Definitivamente, Paolo Giordano (Turín, 1982) es el yerno con el que toda mujer soñaría. Rubio, pulcro, con una bondadosa mirada azul, extremadamente educado y vestido con clasicismo sin caer en la ñoñería. Como única licencia a la coquetería luce un espléndido ejemplar Jaeger Le Coultre en su muñeca izquierda.
Me cuenta que acaba de participar en un encuentro, dentro del marco de Kosmópolis, en el que se habló sobre el Microcosmos Familiar, el tema que sin duda es el favorito de Giordano desde que, en 2008, arrasó en Europa entera con su conmovedora novela, La soledad de los números primos, la primera obra de este licenciado en Física Cuántica que dice haber trasladado la precisión de las fórmulas físicas a una prosa distante, elegante y meticulosa con la que describe los innumerables tormentos del alma humana.
-¿Es difícil volver a escribir después de un éxito tan fulgurante como el que usted obtuvo con su primera novela?
-Mi primer libro fue una gran sorpresa, es verdad, y eso por un lado fue muy grato y por otro me encadenó a una nueva realidad. Y hoy lo que hago es luchar contra esas consecuencias, contra esa presión de volver a escribir algo que esté a la altura de lo que se espera de mí. Se crea una imagen y hay que independizarse de ella. Y eso hay que conseguirlo también en la cabeza del lector. La posibilidad de escribir un nuevo libro con el mismo éxito no me lo planteo, porque sería un suicidio para mí. Aquello fue el resultado de un momento y una sensibilidad muy especial.
-¿Por qué le resulta tan inspiradora la familia?
-La familia es un concepto muy amplio, que puede declinarse de maneras muy diversas. Podemos hablar de ella y reflexionar sobre ella durante toda la vida. Es una manera de entender dinámicas sociales y políticas más complejas. Por ejemplo, en El cuerpo humano, mi segunda novela conseguí entender ciertos aspectos de la guerra cuando la reduje y la circunscribí al ámbito familiar.
-¿Analizar las relaciones familiares es un buen ejercicio para bucear en el alma humana?
-Sin duda, porque de la familia uno nunca se escapa. La familia nos define, marca nuestra manera de estar en el mundo. No podemos huir de la idea de familia. A lo mejor nos escapamos de la nuestra, pero en seguida nos inventamos y creamos otra porque en definitiva no se trata de lazos de sangre sino de lazos de afectos.
-¿Hay elementos autobiográficos en esta novela suya?
-Sí, desde luego. La señora A existió, fue alguien real que vivió en mi casa durante varios años. Cuando cayó enferma tomé muchas notas, porque quería apresar recuerdos y emociones reales, pero no fue hasta un año después de su muerte cuando empecé a escribir. Yo la había conocido de adulto, porque había sido la primera "tata" de mi mujer. Ella fue testigo de nuestra relación sentimental, y una persona fundamental en la estabilidad y consolidación de nuestro matrimonio. Cuidó a nuestro hijo y pasó muchas experiencias junto a nosotros.
-O sea que en realidad es un arquetipo.
-De alguna manera sí, representa a todas las "tatas" que hemos tenido los que pertenecemos a una determinada clase social. A mí siempre me ha perturbado el hecho de que ellas siempre han sabido mucho de nosotros y nuestras familias, prácticamente todo. Mientras que nosotros sabemos muy poco de ellas. Esta relación asimétrica siempre me ha incomodado.
-Hay un rasgo que llama mucho la atención en sus novelas, y es el estilo. Usted habla de cosas muy íntimas y muy conmovedoras, pero lo hace con un lenguaje distante y aséptico.
-El mejor momento de la escritura es cuando empiezas a narrar después de que los hechos hayan ocurrido y se hayan cimentado. Ahí es más fácil coger distancia. Además yo corrijo muchísimo, porque busco un estilo directo, que es mucho más difícil de elaborar que el ornamentado y barroco. Para mí la verdadera belleza de las palabras está en esa manera limpia y depurada de narrar.
-¿Cómo diseña sus personajes?
-Siempre, en todas mis novelas, he partido de aspectos míos que voy distribuyendo entre distintos personajes. En esta última novela el protagonista es físico, como yo. En el fondo soy yo si hubiera decidido dedicarme a la física. Y todo ello lo mezclo con literatura. En realidad el papel de la experiencia personal está sobrevalorado en la escritura. Por ejemplo, el personaje de la señora A está inspirado en un personaje real y mezclado con un personaje de Flaubert. En general la vida literaria es más rica que la real.
-¿Qué es para usted lo más difícil a la hora de ponerse a escribir una novela?
-Todo, a mí escribir me resulta extenuante. Yo empiezo por buscar el tono, que es lo que arrastra al lector, y una vez lo encuentro entonces ya empiezo a pensar en historias para ser contadas. Luego ya vienen los personajes y la documentación, que son momentos caóticos pero necesarios para cuajar ese tono. Yo dedico muchísimo tiempo a escribir, y me cunde muy poco porque en una semana son pocas las páginas buenas que escribo. No soy de cumplir horarios fijos, pero paso mis días sólo, encerrado en mi estudio, porque necesito estar muy aislado. La escritura es muy obsesiva.
-¿Y qué me dice de sus referencias literarias?
-Gran parte del trabajo de escritura consiste en crearse una constelación de referencias, que cambia con cada proyecto. Y luego hay autores que siempre están ahí, a los que vuelves continuamente, como J. D. Salinger, Charles Dickens, Cesare Pavese, Primo Levy o Alice Munro.