Juan Manuel de Prada.

El escritor expone su diagnóstico de la situación política española en Dinero, demogresca y otros podemonios (Temas de Hoy).

El siempre polémico Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) dice sentirse cada vez más arrinconado a causa de las tesis políticas y morales que defiende públicamente, muchas de las cuales recoge ahora en el libro Dinero, demogresca y otros podemonios (Temas de Hoy). En él se propone desvelar las estrategias que emplea el "poder inmenso y tutelar" que gobierna el mundo, profetizado por Tocqueville, para convertir a los pueblos en "un hervidero de pulgones a los que se halaga con conexión wifi y derechos de bragueta".



Pregunta.- El primer problema que identifica como causante de nuestros males es el abandono de la tradición para que los individuos seamos "carne de ingeniería social". ¿Qué es la tradición en el caso español?

Respuesta.- Está marcada en diversos ámbitos: la religión católica, una tradición histórica que cristaliza en la proyección hacia América y el combate con el europeísmo, una tradición cultural formada por nuestros clásicos y nuestra historia política. Todo eso se ha ido erosionando hasta hacerse añicos. Hoy la gente no se reconoce en nada de lo que ha vertebrado nuestra historia.



P.- ¿Eso es porque nos da vergüenza ser españoles?

R.- Tenemos la leyenda negra muy interiorizada. Como decía el poeta Joaquín Bartrina, si oyes a alguien hablar mal de España, es español. Tenemos una especie de complejo de atrasados, que a menudo los propios intelectuales españoles se han encargado de divulgarla a causa de su resentimiento personal y su fracaso. Es inverosímil que un país que ha dado a Santa Teresa, a Cervantes y a Velázquez sea atrasado. Lo que ocurre es que España ha adoptado el concepto de civilización que han impuesto sus enemigos y que requiere tener grandes genios en el campo de la ciencia y la técnica.



P- El "poder tutelar e inmenso que se adueña de los pueblos sin tradición" ¿es identificable? ¿Tiene una cabeza contra la que se pueda apuntar?

R.- En el libro cito a Donoso Cortés, que decía que en la antigüedad los tiranos eran muy crueles pero se les podía combatir porque eran locales. Con el Nuevo Orden Mundial, los pueblos son hormigueros cuyos representantes políticos, bajo una fachada democrática, son lacayos del dinero.



P.- Además de una parte del título, dedica un capítulo a Podemos y a la falta de argumentos que tienen los partidos tradicionales para enfrentarse a la nueva formación política. De hecho, usted coincide con muchas de sus ideas. ¿Qué le acerca, pues, y qué le separa del partido de Pablo Iglesias?

R.- Podemos da voz a la rabia, a la náusea que surge en los espíritus sensibles al ver que se ha pervertido el principio de representación democrática. El sistema político está ahora al servicio de la usura internacional, de grandes organismos y corporaciones. A cambio, se le da a la gente la golosina de unos derechos y libertades totalmente vacíos. Al final se reducen a unos derechos de bragueta que embrutecen al pueblo con el hedonismo, como ha hecho siempre el poder a lo largo de la Historia. El clima del que surge Podemos es el sentimiento de defraudación de los jóvenes, a quienes se les hizo creer que iban a ser los reyes del mambo y en realidad son unos parias en paro o con trabajos miserables y sueldos lastimosos. Pero Podemos parte de errores de fondo. Por ejemplo, pide más subvenciones al Estado, más morfina para la gente, que supondría un mayor sometimiento a ese poder inmenso del que hablaba Tocqueville. En definitiva, Podemos es la repetición de la respuesta marxista al capitalismo.



P.- Hace seis meses me dijo que "el sistema siempre se las arregla para incorporar al consenso a las fuerzas díscolas". ¿Está pasando con Podemos?

R.- Sí, ya se está produciendo. Hay disensiones dentro de Podemos en Andalucía porque unos quieren pactar con los socialistas y otros no. El consenso consiste en eso, en ir incorporando a todo el mundo al sistema: a los etarras, a los franquistas en su día, hoy a Podemos...



P.- Dice usted que "los negociados de izquierdas y derechas" alimentan la irritación y azuzan un combate estéril, "quedando incapacitada [la irritación popular] para el combate que verdaderamente importa". ¿Cuál es ese combate?

R.- Cambiar el orden, dinamitar el sistema. Esto es una quimera si uno lo plantea en términos revolucionarios, pero no así en un sentido restaurador. Se puede devolver a la gente una serie de nociones que han sido enterradas, restablecer el principio de representación política.



P.- Cita mucho al político Donoso Cortés (1809-1853). ¿Siente mucha afinidad con sus ideas?

R.- Creo que Donoso Cortés fue uno de los grandes pensadores políticos españoles y tuvo visiones proféticas. Cuando condenó al Gobierno conservador de Narváez, dijo lo mismo que se le podría decir hoy a Rajoy: su error ha sido centrarse únicamente en la cuestión económica.



P.- Usted se atreve a defender a la Rusia de Putin mientras Occidente, casi al unísono, condena su comportamiento en el escenario internacional.

R.- Tras el colapso de la tiranía criminal del comunismo, el Nuevo Orden Mundial habría querido una Rusia puesta de rodillas, y así lo fue la de Gorbachov y Yeltsin, puesta en almoneda, proveedora de putas y juego. Es evidente que Putin -con todos sus errores- no acepta ese papel. Rusia está tratando de recuperar su dignidad nacional a través de su tradición, ligada sobre todo a la religión ortodoxa y su cultura propia frente a la occidental. Además, es conveniente que exista un equilibrio de fuerzas. Un mundo en el que Estados Unidos sea la potencia omnímoda es un mundo más peligroso y menos luminoso. Por otra parte, para Europa es una deriva psicopática enfrentarse a Rusia, que ha sido históricamente un dique frente a las hordas asiáticas. Arrojar a Rusia en brazos de China es algo desquiciado y contra natura.