Leonardo Padura (La Habana, 1955), como todo autor que escribe desde Cuba, no escapa a su compleja circunstancia. Podría decirse que a ello ha dedicado toda su obra, en particular el libro que ahora presenta y, aún más, su anterior novela, Herejes (2013), de la que le interesa hablar por causas que nada tienen que ver con la literatura. “Entre el momento en que se edita una novela mía en España y el momento en que sale en Cuba pasa un año, más o menos”, cuenta el escritor. “Pero Herejes aún no ha salido aquí, me dicen, por problemas 'poligráficos'. Confío en que esa sea la verdadera razón y no se quiebre algo de lo que me siento muy satisfecho: mi relación con los lectores cubanos, con la gente que vive mi realidad y quiere leerla”.
Escritor, dígase entre comillas, “tolerado” por el régimen, Padura tiene en el exilio, y en esa frontera a menudo insalvable que separa el interior del exterior, uno de sus principales caladeros literarios. “El exilio es una condición que nos persigue, no solo ahora, sino a lo largo de toda nuestra historia”, afirma.
- ¿Usted nunca pensó en tomar también ese camino?
-Mi permanencia en el país fue el resultado de una decisión consciente y meditada. En los años más duros pensé en irme, pero me dije al final que no, que no quería vivir el desgarramiento del exilio y que trataría de hacer mi obra cubana desde dentro de la realidad de Cuba. Fue una decisión humana y literaria que asumí con todas las consecuencias.
Realidad homogénea
“Centrado en mi vorágine de amor y sexo -dice el narrador de uno de los relatos, “Nueve noches con Violeta del Río”-, vivía yo de espaldas a la magnitud de las tormentas que se habían desatado”. Es una de las constantes de Aquello estaba deseando ocurrir: los personajes padecen la realidad cubana, pero con suerte escapan al caer la noche. El escritor, sin embargo, prefiere matizarlo: esa huida, dice, es artificial, imaginaria. “Vivimos nuestra realidad de manera tan homogénea, tan para todos, que es casi imposible tomar distancia. Cuando había un apagón, era para todos; cuando no alcanza el arroz o cuando no se come carne, es para todos (o para casi todos). No es fácil escapar de esa red tan tupida en la que hemos vivido y en la que la política ha pasado a formar parte de la vida de la gente”.
-Algunos textos están escritos y ambientados en el periodo de excepción que siguió a la caída de la URSS. ¿Cómo era la vida en La Habana entonces?
-Fue una época terrible en que la vida se hizo muy difícil. Faltó la comida, la electricidad, el transporte, las medicinas, el dinero... Y mi generación lo sufrió de manera más drástica pues teníamos la responsabilidad de alimentar a nuestros hijos y de que nuestros padres no se quedaran ciegos por una neuropatía avitaminosa.
-Sin embargo, hubo cierto repunte de la creatividad, ¿no es así? Usted pertenece a esa generación de creadores.
-Sí; se distendió el peso del Estado y los creadores nos sentimos más libres y necesitados de soltar muchas de las cosas que llevábamos dentro. Entonces escribíamos, pintábamos, hacíamos música.
-Aquella crisis hirió a la Revolución, pero ni mucho menos la mató.
-Sí, y le puedo asegurar que a los cubanos nos embargó un sentimiento de derrota, sentimos que el futuro que nos habían prometido se esfumaba; aquello significó para muchos un mazazo en la frente y algunos optaron por el exilio, por el alcohol o por el desencanto.
Con todo, hoy Padura puede considerarse un privilegiado. Sale y entra del país con libertad, pasa la mitad del año fuera y posee el altavoz nada desdeñable de sus libros. En Cuba, además, su obra se viene publicando (más o menos), es leída, esperada, y hasta recibe premios importantes, como el Nacional de Literatura en 2012. ¿Cómo se logra un equilibrio así?
-Es un equilibrio extraño. Yo también recibo ataques, a veces bastante duros y arteros, pues a algunos les molesta que no piense igual que ellos o no escriba lo que ellos suponen que debería escribir. Y a veces recibo silencio y mi trabajo no es reseñado ni informado.
-¿Nunca le tentó la autocensura?
-Yo escribo con toda la libertad de que soy capaz. No le niego que en algún momento me he autocensurado, pero no siempre por razones políticas. A veces lo hago por la exigencia de ser políticamente correcto respecto a temas sociales, religiosos o sexuales en los que no quiero ser agresivo. En los años 80 era más cauteloso; ahora soy mucho más libre.
Agua por todas partes
-Los exiliados tienden a levantar un muro, a trazar una división muy clara entre los que se fueron de Cuba y los que se quedaron. ¿Lo considera injusto?
-Es tan injusto hacer esa división desde el exilio como hacerla desde Cuba. Pero ha sido una práctica frecuente, a menudo por filiaciones políticas y no por razones culturales. Creo, sin embargo, que esa división cada vez tiene menos peso y sentido. Para mí Eliseo Alberto siguió siendo mi amigo Lichi y su literatura, una pariente muy cercana de la mía. Y Abilio Estévez o Iván de la Nuez, que nunca serán catalanes, siguen siendo mis colegas y cuando escriben me hablan a mí, y espero que cuando yo lo haga les hable a ellos, como si estuviéramos todos juntos en La Habana, pues aquí están nuestras semillas y obsesiones mayores. ¿Por qué insistir en romper algo tan hermoso?
-Estar juntos en La Habana: esa parece una obsesión de todo escritor cubano, que, incluso desde el exilio, regresa siempre, en su literatura, a la isla.
-Eso es porque la pertenencia cultural cubana es muy fuerte. Las condiciones de nuestra vida insular son excesivamente magnéticas. Virgilio Piñera decía que estábamos condenados por la “maldita circunstancia del agua por todas partes”, por nuestra insularidad, que no es solo geográfica, ya que tiene mucho de mental, de sicológica... Pero además, cuando un escritor ya formado sale de su país, ¿puede reciclarse y convertirse en otra cosa? Creo que nadie, yéndose de Cuba, se va del todo e, incluso, muchos de los que se van se obsesionan más por Cuba que los que seguimos en la isla.
-¿Cuál es su balance del proceso de apertura de los últimos años? ¿Es real? ¿Ha facilitado el acceso a la cultura de la gente?
-Se han ganado espacios de libertad, sí, pero creo que no es suficiente. Todavía hay personas que deciden (o pretenden decidir) qué es lo que deben consumir culturalmente los ciudadanos. Pero es cierto que las tecnologías han abierto espacios alternativos. En Cuba circula semanalmente un “paquete” de programas televisivos y hasta de noticias que se distribuye en memorias y discos duros y que es altamente consumido. También circulan libros digitales, pirateados, que incluso son vendidos por emprendedores.