Se hace especialmente difícil, de un tiempo a esta parte, sobre todo desde que la “prescripción” cinematográfica ya no es dependencia exclusiva de las salas comerciales (los estrenos de los viernes), sino también de plataformas y otros circuitos de distribución alternativos, mantener un seguimiento fiable de la producción. Básicamente, no hay tiempo material para verlo todo, cuando, en principio, todo es digno de ser visto y reseñado: desde la película realizada con ínfimos medios hasta la última gran producción norteamericana. Hay que seleccionar. En este poblado paisaje, es muy fácil pasar por alto una película que podemos considerar importante o merecedora de atención, una joya que se pierde en el marasmo de la bisutería que generalmente ocupan las (multi)pantallas.
Y esta circunstancia se da no solo en el cine que nos llega de todos los rincones del mundo –considero que no hay que perderse, por ejemplo, la mauritana Timbuctú, de Abderrahmane Sissako, nominada al Oscar a Mejor Película Extranjera (se estrena el próximo 6 de febrero), y que casualmente pone en escena, con admirable sencillez poética, los nefastos efectos del yihadismo radical en una tranquila comunidad africana–, sino que ocurre también con el cine español, tan plural y fértil en estos tiempos que es muy difícil seguirle la pista. Llegan las nominaciones de los Goya, como cada año, y resulta que aún desconocemos varias producciones que la Academia ha tenido en consideración. Me quiero detener en una de ellas, A Esmorga, candidata al premio a Mejor Guion Adaptado, y que representa una verdadera revelación.
La película, dirigida por Ignacio Vilar, ha comenzado su peregrinaje por las salas gallegas, y a partir de marzo se estrenará en el resto del territorio nacional. En Galicia, de hecho, ha batido récords de audiencia. En su segunda semana de estreno se situó en el segundo puesto por recudación media por cine en toda España, a pesar de haberse estrenado con apenas 18 copias y en versión original en gallego. De hecho, es el primer filme rodado en gallego que logra una nominación a los Goya. Con toda justicia, en todo caso, pues el guion escrito por Ignacio Vilar y Carlos Asorey evoca con extraordinaria precisión el espíritu de la novela de Eduardo Blanco Amor en la que se inspira, y que próximamente reeditarán en castellano la editorial Galaxia y Via Lactea Films.
Como escribe el propio Blanco Amor en la novela, “una cosa es ver y otra reparar”, y eso es precisamente lo que demanda una pieza cinematográfica como A Esmorga, que reparemos en ella y experimentemos la odisea que nos propone, de la mano de tres intérpretes en estado de gracia –Miguel de Lira (Cibrán), Karra Elejalde (Bocas) y Antonio Durán ‘Morris’ (Milhomes)–, tres compañeros de juerga que emprenden una parranda de 24 horas por la ciudad de Ourense y alrededores, huyendo de sí mismos y del misterioso crimen que uno de ellos parece haber cometido, en un viaje de perdición que es al mismo tiempo un retrato sociológico de su tiempo –la posguerra española– y de las represiones y demonios que los destruyen.
Eduardo Blanco Amor (Orense, 1887-Vigo, 1979), que mantuvo una íntima amistad con Federico García Lorca (publicó sus Seis poemas galegos, 1935), fue postergado por la cultura oficial (era homosexual y republicano) a pesar de su extraordinario talento como novelista, dramaturgo, cuentista y periodista (fue corresponsal del diario argentino La Nación durante la guerra incivil española), y la novela A Esmorga (publicada en 1959 y, con una nueva edición, en 1970) supuso un punto de giro importante en el proceso de renovación de la narrativa gallega. Podríamos considerar esta obra como el Ulises gallego, una crónica de borrachera, locura y camaradería en tiempos de represión, que sustituye el Dublín de Joyce por el escenario ficticio de Auria, traslación literaria de Ourense en la obra de Blanco Amor, que retrata también en obras como la autobiográfica La catedral y el niño, Xente ao lonxe y Os biosbardos.
No es la primera vez que A Esmorga es llevada al cine. Gonzalo Suárez ya lo hizo en 1976 bajo el título La parranda, protagonizada por un memorable elenco: José Sacristán, José Luis Gómez, Antonio Ferrandis, Fernando Fernán-Gomez, Charo López, etc. Sin desmercer los méritos del autor de Remando al viento, lo cierto es que la película de Ignacio Vilar arroja una nueva luz sobre la novela, entendida como una experiencia de tránsito en la que crudeza y lirismo van de la mano, en la que el entorno por el que transitan los personajes es tan trascendente como ese constante fuera de campo (lo que ha ocurrido anteriormente) sobre el que se construye la historia. Se aprecia en cada fotograma el cariño, la dedicación, el rigor y el talento con el que los responsables de la película han emprendido esta parranda ourensana, volcando una suerte de naturalismo infrecuente en la pantalla, palpable no solo en las sublimes intepretaciones sino en la cualidad atmosférica y documental del filme.
A Esmorga es el relato de una odisea condenada que captura con naturaleza hiperrealista esa contrarreloj hacia la perdición de sus protagonistas. Sentimos en los huesos el infierno del que proceden y al que se dirigen, pues el trabajo de dirección nos permite respirar la vida y sentir el paso del tiempo en cada poro del filme. Vilar se acerca a la fuente literaria con un sutil sentido poético, poniendo en contraste el primitivismo y la brutalidad de la parranda con los escenarios semi-fantásticos que ocupan, como el retrato de un burdel o la presencia casi mágica de una mujer que deviene en maniquí. Devuelve así la novela de Blanco Amor al lugar que siempre le correspondió en el arte literario, confrontándose en el espejo del cine.