Alejandro Zambra. Foto: Domenec Umbert

El escritor chileno publica Facsímil (Sexto Piso)

Es imposible decir qué clase de libro es Facsímil (Sexto Piso) de Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975). Ya ocurría con algunas de sus anteriores obras (Mis documentos, Bonsái), pero aquí la propuesta es, si cabe, y como él mismo reconoce en la entrevista que sigue, aún más radical. "Fácsimil quiere apartarse de la sombra protectora de la literatura", nos dice. El esqueleto es el de la Prueba de Aptitud Verbal que se aplicó en las universidades de Chile entre 1967 y 2002. Zambra plantea los ejercicios (distintos tests sobre organización e interpretación de textos, sobre planes de redacción, el uso de ilativos, comprensión lectora, etcétera) y, a partir de ahí, establece un juego ("parodia y luego parodias de mis parodias") que, sin embargo, y esto se nota enseguida, no se queda ni mucho menos en el artificio.



Pregunta.- ¿Se le ocurrió este libro -como podría parecer- mientras usted mismo se veía en el trance de superar la Prueba de Aptitud Verbal?

Respuesta.- No, si yo esa prueba la di hace mucho tiempo, veinte años atrás... A los dieciocho escribía poemas cortos, máximo de una plana. Escribir novelas, no. ¡Mucho rato sentado!



P.- De su anterior novela dijo que había supuesto "un buceo largo, introspectivo, múltiple y complejísimo". ¿Diría lo mismo de este libro o se trata de algo tan distinto que el proceso de creación cambia radicalmente?

R.- Suena pretencioso eso que dije, pero sí, diría lo mismo. Quizás falta agregar el gozo. Escribir siempre es un proceso radical, complejo y placentero. Yo boceteo mucho. A veces tengo planes, otras no. Pienso que el libro surge cuando el plan fracasa. Cuando ya no puedes imaginar el libro y por eso tienes que escribirlo, porque ya no es una idea, un "contenido" obediente y comunicable. La idea se desmorona y ya no existe sino como tensión, como indicio de búsqueda. En relación a Facsímil, estaba escribiendo un relato más convencional, pero en el camino surgió la alegría de la parodia, y el proyecto avanzó en varias direcciones. Pasaba días enteros escribiendo parodias y luego parodias de mis parodias... Un amigo que leyó esos ejercicios me dijo que era como si el autor de la prueba se hubiera vuelto loco.



P.- En el libro hay una comunicación mayor con la poesía que con la novela, me parece: ¿es así? ¿Qué papel juega la poesía, la lírica en su obra?

R.- Yo también pienso eso, pero no diría que Facsímil es poesía ni novela ni un libro de relatos. No quisiera marcar su recepción. Crecí leyendo poesía chilena, de ahí vengo, para bien o para mal. Sigue siendo la literatura que mejor conozco, la que más disfruto y la que más me interpela y duele, por así decirlo. La que más me importa.



P.- ¿Y el humor? ¿Entiende que es necesario hasta para expresar lo más grave?

R.- Para mí sí, en todas sus formas, partiendo de esa distancia leve, casi imperceptible, que nos permite trascender el desahogo. Pienso en esa película de ustedes, que acá casi nadie conoce, Amanece que no es poco, tan divertida y al mismo tiempo tan amarga y desoladora. Qué complicación si se te para el corazón.



P.- En un momento de la segunda parte, tras presentar varias historias que pueden contarse de distinto modo, de repente hay dos que solo pueden ser contadas de una manera. ¿Hay historias que no admiten variaciones, que solo pueden contarse de una forma?

R.- No creo. Escribir es olvidarse del plan de redacción. El estilo siempre desobedece las reglas. Pero a veces preferiríamos eso, es un deseo melancólico y turbulento. Y otras veces quisiéramos imaginar otras formas de contar las historias y nos encontramos de frente con los propios prejuicios, o con la barrera de lo expresable. Y ahí viene la poesía, como último recurso, como genuina resistencia.



P.- Reflexiona sobre la interpretación de los textos, de las historias, como en el caso de los gemelos Covarrubias, del que se deduce que nada es blanco o negro, que todo tiene matices y se presta a interpretaciones. ¿No es eso la literatura?

R.- Sí, yo pienso que la literatura siempre muestra alguna clase de complejidad y que siempre enfrenta alguna imposibilidad. No formula soluciones sino preguntas. No abogaría por el relativismo, es más complejo que eso. Es el deseo de multiplicarse enfrentado al deseo de tener un solo rostro. Por eso nunca me gustaron los libros afirmativos, donde alguien se glorifica, se salva solo. Creo que hay que mirarse y cuestionarse y hacerse pedazos y hundirse con los demás, en el mismo barco.



P.- ¿Se podría decir que la vida es tan compleja que "todas las respuestas son verdaderas"?

R.- Pienso que Facsímil es un libro contra la ilusión de una respuesta única. Y sobre el deseo de esa respuesta, el deseo ingenuo o visceral de una verdad. Quieren que aprendamos el plan de redacción, la forma única y correcta de hablar, de escribir, de usar los cubiertos en la mesa. Algunos obedecen, otros desobedecen, otros creen que desobedecen pero luego transmiten y avalan el mismo autoritarismo, el mismo dogmatismo que rechazaron. Pienso que escribir es desprogramarse. Descubrir hasta qué punto fuimos escritos y salirse de ese libro y empezar otro.



P.- Uno de los aspectos importantes de este libro es la reflexión que alberga sobre la propia escritura. ¿Crees, como se suele decir, que toda novela es en sí misma una reflexión sobre su creación?

R.- Sí. Me gusta esa idea. Pero no es una reflexión que se agote en la literatura, sobre todo en este caso. Yo veo Facsímil como un libro desprotegido, a la intemperie, apartado de la sombra protectora de la literatura. No tengo claro cómo puede leerse fuera de Chile. Esa prueba era como un género literario que aprendías o intentabas entender. Hay mucha gente en Chile que jamás se interesó por descifrar los mecanismos de la poesía o de la novela, pero que sí trató de entender esos ejercicios, pillarles la trampa, con un objetivo no estético sino del todo práctico: que te fuera bien en la prueba, entrar a la universidad, ojalá conseguir una beca que te permitiera no endeudarte de por vida para pagar el arancel. Muchos chilenos que no leen literatura o que se aburren, por ejemplo, con las convenciones de la novela realista, o que no podrían reconocer un endecasílabo, están, sin embargo, "preparados" para leer este libro. Esa dimensión que sale de lo literario siempre me interesó.



P.- Está un tema que ya ha tratado en libros anteriores: la dictadura chilena. En una entrevista dijo que era un ámbito de la historia descuidado por los narradores de su generación. ¿Ha cambiado esto? (aquí estoy pensando en La resta, de Alia Trabucco, que acaba de salir en España y gira, como sabrás, en torno a los muertos que dejó la dictadura).

R.- Aún no leo el libro de Alia Trabucco, tengo muchas ganas. Creo que había demasiado pudor y eso ha ido cambiando. En los últimos años se han publicado obras valiosas sobre la experiencia de mi generación, pero no las entiendo como libros "temáticos", sino como explosiones inevitables, personales, por eso mismo importantes. Creo que cada cual, de la generación que sea, debe escribir lo que quiera escribir, lo que no pueda evitar escribir. No hay temas preestablecidos ni obligatorios. Supongo que si escribiera algo ambientado en la Edad Media o un poema de amor, igual latiría ahí una imagen de Chile. Pero no creo en la escritura regida por temas o por ideas cerradas del estilo.



P.- Existe el dicho de "hablando se entiendo la gente", pero en su libro, por momentos, parece decirse también: "Mintiendo se entiende la gente". ¿Es la mentira o el fingimiento necesario para la convivencia?

R.- Cultivamos la ilusión de un diálogo, un simulacro de comunidad. Tengo la impresión de que en todos mis libros aparece la impostura, al menos desde Bonsái en adelante. Las grandes mentiras, consagradas y espoleadas por el sistema entero, y las mentiras mínimas y privadas, con frecuencia innecesarias y por eso decisivas, con las que apuramos una identidad. El amor al maquillaje.



P.- En alguno de los ejercicios reflexiona sobre la universidad, a la que ya no se va a pensar. "A ustedes no los educaron, los entrenaron", dice un personaje. ¿Es ese el principal problema de nuestra universidad, que tan solo está concebida como un entrenamiento para el mercado laboral?

R.- Yo pienso que sí, desde la primera infancia en adelante. Eso es lo que hay que cambiar. Si cambiara eso, cambiaría todo.