Jean-Marie Gustave Le Clézio (J. M. G Le Clézio, para los lectores) está al otro lado del teléfono. Se ha disculpado: “Mi español es callejero, nada culto”. Pero enseguida parte con dicción más o menos limpia hacia sus conocidos temas recurrentes: la interculturalidad, la diversidad, América Latina, África. El Nobel francés, autor de libros como La música del hambre o El pez dorado, está estos días en España; el fin de semana en el Hay Festival, de Segovia, y ahora en el Cosmopoética, de Córdoba, en donde comparte cartel con Herta Müller. Atiende a El Cultural tras la primera de sus intervenciones en la ciudad andaluza, desde donde viajará a París, y de ahí a China. “Soy un nómada”, dice. Su familia ya lo fue: emigrantes franceses en las Islas Mauricio. “Como todos los isleños, tuvieron que salir de su isla, y yo, desde mi niñez, me sentí preso en esa isla demasiado estrecha”.
Por eso viaja. O más exacto: se desplaza, se muda. “Estoy tres años aquí, cuatro allí, etc.” Y entiende la literatura, también, como un viaje no menos modesto: “Mi vida es un ahondar y un escribir al mismo tiempo; la escritura me permite seguir viajando: no viajo para escribir, es más bien al contrario. Por eso no suelo escribir de lugares en donde estoy”. El jurado del Nobel dijo de él que era el “escritor de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada”. “La definición es muy breve, pero estoy de acuerdo”, dice el autor de Urania. Varias veces se referirá, a lo largo de la entrevista, al poco espacio que hay para explicar el mundo. De hecho ha escrito 40 o 50 libros, no recuerda bien, y anuncia más. De joven tuvo sus devaneos experimentales, en la línea de Perec y del Oulipo. Pero pronto se desvinculó. Ocurrió algo: “Aquellas primeras obras se iban acumulando como nubes, y hubo un momento en que me sentí paralizado. No iba a ningún sitio y, de repente, no pude escribir más. Entonces viajé a América Latina y estuve viviendo algo más de tres años en la selva de Panamá. Me instalé con unos indígenas con los que al principio no podía comunicarme. Poco a poco aprendí el idioma local. Allí me ocurrieron cosas que darían para una larga historia, pero quizá la más importante se dio el día en que conocí a una señora de unos 40 años, soltera, que iba de una aldea a otra cantando, con voz muy fina, mitos que ella interpretaba sobre la marcha de un modo muy personal. Tuve la sensación de estar asistiendo al principio de la literatura. Era como un teatro primitivo. Aquella experiencia renovó mi confianza en lo que hacía”.
El escritor se refiere después a lo que llama “el misterio de la literatura”. Aquello que eleva a los poetas a un éxtasis místico -no en vano el misticismo, de distintas raíces, recorre toda su obra- que les hace conectar con los demás. El poder de ciertas ficciones: “En un ambiente muy difícil, la literatura se abre paso entre la gente, y esto ocurre en todas partes, y siempre igual, da lo mismo el lugar del mundo y la condición social de los hombres. Eso me lo han enseñado mis viajes”. Escritor precoz, fueron sus padres -uno inglés, la otra francesa- quienes le iniciaron en la letras. Los libros se los llevaba de un lugar a otro. “La mezcla de culturas es una riqueza para mí, es algo que siempre agradeceré a mis padres. Que mi familia emigrara a las Islas Mauricio fue fundamental en mi formación; allí presencié, por primera vez, lo que era el diálogo entre culturas”.
¿Se siente usted de algún lugar? Porque la crítica, a menudo, ha dado palos de ciego con Le Clézio: “Si uno identifica lengua con cultura, soy francés, no cabe duda. Para mí el idioma es importante, pero la literatura, que es lo que yo hago, trasciende el idioma, en primer lugar gracias a las traducciones. No importa la procedencia de los autores: lo importante es que un niño de cualquier lugar del mundo pueda leer El Quijote en su idioma”. Para el autor de Revoluciones, ganador con 23 años del prestigioso premio Renaudot, la literatura es encuentro, pues trata de lo universal. “Creo que el interculturalismo es el único modo de sobrevivir”, dice. Y da el método: “La educación es la clave, como lo es la literatura, que es el mejor modo que tenemos de encontrar a los demás; precisamente lo contrario al nacionalismo”.
Le Clézio menciona el mal que recorre Europa; pero, afirma, no le preocupa demasiado el avance del Frente Nacional -anteayer ultimaron su última conquista: dos escaños en el Senado francés- ni el auge de otros movimientos populistas que amenazan la unidad del viejo continente contra un enemigo común, y extranjero. Es optimista: “Son enfermedades pasajeras. Yo creo que son acontecimientos menores, es como una fiebre, algo que no puede durar. Morirá por su propio exceso. Es una ceguera, una enfermedad pasajera y no mortal. Europa está tan vinculada a otras culturas, está tan hecha de otros, que no puede tolerar movimientos de este tipo”. Pero no hace falta irse al colonialismo para rastrear el racismo europeo. ¿No es, más bien, una enfermedad que se reproduce? “Tenemos precedentes, y lo de ahora es peligroso, no hay duda. Y tampoco hay duda de que existen semejanzas con los años treinta europeos. Semejanzas que en Francia son muy notables. Pero precisamente la memoria de aquella época nos vacuna. Cuando estallaron los movimientos de extrema derecha en el siglo pasado, no había referencias. Por eso me cuesta creer que un partido como el Frente Nacional alcance el poder en Francia o en España, y mucho menos en Alemania”.
Dice Le Clézio que “cualquier nacionalismo es insostenible”. Y aprovecha para valorar el problema catalán, del que, sin embargo, reconoce no poseer “demasiados datos”: “Creo que es bueno respetar las identidades regionales. Es evidente que su identidad [la de Cataluña] no es la misma que la de Castilla, pero esa diferencia debería servir para unir, no para separar; eso sí, siempre teniendo en cuenta la voz de Cataluña en el resto del país”. Repite que la vacuna contra el radicalismo está, cómo dudarlo, en la educación, y hace de portavoz de la extravagante idea de un amigo suyo, el historiador mexicano Luis González: “Eduquemos a nuestros hijos no la historia de las batallas, no en una historia violenta, sino en la historia de los progresos de la humanidad. Enseñémosles cómo se inició la pesca, el cultivo, las técnicas hidráulicas. Solo así podremos evitar que sean seducidos por determinados cantos de sirena”.