Fernando Sánchez Dragó
Este país de pícaros no tiene arreglo
10 marzo, 2015 01:00Fernando Sánchez Dragó. Foto: Antonio Heredia
El escritor publica La canción de Roldán (Planeta), una novela de no ficción que se adentra en la España de la corrupción
Pregunta.- ¿Cómo acaba Fernando Sánchez Dragó escribiendo sobre Luis Roldán, un personaje en principio tan ajeno a su obra?
Respuesta.- Yo no tenía la más mínima intención de escribir sobre Luis Roldán y ya en su día me interesé muy poco por el asunto porque mi mundo, tanto literario como real, es otro. Sin embargo, su historia se me empezó a enredar en los tobillos y por más que lo intentaba no conseguía sacudírmela. Todo comenzó nada menos que en Laos, país en el que nunca estuvo Luis Roldán pero en el que yo sí estaba. Y en el archipiélago de las 4.000 islas, en Mekong, cerca de Camboya, me alojé en un bungaló flotante y el encargado del hotel, que era laosiano, al ver mi pasaporte español, me preguntó por un mafioso muy conocido de hace como 10 años que había provocado que vinieran muchos turistas españoles a la zona. Yo no caía en quién sería ese mafioso pero de repente ¡Tate! Roldán, claro. Aquello me hizo gracia y publiqué una columna festiva y graciosa en El Mundo que se llamaba ‘La canción de Roldán'.
P.- ¿Y qué fue lo siguiente que ocurrió?
R.- Vuelvo a España y me voy a Moscú a ver el Teatro de los Gatos, ya sabes que soy muy gatuno... Es difícil ir, tiene prestigio internacional y las entradas hay que sacarlas con mucha antelación pero Daniel Utrilla, ex corresponsal de El Mundo, se hizo con dos y allí nos fuimos. Sentados delante de nosotros había una pareja de españoles con la que trabamos cierta relación y una vez acabada la función nos fuimos a tomar una copa. Ya en el mismo teatro Daniel me había dado un codazo y me había dicho que era Roldán, yo no me había dado cuenta. Estuvimos juntos como una hora y media y ahí quedó la cosa.
P.- Sin saberlo se estaba usted metiendo en una buena aventura...
R.- Efectivamente. Cuando vuelvo a Madrid me llama un alto directivo de la Editorial Planeta y me comentan que habían llegado a algún tipo de acuerdo con Roldán por lo que éste se comprometía a contar todo lo que sabía y a entregar los documentos que estaban en su poder... Y se había pensado que la persona indicada para escribir ese libro era yo. Me quedé estupefacto. ¿Yo que nunca he escrito cosas de estas y que mi obra gira completamente alrededor de mi vida, de mis amores, de mis guerras, de mis viajes, de mis misticismos, de mis orientes...? Pero me picó el asunto.
P.- ¿No tuvo nada que ver Roldán en esto?
R.- Mi nombre lo había sugerido él. No por nada en especial. Acabábamos de conocernos, habíamos hecho buenas migas gracias a los gatos y por eso dijo Dragó. Así me vi envuelto en esta historia.
P.- ¿Se resistió mucho tiempo a ponerse manos a la obra?
R.- Mi primera respuesta fue que no pero, como ya te dije, me picó la curiosidad. Me fui a ver a Roldán a Zaragoza y ahí ya empecé a darme cuenta de que era un desafío literario completamente nuevo para una persona que tenía 75 años y 39 libros en su haber y me fue picando, picando, picando... El momento determinante se produjo cuando me entregó sus diarios, un testimonio impresionante de su día a día durante 10 años de aislamiento penitenciario en la cárcel de Brieva. Roldán no los había escrito para nadie por lo que son documentos de absoluta credibilidad. Nadie los había leído nunca ni siquiera el propio autor que se sorprendía con las cosas que yo le contaba que había escrito y que había olvidado. No estaban escritos para ajustar cuentas, ni para denunciar, ni para vengarse, ni para nada de eso. Es una simple manifestación de cómo vivió Roldán aquellos años y un documento literario impresionante. Me empiezo a meter en ellos, con mucha dificultad porque eran miles de páginas escritas a mano. Y eso me lleva al mayor lío de mi vida. No ya de mi vida literaria sino de mi vida en general y eso que me he metido en bastantes.
P.- Roldán no era un hombre extraordinario en ningún sentido pero se convirtió en uno de los delincuente más célebres de la historia reciente de España... ¿Lo que le ocurrió a él podría habernos pasado a cualquiera?
R.- Roldán era un hombre de lo más ordinario y vulgar, un Juan Pérez... Durante gran parte de la novela lo describo como un Botejara. ¿Por qué se convierte en delincuente de tanto fuste? En primer lugar porque su delito lo perpetra nada menos que el director general de la Guardia Civil que en España es el símbolo de la honradez, de la defensa de la ley, del Estado de Derecho... Y al mismo tiempo, y esta es la pregunta atroz que sobrevuela el libro, es que efectivamente cualquier persona puede ser Roldán. Yo pude ser Roldán y desde luego todas esas personas que se van a protestar delante de la sede del PP o del PSOE agitando sobres también. Es el viejo problema que plantea Hanna Arendt como la trivialidad del mal en torno a cómo los Kapos de los campos de concentración nazi llegaron a cometer las barbaridades que cometieron. Lo de Roldán es la trivialidad del mal, un individuo que no es un psicópata, que no es un delincuente congénito, que es un individuo de lo más ordinario y de lo más normal, y que se convierte en un delincuente de altos vuelos.
P.- Reflexionar sobre estos temas le afectó a usted profundamente...
R.- Sí, y mi crisis existencial es muy importante en el libro porque media novela soy yo. Por una parte, me di cuenta de que nadie está libre de la depravación que anida en el corazón del ser humano, todos estamos expuestos a comportarnos contrariamente a la decencia, el decoro, la dignidad y la ética... Repasando mi propia vida, aunque no he robado dinero, me doy cuenta de que no siempre he actuado como debería y por tanto descubro que contando la historia de Roldán estoy contando también mi historia y la historia de todos los seres humanos y al mismo tiempo, dibujándose al trasluz, estoy trazando el rostro de la España podrida y picaresca. Pero hay otro motivo que me conduce a esa crisis y es el hecho de que no encuentro armas literarias para librar la batalla de esta novela pese a mi experiencia, los premios... Y me vengo abajo. Pero lucho y forcejeo hasta que de repente... Es como cuando vas en una avioneta pisando el acelerador pero no despega, ves cómo se te viene encima el bosque y no despega hasta el último momento justo cuando pensabas que te ibas a estampar. Eso me ocurrió a mí. A mitad del libro, cuando llevaba año y medio largo embarcado en el libro empecé a sentirme cómodo y feliz.
P.- ¿Por qué se condenó a Roldán a padecer ese aislamiento penitenciario sin parangón en España?
R.- Hubo un ensañamiento judicial, mediático, político e incluso social evidente. Su error fue convertirse en un fugitivo y, claro, un fugitivo o un muerto son la percha ideal para que se le cuelguen todos los delitos posibles e imposibles y para que se les convierta en chivo expiatorio de una situación de corrupción generalizada. Los demás no es que salieran de rositas pero sus condenas fueron leves y no fueron objetos de la demonización tremenda a la que fue sometido Roldán. Nadie ha vivido 10 años de aislamiento penitenciario en la historia de España. Además se le fueron negando beneficios que normalmente se conceden a otros presos porque intervenía el poder político. Él pagó un pato muchísimo más caro que el que pagarón el resto de sus compañeros de delito.
P.- ¿Cree que de alguna manera, y pese a las dramáticas consecuencias físicas y psicológicas, este encierro sirvió a Roldán para redimirse?
R.- Sin la más mínima duda. Roldán en estos momentos es una persona decente y normal. En la cárcel, sometido a la prueba de fuego de la soledad extrema, se arrepintió poco a poco... Estuvo a punto de suicidarse en un montón de ocasiones como reflejan sus diarios. ¿Qué es lo que le salvó? Roldán se convierte en una piltrafa humana en la cárcel, su identidad y su personalidad se desmoronan, pierde su ideología y su interés por la política, su fe en España... También la relación con todo su mundo y en especial con su mujer de entonces que se convierte en la inevitable antagonista de esta tragedia. El matrimonio, poco a poco, se va desmoronando al igual que la relación con sus hijos. El desplome de Roldan es absoluto. Llega a ras del suelo. Más bajo no se puede caer y ahí de repente empieza poquito a poco, a través de un proceso muy complejo, a erguirse.
P.- ¿Cómo se desarrolló ese proceso?
R.- En primer lugar, a pesar de que era un hombre débil y frágil, aguantó. Hubo en él un principio de firmeza y de entereza. Después por la lectura. Luis Roldán es un claro ejemplo de cómo la cultura es un instrumento de redención del ser humano. Su diario es en gran medida un diario de lecturas, de reflexiones sobre lo que va leyendo. Se interesa desde Aristóteles hasta nuestros días, prácticamente por toda la historia de la literatura y el pensamiento universal. Un momento crucial en su evolución se produce cuando lee La fenomenología del espíritu de Hegel, uno de los libros más importantes y más difíciles de leer de la historia del pensamiento. Hegel traza la línea de la conciencia infeliz y Roldan se da cuenta de que se ha convertido en un infame delincuente. A partir de ahí se produce un mecanismo de catarsis. También, gracias al Páter de Brieva, se reencuentra con Dios, no con el Dios cristiano sino con el de sus años infantiles. Ese es otro elemento de su expiación y redención como también lo es su actual mujer, Natasha. Estoy convencido de que Roldán sin ella, una vez puesto en libertad, se habría suicidado.
P.- El tema de la corrupción ha vuelto a estar candente en los últimos tiempos... ¿Acabará España alguna día con esa lacra?
R.- Soy muy pesimista, antropológicamente pesimista. Yo creo que los seres humanos en líneas generales, salvo excepciones, son animales depredadores. Si ese ser humano, además de humano, es ibérico, tiende más a la corrupción, a la depredación... España es un país donde el pícaro es un modelo y eso te lleva a una terrible visión del país. Lo que cuento en la novela está ya en el Siglo de Oro: en Lope, en Quevedo, en Cervantes... El lío del Conde-Duque y tantos otros... Forma parte de la historia de España. Durante tres años, unas 10 horas al día sin concederme un respiro, me he sumergido en un libro que dibuja el rostro de la España prohibida y corrupta en la que estamos inmersos hasta el cuello. La diferencia entre ahora y el Siglo de Oro es que entonces España era un país paupérrimo y solo se robaban peras y ahora se roban millones de euros y se los llevan a Suiza. La situación es muy parecida: la mentalidad, el carácter, la psicología... Mi veredicto es que este país no tiene arreglo y que por mucho que castiguemos a los criminales estos van a seguir perpetrando sus crímenes.