Juan Mayorga. Foto: Sergio Enríquez Nistal
El director y autor estrena en el Avilés Reikiavik, sobre el duelo de ajedrez entre Fischer y Spasski
Pregunta.- ¿Qué le atrajo de aquel duelo ajedrecístico?
Respuesta.- La batalla de Reikiavik fue una miniatura de la Guerra Fría. Pero más allá de eso, fue el encuentro de dos seres humanos fascinantes. Dos genios que, después de haber representado a los países más poderosos del mundo, acabaron en el exilio. Por lo demás, amo el ajedrez, y siempre que veo a dos personas practicándolo siento envidia. El ajedrez es memoria e imaginación, como el teatro y la vida.
P.- ¿Cómo ha planteado la puesta en escena?
R.- De una forma ajedrecística en un doble sentido: por un lado, porque Bailén y Waterloo ponen personajes en juego como si moviesen piezas en un tablero; por otro, porque esos personajes ocupan el espacio conforme a la simetría radial característica del ajedrez, aunque aquí lo que se enfrentan no son blancas y negras sino los mundos de Spasski y Fischer. No se trata de teatro historicista o documental. No aspiramos a contar lo sucedido tal como fue, sino como se lo imaginan unos hombres para los que representar -cada vez de forma distinta- lo sucedido en Reikiavik se ha convertido en la pasión de sus vidas. No buscamos competir con los historiadores, sino presentar una mentira que, sin embargo, es en algún sentido verdad. Está basada, además, en el buen hacer de tres grandes actores y en su capacidad para convocar la complicidad del espectador.
P.- ¿Cómo ha superpuesto la multiplicidad de personajes?
R.- César, Daniel y Elena apenas utilizan elementos de atrezzo -un sombrero, una gorra, una bufanda, unas gafas, un pendiente-. Construyen los distintos personajes con la voz y el gesto y, sobre todo, con la fantasía del espectador. Se trata de hacer sencillo lo complejo y, sobre todo, de que actores y espectadores gocen con ello.
César Sarachu, Elena Rayos y Daniel Albaladejo en "Reikiavik". Foto: Malou Bergman
P.- ¿Qué mensaje o si se quiere "moraleja" tendría Reikiavik?R.- El teatro en el que creo debe ofrecer acción y emoción, poesía y pensamiento. Eso es lo que he buscado en Reikiavik. El mensaje será el que quiera encontrar cada espectador, y será distinto para cada persona.
P.- ¿Realizar en esta obra un juicio al mundo contemporáneo?
R.- No hago teatro para juzgar, sino para comprender. Intento comprender quiénes fueron Fischer y Spasski y, sobre todo, quiénes son Waterloo, Bailén y ese muchacho que, en lugar de seguir caminando hacia el colegio, elige incorporarse al juego. Intento comprender quién soy yo.
P.- ¿Qué papel juega el muchacho interpretado por Elena Rayos?
R.- Ese muchacho -o muchacha- es un personaje fundamental. Waterloo quiere ver en él un heredero, pero para que lo sea tendrá que ser aceptado por Bailén, quien lo somete a examen. Además, es de algún modo el representante del espectador. Elena ha sabido darle una presencia decisiva.
P.- Waterloo y Bailén, ¿por qué estos nombres?
R.- Son nombres elegidos por los propios personajes, cada uno de los cuales no sabe cómo es la vida del otro fuera del espacio de juego. Se trata, como es sabido, de dos derrotas napoleónicas.
P.- ¿Se siente satisfecho del teatro español en estos momentos?
R.- Cada temporada hay varios espectáculos artísticamente importantes. Pero no podemos sentirnos satisfechos, porque queda mucho por hacer. Hay muchos asuntos sobre los que hablar, muchos lenguajes que explorar, muchas preguntas que hacer…