Triple post por entregas en respuesta a “Las series son la droga caníbal”, publicado en el blog de Fotogramas, por el cual el redactor de la revista Philipp Engel anuncia que se “quita” de las series: “Ante la magnitud del desastre –un público de oficinistas obsesionados con las series, y la crítica que le apoya–, me he quitado de la ficción televisiva. Para siempre jamás”.

[caption id="attachment_537" width="560"] Fotograma de Breaking Bad, creada y producida por Vince Gilligan.[/caption]

Aunque mi intención inicial era rebatir cada uno de los motivos por los que el redactor de Fotogramas, colega y también amigo, Philipp Engel ha decidido abandonar la seriefilia, me he echado atrás simplemente porque no sería honesto hacerlo. En mi caso es más honesto hablarle a un exadicto (o en proceso de desintoxiación) desde la conciencia de un adicto. Así que empezaré por la confesión que exigen los rituales que tantas veces hemos visto, precisamente, en series norteamericanas: “Hola, me llamo Carlos y soy adicto a las series”. 

Al menos así no trataré de convencerle de lo contrario. Abandonar una adicción es una decisión muy difícil, muy personal y me consta que muy costosa. He pasado por ello. No seré yo quien ponga obstáculos en su camino, pero sí al menos voy a tratar de sembrar algunas dudas en su decisión (y en la de cualquiera que se encuentre en una situación similar). Empiezo por contar mi experiencia, que igual sirve de algo.

Cierto día, hace unos años, la necesidad de ver series de televisión empezó a generarme diversas crisis de ansiedad. Mi adicción era por placer pero también por deber. O lo que empezó como una decisión personal se acabó convirtiendo en una obligación profesional. Si alguien me hablaba más o menos bien de una serie, tenía que verla y escribir sobre ella inmediatamente; si HBO, AMC, FOX, Showtime… estrenaba teleficción, tenía al menos que ver el piloto. No podía permitirme que la nueva Breaking Bad llegara a su quinta temporada sin haberme enterado, como efectivamente ocurrió con esta serie (yo llegué en mitad de la tercera), que hasta su temporada final no se convirtió en fenómeno de masas. Lo dicho, padecía el síndrome propio de drogodependiente.

Fue cuando tomé conciencia de esta realidad (que no solo es profesional, sino personal) cuando decidí ampliar el espectro temático de este blog, hasta entonces dedicado exclusivamente a comentar series televisivas, y así poder comentar también otros asuntos relacionados con el ámbito de la imagen, incluyendo por supuesto la creación cinematográfica. De esta forma, pensaba, eximido de la obligación semanal, me iría desenganchando poco a poco. En su día publiqué un post exponiendo mis motivos, bajo el título Agotamientos, que no solo extendía mi agotamiento personal al agotamiento creativo que había detectado en la producción de series, intoxicadas de variaciones, simulacros y manierismos. Como si fueran drogas adulteradas. Series tan intoxicadas, a la postre, como yo, su consumidor profesional.

ICS: Indice de Consumo Seriéfilo 

En un primer momento, mi angustia se aceleró dramáticamente cuando, preparando una ponencia para un congreso de series, se me ocurrió hacer un cálculo de mi “índice de consumo seriéfilo” (ICS), es decir, del tiempo que había invertido (algunos, posiblemente Philipp, dirán que “malgastado”) en mis años de mayor adicción. Resultado: durante trece años había consumido 1.900 horas de teleficción, es decir, casi 80 días completos de mi vida, para consumir medio centenar de series televisivas de todo tipo y condición, que vienen a sumar 165 temporadas, unos 2.170 episodios de duraciones variables. (Esto fue hace casi dos años, así que no me extrañaría que si hoy actualizara el cálculo, el cómputo total rondaría las 2.000 horas). 

Primero me quedé paralizado, pero al poco, aunque solo fuera para encontrar algo de sosiego interior, encontré un dato reconfortante en el maremágnum de estadísticas, extrapoladas de mi ICS, que me envió un generoso amigo: en verdad, apenas había invertido viendo series un 1,6% de mis últimos 13 años de existencia. Teniendo en cuenta que esta actividad no es únicamente de carácter personal sino sobre todo profesional (si no tuviera que escribir sobre ellas, evidentemente no vería tantas series), podía sentirme razonablemente satisfecho¹. En todo caso, tengo la convicción de que si algunos lectores, no necesariamente profesionales del medio, se arman de calculadora, descubrirán que su ICS no anda demasiado lejos, que algunos incluso lo superan.

Mi conclusión, en definitiva (y quizá lo que realmente trato de decir), es que la adicción merece la pena. Puede que padeciera una larga intoxicación, llevado por el entusiasmo que despierta el descubrimiento de un estupefaciente capaz de regalarnos tantos paraísos artificiales, pero una vez “controlada” esa adicción, la cosa cambia. Y por eso hoy llevo mi drogodependencia con orgullo. La he ido afinando con los años, aprendiendo a ser más selectivo, aprendiendo a abandonar una serie sin haberla terminado (como se abandonan los libros y algunas películas), aprendiendo a vivir con ella sin angustia, pero soy un adicto. En todo caso, ¿realmente podemos reprocharnos nuestra adicción a la literatura, al cine, a la música, al teatro, a conciertos y exposiciones, a los cómics… a cualquier expresión cultural? ¿Por qué iba entonces a reprocharme mi adicción seriófila, máxime cuando también responde a un deber laboral?

To be continued…

En la próxima entrega, hablaré de los efectos colaterales de mi adicción y de ciertas filias y fobias que se desprenden del post de Philipp…


¹Para un cálculo completo de mis horas frente a la pantalla, sea grande o pequeña, tendría que añadir el consumo cinematográfico, que sospecho que no es menor al televisivo, pero ese es otro capítulo, y realmente prefiero no hacerlo…