¿Qué libro tiene entre manos?
En este instante, El gran golpe: el “caso Hedilla” o cómo Franco se quedó con Falange , de Joan María Thomas. Acabo de terminar el último libro de Luis Landero.
¿Cuál abandonó por imposible?
Yo abandono mucho, no le doy a un libro más de treinta páginas de crédito. Dejé el Ulises enseguida, pero he dejado muchísimos más, como La muerte de Artemio Cruz.
¿Con qué escritor le gustaría tomar un café mañana?
Con ninguno. Lo que más me gusta en este mundo es leer. Conocer escritores, sin embargo, forma parte de las cosas que no me interesan.
Cuéntenos alguna experiencia cultural que cambió su manera de ver la vida.
Cuando era pequeña, mi padre me llevaba al Museo del Prado los domingos por la mañana, me enseñaba sus cuadros favoritos, siempre los mismos, con las mismas palabras. Era como si él y yo estuviéramos solos en el mundo. Más tarde, iba a Las Ventas con él y sentía algo parecido.
¿Cuántas veces va al teatro al año?
Todas las que puedo, me gusta mucho el teatro, que es mi gran frustración. He intentado escribir muchas veces y nunca me ha salido bien. Desde entonces, me gusta todavía más.
¿Entiende, le emociona, el arte contemporáneo?
Cuando se mantiene dentro del marco físico del arte clásico, sí, absolutamente. Por ejemplo, la pintura en estos tiempos me parece una proeza en sí misma. Las performances, sin embargo, son una chorrada.
¿Cuál ha sido la última exposición que ha visitado? Ejerza por favor de crítico, en dos o tres líneas.
Hace diez días tuve el privilegio de visitar de noche la catedral de Toledo. Entré en la Sacristía y allí estaba, recién restaurado, el Expolio de El Greco, la espectacular mancha roja de la túnica de Cristo... Un dramatismo desequilibrado y por eso aún más asombroso.
¿De qué artista le gustaría tener una obra en su casa?
De muchísimos, naturalmente. Me encantaría tener un niño de Murillo, un retrato de Lucien Freud, un dibujo de Goya, un Kandinsky... Yo qué sé.
¿Qué música está escuchando? ¿Es de ipod o de vinilo?
Cuando escribo no escucho música. Necesito silencio. Pero cuando no escribo, suelo recurrir a Spotify (Premium, o sea, de pago) y escucho un poco de todo, mucha clásica, mucho flamenco, Leonard Cohen, y Javier Ruibal.
¿Le importa la crítica? ¿Le sirve para algo?
No me importa mucho, la verdad. Buenas o malas, las olvido deprisa. A sus autores los recuerdo más tiempo, eso sí.
¿Es usted de las que recela del cine español?
En absoluto. Veo mucho cine español porque me interesa lo que cuentan mis contemporáneos. Es mucho mejor de lo que dicen los ministros del gobierno de España. Y no sólo el de ahora, el de antes también.
¿Qué novela suya le gustaría ver en pantalla?
Inés y la alegría, porque escribí muchas versiones de un guión que al final me gustaba mucho, porque lié a dos amigos míos, la directora Azucena Rodríguez y el productor Gustavo Ferrada, para intentar hacerla, porque no hubo manera y es una espina que tengo clavada en el paladar...
¿Qué episodio de nuestro pasado reciente es una asignatura pendiente?
Creo que la peor asignatura pendiente es nuestro propio pasado reciente, ese miedo tan torpe, tan mezquino, a saber, a conocer, a descubrir verdades que nos dejan mal como país y que, por eso, es mejor no airear.
¿Qué libro debe leer el presidente del Gobierno?
Le recomendaría una ópera, Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny de Brecht y Kurt Weil. Podría invitar a Angela Merkel. Me encantaría oír sus comentarios a la salida.
¿Le gusta España? Denos sus razones.
Me gusta España porque es mía. Porque es un país capaz de lo peor pero también de lo mejor. Y porque lo mejor han sido siempre los españoles vulgares y corrientes.
Regálenos una idea para mejorar la situación cultural de nuestro país.
Una ley anti-piratería como la que tiene cualquiera de los países de nuestro entorno.
¿La mejor marca España?
Los españoles, es decir, esos que no pintan nada y con los que no cuenta nadie.