Zoé Valdés. Foto: Asís G. Ayerbe.
Zoé Valdés (La Habana, 1959) lleva 20 años sin pisar Cuba. Su oposición al régimen castrista la obligó a exiliarse en París en 1995, el mismo año en que publicó La nada cotidiana, uno de sus libros más famosos. La escritora, que ganó el Premio Fernando Lara con Lobas de mar, el Ciudad de Torrevieja con La eternidad del instante y el Azorín con La mujer que llora, publica ahora La Habana, mon amour (editorial Stella Maris), donde florece La Habana de su niñez y de su juventud y la que le contaron su madre y su abuela, La Habana de los mil aromas, colores, sonidos y sabores. La autora lleva su tierra en el alma y la llora como lo hicieron Cabrera Infante, Reinaldo Arenas o Heberto Padilla. Pero sabe que la dictadura castrista no durará mucho más y ella será de las primeras en volver cuando llegue la democracia. Pregunta.- ¿Qué le queda de La Habana? Respuesta.- Uno se va de La Habana, pero La Habana no se va de uno. Entonces me queda todo, el recuerdo de La Habana de mi madre y de mi abuela y la que yo viví. El aroma, el perfume de la ciudad, del mar, los colores, los sabores, el barrio, la gente humilde y multicultural: chinos, irlandeses, catalanes, judíos... P.- Dice en el libro que cuando caiga el castrismo, la ciudad tardará 50 años en recuperar su esplendor. R.- En 56 años de dictadura ha sido muy poco restaurada, salvo algunas partes de La Habana Vieja por Eusebio Leal [historiador oficial de la ciudad y director del programa de restauración], pero con intereses turísticos, no para mejorar la calidad de vida de los cubanos. Hay partes enteras de La Habana que solo tienen las fachadas de los edificios, por dentro están derruidos. Será una recuperación muy lenta y difícil. P.- También dice que esa reconstrucción no la harán los cubanos ni los estadounidenses, sino los chinos. R.- Ahora, con el acercamiento, puede que Estados Unidos cambie su actitud hacia Cuba, pero China ya compró una parte de la ciudad y puede que ellos u otros países compren otras. Los únicos que no pueden comprar nada son los propios cubanos. P.- ¿Cómo cree que va a evolucionar la relación entre Cuba y EEUU después del histórico acercamiento de Obama de hace unas semanas? R.- Obama le ha hecho un inmenso regalo a los dos dictadores, pero no creo que vaya a cambiar nada para el pueblo, aunque los cubanos vean este acercamiento con esperanza. Los que son ahora ricos, empezando por los mismos líderes, lo serán cada vez más; y los pobres, cada vez más pobres. P.- En este libro escribe sobre muchos personajes pintorescos de La Habana de su niñez. ¿Cuáles han quedado mejor grabados en su memoria? R.- Tengo un cariño especial a Farolito, el responsable de encender el alumbrado. Era un personaje entrañable con una leyenda negra. Decían que había matado a una novia suya, pero no era cierto. Y también recuerdo especialmente al Caballero de París, un poeta que iba siempre ataviado con una capa sucia y raída y que la gente confundía con un mendigo loco. P.- Dejar a su madre en la isla tuvo que ser una de las cosas más duras del exilio. R.- No me pude despedir de ella. Cuando salí en aquel viaje hacia París, no sabía que me estaba yendo para siempre. Me habían invitado a un ciclo de conferencias sobre José Martí y su poesía amorosa. En ese intervalo de tiempo salió publicada La nada cotidiana, y ellos no me permitieron volver a Cuba. Entré en su lista negra por mis declaraciones políticas y por el contenido de la novela. Tardé seis años en ver a mi madre. No la dejaban salir de Cuba, pero logré comprar su libertad y se vino conmigo a París, donde murió en 2001. P.- ¿Cómo sigue conectada con Cuba? R.- Tengo allí primos, hermanos y amigos. Hablamos por teléfono y uno de ellos tiene email. Todos saben cómo pienso, la única que quedaba muy revolucionaria era mi abuela paterna y ya murió. No quería hablar conmigo porque me consideraba una traidora. P.- Nombra continuamente a los escritores José Lezama Lima, a Guillermo Cabrera Infante, a Dulce María Loynaz, Reinaldo Arenas... Todos disidentes, en mayor o menor grado. ¿Son su mayor influencia? R.- Siempre los llevo conmigo, son lecturas obligadas. Ahora estoy estudiando a fondo a Lydia Cabrera, una habanera excepcional. P.- Los escritores que se han quedado en la isla, ¿tienen menos valor literario para usted? R.- Lo que sucede es que desde el exilio se puede escribir con más libertad. Dentro es casi imposible, aunque hay gente muy libre dentro de Cuba. Por ejemplo, Ángel Santiesteban, que está en la cárcel. Es un hombre de mucho valor y valía, que ha contado sin ambages lo que piensa del régimen. P.- ¿Cómo imagina Cuba cuando caiga el castrismo? R.- Soy optimista. Será un proceso difícil, pero habrá libertad, democracia, pluripartidismo. Los cubanos saben organizarse bien -lo ha hecho muy bien el exilio en Miami- y les gusta mucho participar en la política. P.- ¿Cuba estaba bien con Batista? ¿Cree que no era necesaria una revolución? R.- Con Batista Cuba estuvo muy bien en los años 40, mejor que en Europa. Incluso muchos europeos fueron a Cuba huyendo de la guerra. Además, hay que recordar que fue el único presidente latinoamericano que le declaró la guerra a la Alemania nazi. P.- ¿Qué le ha dado París? R.- La libertad. Aprender a vivir en libertad no es fácil para un cubano. Un cubano cree que la vida es hablar bajito para que no te oigan. Once años después de llegar a París, yo aún hablaba en voz baja cuando hablaba de Cuba. P.- ¿Se siente defraudada ante la falta de interés que muestra el mundo por la situación cubana? R.- Cuba importa muy poco al mundo, pero lo entiendo. Hay muchos problemas en el mundo: el Estado Islámico, Boko Haram... No somos el ombligo del mundo, aunque a nosotros nos hicieron creer que sí. P.- También dice que Cuba camina, irónicamente, hacia el capitalismo salvaje. ¿En qué lo nota? R.- Mucha gente de la cúpula se ha enriquecido enormemente. Me dicen que ya hay hijos de dirigentes que circulan en Ferraris por La Habana. Tienen unas casas y un nivel de vida imposible de imaginar años atrás. Y mientras hay mucha gente muy pobre, sin nada que comer y nada con que vestirse. Las desigualdades son cada vez más abismales. P.- ¿Ve próxima la democracia en Cuba? R.- Los Castro tendrían que dejar el poder, pero no están por la labor. Quién sabe si habrá una primavera cubana. De momento, los dos dictadores están preparando el relevo con los hijos de Raúl, Alejandro y Mariela, y con Miguel Díaz Canel, el vicepresidente. P.- ¿Qué escribe ahora? R.- Precisamente, una novela sobre Fulgencio Batista. Tendrá muchas voces, pero él ocupa el centro de la trama. Pensaba terminarla en septiembre, pero quizá tarde más en acabarla.
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