Luis Landero. Foto: Óscar Monzón
Ahora que los críticos de El Cultural han elegido su libro como el mejor de ficción en castellano, Landero (Badajoz, 1948) admite que “sólo” se trató de un “cansancio momentáneo de la ficción. La ficción cansa, el amor cansa, la música cansa, hasta la vida cansa a veces. Luego uno vuelve a enamorarse de las cosas. Así que regresaré a la novela, entre otras razones porque no tengo otro lugar adonde ir.” -¿Qué ha pasado para que la ficción española haya borrado los límites con la memoria? ¿Se han agotado las fuerzas, las posibilidades o la imaginación? -La novela siempre ha sido un género conquistador y colonizador, y en ella cabe todo, la poesía, el teatro, el ensayo, la música, la pintura, lo imaginado, lo soñado, lo leído y lo vivido. Todo. Ahora ha dado la casualidad de que algunos escritores españoles hemos coincidido en contar hechos verídicos. Pero la imaginación es inagotable. O dicho de otro modo: dejaremos de soñar y de imaginar cuando el hombre sea definitivamente feliz. Es decir, jamás. -Al leerlo, es inevitable recordar al fingidor de Pessoa, ese que “finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que en verdad siente”. Como en el episodio de la muerte de su padre... ¿Es también fingida sinceramente la sensación de vida no cumplida? -La verdad literaria es como la del actor: tiene que fingir, y fingir bien, con arte, para que sea verdadera. Del mismo modo la sinceridad es un logro, no un desahogo. Y en cuanto a las vidas no cumplidas… Bueno, el desnivel que hay entre los proyectos de la juventud y los logros de la madurez es abismal. De ahí nace la sensación de fracaso. Dichosos los que no le piden a la vida más de lo que la vida puede dar. -¿Ha resuelto al fin la duda que le ha acompañado toda su carrera sobre qué es lo esencial, “el cuento o la vida”? -Eso es insoluble. ¿Dónde está la vida, en los libros o en las películas, o en la calle? Yo a menudo he alcanzado una mayor plenitud vital leyendo que viviendo. He habitado en la isla de Robinson Crusoe, he amado a Emma Bovary, he cabalgado por la Mancha con don Quijote y Sancho…y lo he vivido tan intensamente o más que otras experiencias vitales. El cuento más la vida, ese es mi negocio. -¿A qué se refiere cuando habla de las reglas disparatadas del oficio de escritor? -Contradictorias más bien. En el curso de una mañana de escritura uno es un rey y un paria, pasando por todos los estados intermedios. Este es un oficio muy solitario, muy dado a los espejismos y a la incertidumbre. Pero a veces…ay, a veces, con la pluma en la mano, uno es el puto amo del mundo. -El libro tiene personajes conmovedores en su sencillez y honestidad: la abuela Frasca, su madre, el primo Paco, su padre... ¿qué fue lo más difícil y lo más hermoso de hacerlos “carne de libro”? -Todos esos personajes pasaron de la vida a las palabras con una facilidad pasmosa. Allí estaban todos, como si hubiesen sido personajes de novela desde siempre. Fue bonito y emocionante ver cómo cobraban nueva vida en las palabras. Lo único difícil acaso fue el control emotivo para no caer ni en el sentimentalismo ni en el patetismo. -Por cierto, sin la abuela Frasca ¿existiría el Landero narrador? -Sin mi abuela Frasca y sobre todo sin mi padre Cipriano, yo no sería escritor. Una me llenó la cabeza de cachivaches narrativos, y el otro me obligó a estudiar, es decir, a tratar con los libros. A ellos, y también a mi madre, les debo lo que soy -Si, como hizo Gregorio Manuel Guerrero con usted, ahora tuviera que orientar las lecturas de un joven, ¿qué libros le recomendaría? -Los buenos libros de ahora y de siempre. Los fáciles de leer los leen en casa. Los más arduos, como la Celestina o el Quijote, los leemos en clase. Pasajes seleccionados, leídos con buena voz y buen ritmo (un profesor tiene que ser un poco actor) y bien comentados. Que sepan que existe el Quijote, que se familiaricen con él y que conserven de él un buen recuerdo. Luego, ya llegará el momento de leerlo por su cuenta. -Por cierto, ¿cree que lo ha conseguido, que ahora es “gente gorda” como soñaba su padre, o siente que ya no se respeta y admira a los grandes escritores, a los intelectuales, como antes? -El escritor, y en general el intelectual, son figuras ya un tanto descatalogadas, y con un algo de anacrónicas. La vieja y noble cultura humanística va siendo desplazada por la cultura recreativa, que se rige por criterios mercantiles y cuya misión es solo entretener y divertir. Así que no, no he conseguido formar parte de la “gente gorda”. He llegado tarde a la fiesta, cuando ya solo quedaban las migajas del banquete. -¿Qué ve, qué le preocupa ahora, cuando mira el balcón en este invierno español tan duro? -Lo que ve todo el mundo: mucho parado y mucho sinvergüenza. Ahora empiezo a comprender aquello del “me duele España” de Unamuno, que siempre me pareció de un tremendismo trasnochado. Este país inspira por igual furia, dolor y aburrimiento. Pero hay en la sociedad una base sólida de democracia e ilustración sobre la cual se puede construir un país honesto y digno.
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