Román Piña
El escritor y editor publica Sacrificio (Salto de Página), una novela negra no del todo ortodoxa.
Pregunta.- Al comienzo, la estructura de Sacrificio y el personaje de Pablo Noguera responden a un planteamiento tradicional de la novela negra...
Respuesta.- Sí, tradicional e incluso tópico.
P.- Después esta estructura se va pervirtiendo, ¿no le parece?
R.- Es una de las primeras muestras que hay en el libro de apariencia falsa o intencionadamente equivoca. Aunque la sinopsis de la contraportada avisa de que es una falsa novela negra, a algún lector le parecerá ortodoxa. Alguien ha dicho que lo mío es mezclar colores y calores. No está mal visto, porque a mitad del libro la trama detectivesca deja de tener tanta importancia y casi se convierte en una novela de terror.
P.- ¿Le tenía ganas al género?
R.- Realmente no soy un lector de novela negra. Pero la historia consiste en una investigación por lo que no había más remedio que acudir al género.
P.- Sin embargo domina los recursos...
R.- La figura de Noguera es un poco tópica pero también hay algo de parodia. Estamos acostumbrados, por el cine y por las novelas clásicas, a que el protagonista sea un detective desecho y borrachín. Noguera sin embargo es un tipo bastante equilibrado y, aunque de primeras tiene bastante afición por el whisky, al final una botella le dura meses... Realmente lo que más me interesaba de Noguera era su historia de amor con Ifigenia, la secretaria del editor.
P.- ¿Por qué cree que está tan de moda en la actualidad la novela negra?
R.- Siempre ha tenido mucho tirón. Quizás porque es un género que resulta muy entretenido para los lectores que buscan evadirse. Si se edita mucha novela negra será porque hay demanda y se vende bien. Además es muy agradecido porque no se le exige ni mucha calidad estilística, ni que entre en temas de pensamiento densos. En este sentido espero haber sido infiel al género porque quería plantear ideas, no simplemente escribir sobre crímenes que hay que resolver.
P.- El personaje del editor, Raul Palmer, tiene ciertos paralelismos con usted...
R.- Aunque el objetivo era realizar una novela sin humor, con este personaje no he podido evitar jugar conmigo mismo y usar alguna situación que será divertida para quien conozca las claves y sepa asociarme con este profesor de latín metido a editor. Ciertamente, ahí hay un juego.
P.- Palmer pasa de cierto idealismo en el negocio a que solo le importe el éxito económico. ¿En qué grado pervierte el negocio editorial a la gente con buenas intenciones?
R.- No es algo que pueda establecer fácilmente. Es una parodia de mí mismo y no conozco ningún caso parecido de un editor idealista que acabe con esta carencia tan radical de escrúpulos. Lo habitual es el caso contrario porque el idealista normalmente es incorregible, aunque este idealismo le lleve al cierre de su empresa o de su proyecto. Las editoriales que funcionan por amor al arte puede que acaben teniendo una vida corta. El equilibrio es complicado.
P.- Palmer incluso recurre a prácticas dudosas para financiar su negocio...
R.- Es algo que muy a menudo me he preguntado y pienso que es una posibilidad real. ¿Las editoriales sanas, con una posición cómoda en el negocio, no tendrán un empresario detrás de ellas blanqueando dinero? Palmer hubiera preferido a un hotelero, pero no le queda otra que recurrir a un narcotraficante ruso.
P.- Este personaje también es un experto en cocinar éxitos...
R.- Busca fórmulas que presuntamente van a funcionar y de hecho de esto trata la novela, de crear un éxito literario. En La mala puta también se habla de este tema y, aunque no damos nombres, exponemos casos muy concretos como el de una editorial conocida, importante y seria que cocina libros porque necesita bombazos.
P.- ¿Cuál es su opinión sobre estas prácticas?
R.- No tengo mayor problema si se usan las herramientas adecuadas. Pero cuando metes en estos proyectos a escritores de verdad les estás insultando y humillando.
P.- ¿Esta visión de fondo del negocio editorial, que se comunica con La mala puta, es el motor del libro?
R.- No. La primera idea motora, que empezó a dar pie a la historia, fue el personaje de Horacio Topp. La posibilidad de que existiera alguien de esas características me planteó la posibilidad de someter la indefensión o minusvalía máxima al odio y al daño. A partir de ahí empecé a darle vueltas a otra idea, ya más filosófica, relacionada con el sentido del ensañamiento gratuito y empecé a ensayar con la crueldad física. Al final esto me ha llevado a otros temas como la inutilidad del líder, los pies de barro de todo ídolo y el fracaso de una sociedad que requiere de un cabecilla.
P.- ¿Horacio Topp está inspirado en alguien real?
R.- Las características físicas sí aunque con alguna mínima diferencia. Sin embargo tampoco conviene revelar mucho porque creo que uno de los momentos más interesantes de la novela se produce cuando el lector descubre cómo es Topp. No es un personaje inverosímil.
P.- ¿Te daba respeto pasarte con la carga más violenta o tétrica del relato?
R.- Sí, me daba un poco de miedo porque la sensibilidad del lector es imprevisible. Pero sentía que tenía que hacerlo e incluso, en una segunda revisión, recrudecí la violencia y las escenas de la tortura. Con ello buscaba la catarsis que exigía la conclusión.
P.- ¿Qué peligro tiene que un hombre se convierta en un líder de la magnitud de Topp?
R.- Hay líderes muchísimo más importantes en la realidad que mi personaje de ficción. El peligro es la alienación de la gente y a la incapacidad para tener un criterio propio, sobre todo si hablamos de líderes espirituales o políticos. No me preocupa el fanatismo hacia artistas, actores o estrellas del rock porque en el fondo no hay un discurso de pensamiento, solo un arte o un talento artístico. Pero el peligro de un líder espiritual o político es la falta de independencia y el sectarismo.
P.- Y, como diría Hemingway, ¿qué tal La mala puta?
R.- O está muriéndose o es una gran actriz. Es una pena que un libro escrito contra el éxito tenga éxito, pero estamos contentos (Miguel Dalmau, el coautor, y yo) porque hemos suscitado cierto debate. Lo más satisfactorio es el feedback que hemos tenido: esos lectores, sobre todo jóvenes escritores, que agradecen saber dónde realmente intentaban meterse.