Joan Margarit. Foto: Antonio Moreno.

El poeta publica Amar es dónde, su último poemario, en versión bilingüe en catalán y castellano.

Joan Margarit (Sanahuja, Lérida, 1938) tiene ya esa edad en la que “el futuro es muy pequeño y muy grande el pasado” y ya no pierde el tiempo en aprender cosas nuevas -“es imposible a mi edad”, asegura-. Sí emprende, no obstante, nuevos proyectos. Visor acaba de publicar una versión bilingüe en catalán y castellano de su último poemario, Amar es dónde (Des d'on tornar a estimar según el original publicado hace dos meses por la editorial Proa), y dentro de un mes verá la luz Todos los poemas (en Austral), una antología de su poesía entre 1975 y 2012, por primera vez en español. El arquitecto y poeta, Premio Nacional de Poesía y Premio Nacional de Literatura de la Generalidad de Cataluña en 2008, nos da las claves del momento poético que vive y nos habla del mundo -político y cultural, sobre todo- con el filtro de la lucidez descreída de sus 77 años. Pregunta.- ¿Cómo llegó a la idea de que el amor es un lugar, que da título a este Amar es dónde? Respuesta.- Es una conclusión poética y, por tanto, de difícil explicación. En cualquier caso, el primer poema es el que aporta lo más parecido a una explicación de esta idea, con ese personaje que va en un tren y, de repente, ve un paisaje que le altera, que le llega a lo más hondo. ¿Es excepcionalmente bello? No, es vulgar como cualquier otro, pero por alguna razón despierta algo que hay en el interior del observador. P.- En el epílogo dice que con la vejez llega la indiferencia, entendida como algo positivo. ¿Es una herramienta útil para descartar lo accesorio, lo superfluo? R.- Exacto. Lo superfluo son los mitos, que proceden de la más remota existencia de la humanidad, y a la vez forman parte de nuestra cotidianidad. Un ejemplo de mito que se dice constantemente es que de los errores se aprende, pero es mentira. No aprendemos de los errores porque la vida transcurre a una velocidad de vértigo, es una autopista sin salidas laterales. Cuando descubres que has cometido un error y piensas cómo aprender de él, ya estás cometiendo el siguiente. O como cuando un político dice “tengo una hoja de ruta”. ¿Qué vas a tener! No existe ni una sola hoja de ruta en el universo. Nos salva más la verdad que la mentira, aunque esté bellamente dicha, como en los mitos. P.- Entonces, ¿con qué ojos mira el mundo hoy? R.- Con los de un viejo, en el sentido estricto de la palabra. Otra mentira habitual es que, cuando dices que eres un viejo, te digan: “No, hombre, usted no es viejo”. Sí que lo soy, un viejo de 77 años. No estoy enfermo y puedo caminar, pero el significado de la palabra “vejez” es muy sencilla: tengo muy pequeñito el futuro y muy grande el pasado. P.- ¿Y la política cultural, cómo la ve? R.- Ya es hora de que la creación -literaria, plástica o filosófica- esté al margen del poder. Basta de ministerios de cultura. A la cultura le va mejor sola que con ellos. Una cosa es la educación y el aprendizaje de la cultura, pero a la cultura en sí, que la dejen en paz. P.- ¿Quiere decir que la cultura es autosuficiente, que no necesita subvenciones? R.- ¡Si la cultura no es autosuficiente no es nada! Fuera las subvenciones, ¿acaso las tuvieron Van Gogh o Baudelaire? Recuerdo una anécdota de Felipe González, cuando ya no era presidente. En un viaje a Finlandia, lo atendió como guía una chica joven de la diplomacia finlandesa. Él le preguntó: “¿Cómo siendo tan joven se ha decidido usted por la diplomacia, que es una cosa de viejos?”. Ella le contestó: “Es que la nota no me llegaba para ser maestra”. Aquí deberíamos tomar ejemplo. La mayoría de los maestros españoles no ha leído un poema en su vida. P.- En este libro escribe los poemas en catalán y en castellano. ¿Cómo combina ambos idiomas cuando escribe? R.- No conozco ningún poeta que no escribiera en su lengua materna, porque si la cultura es una catedral, la poesía debe salir directamente desde la cripta. A mí solo me enseñó catalán mi abuela, y en el colegio me obligaban a “hablar en cristiano”. Así que cuando empecé a escribir, con 18 años, opté por el castellano porque era la lengua en la que me habían educado. Fue un fracaso hasta que recuperé el catalán. Ahora mantengo los dos. Cuando nace el poema, antes incluso de convertirse en palabras, me pongo con las dos lenguas a la vez. En un poema de mi libro anterior, escribí que la fuerza del castellano me ahoga, pero él no tiene ninguna culpa de su fuerza, y de mi debilidad todavía menos. En fin, dejemos las lenguas en paz, que ha sido siempre la gran reivindicación catalana. Si el gobierno central hubiese respetado la lengua catalana, hoy no estaríamos así. En un conflicto, la parte más poderosa tiene que poner más de su parte para alcanzar la paz. Pero los políticos de este país son unos ignorantes. Necesitamos políticos cultos o, al menos, que se hayan leído el Quijote. Pero ni eso. P.- En uno de estos poemas dice: “De joven pretendía que nunca mis poemas fueran literatura”. ¿A qué se refiere? R.- Aunque es algo imposible, porque evidentemente la poesía es literatura, lo que quieren decir estas palabras es que yo en aquella época quería que mis poemas no tuvieran los adornos que estaban de moda. En los 50 empezó esta moda iniciada por Gil de Biedma del poeta que salía por la noche, estaba solo, bebía y llegaba a casa hecho polvo. Esto ha continuado y todavía hay un montón de poetas escribiendo sobre esta bobada. Una bobada sobre la que Gil de Biedma escribía estupendamente. También pasa, yéndonos al otro extremo, con Jorge Manrique. Tiene un par de cosas maravillosas, sobre todo las coplas a la muerte de su padre. Todo lo demás no vale nada, porque siguió la moda de la época, que era todo aquel rollo del amor no correspondido. Los poetas que escriben sobre lo que está de moda en su tiempo no valen nada. P.- También defiende que la poesía debe hablarle directamente a un “tú” individual, y que “todo lo que es gregario tiene a sustentar el menosprecio”. R.- Por eso la poesía social fue un desastre. La única parte que se ha mantenido es la que también habla al “tú”, lo mejor de Blas de Otero.