En el oficio de la escritura todo es mucho más voluble e inestable pero tenía que llegar hasta el final. Yo he escrito siempre, así que no me condiciona dedicarme plenamente a escribir ahora.
P.- Un millón de gotas ha sido mayoritariamente enmarcado dentro del género negro. ¿Está de acuerdo con la etiqueta?
R.- Normalmente no estoy de acuerdo con ninguna etiqueta. Yo siempre digo que escribo novela mestiza. Los géneros se están resquebrajando. Yo los utilizó en función de la historia, no me dejo constreñir. Me interesa el dolor y por eso me muevo por la intriga. Es cierto que hay un asesinato, pero solo es el Mcguffin para hablar de otra cosa. Pero no me importa demasiado, realmente sirve para orientar al lector.
P.- ¿Por qué cree que está de moda el género negro?
R.- Aquí hay dos razones. La primera reside en el hecho de que haya en la actualidad gente muy buena, grandes narradores, lo que proporciona una intención y prestigio que se empezó a perder desde que Manuel Vázquez Montalbán publicara Tatuaje en el 74. Por otro lado, la novela negra funciona muy bien en contextos de crisis porque desentraña miserias del sistema. Se suele decir que no es un género moralizante pero para mí es todo lo contrario. Siempre buscas algo de justicia aunque sea en el interior de los personajes.
P.- Una buena parte de la novela se ambienta en la URSS. ¿Requirió de un proceso arduo de investigación?
R.- Sí, en dos niveles. Este tema es complejo porque es difícil encontrar cosas que no estén escritas acerca del Gulag. Sin embargo, este de la policía de Stalin en la Isla de Nazino no está muy documentado. Pero lo más importante era no dejarme ir. El Gulag es un contexto muy dramático y visceral y tenía que intentar que la novela no fuera hacia allí, que no perdiera el equilibrio narrativo. Había que hacer un ejercicio de contención.
P.- ¿Cuál es su opinión sobre la extinta Unión Soviética?
R.- Mi opinión la refleja en la novela Elias. El siglo XX fue el de las grandes tragedias pero también el de las ilusiones. Al final ha quedado un cierto poso de amargura o decepción. Lo que está claro es que la historia la escriben los que ganan. La figura de Stalin vivió bajo el paraguas de la II Guerra Mundial pero cuando se levantó la censura y se descubrió la verdad la sensación fue desconcertante. Es innegable que con Stalin dan un paso brutal. Fue una revolución sin transición, como la increible cultura que alcanzaron las clases medias, que llegaban a estudiar incluso El Quijote. Por otro lado te das cuenta de lo que pueden hacer las utopías en manos de gente megalómana como el propio Stalin.
P.- ¿Es la familia el elemento clave en esta novela?
R.- La familia forma parte de mi universo narrativo. Yo tengo clarísimo que esta novela trata de principalmente dos temas: la búsqueda de la identidad a través del pasado y la búsqueda del padre. Todos recorremos un camino con la figura paterna: primero es un héroe, después en la adolescencia se resquebraja su aura porque tenemos que empezar a buscar nuestro sitio en el mundo y ves que quiza en algún momento ha sido injusto. Uno tiene la tendencia de a juzgar a sus padres pero la verdad es que al final los conoces poco. Por eso hay que buscar el origen.
P.- ¿Qué papel juega la violencia en su novela?
R.- La violencia como elemento estético no me interesa. Me interesa la violencia que sale de dentro. La que sale de fuera, el lector la percibe como un testigo y no le impacta. Me interesa la cotidiana. La que tiene justificación en nosotros mismo que es la que realmente dice algo e impacta al lector. No tengo problema en buscar violencia de miradas, de elipsis... A mí me sirve para arañar por dentro al lector y meterlo en situación.
P.- ¿Debe de resultar raro haber alcanzado un éxito de ventas importante antes en Francia que en España?
R.- Entiendo que era un proceso lógico. Empecé en España en una editorial indie mientras que la editorial francesa era muy importante. A los franceses les gusta descubrir a gente y hacerlos suyos. En ese sentido, a pesar de lo que se suele decir no son nada chovinistas. Pero bueno, también era normal porque era más visible allí. Ahora, con el cambio de editorial aquí en España, estoy seguro de que pasará lo mismo. Está muy bien que te traduzcan a un montón de idiomas y ser bestseller en Francia pero al final uno lo que desea es ser profeta en su tierra.