Claudia Piñeiro. Foto: Alejandra López

La escritora argentina publica en España Una suerte pequeña (Alfaguara)

Claudia Piñeiro (Buenos Aires, 1960) vuelve en Una suerte pequeña a algunos de sus temas clásicos, presentes ya en novelas como Tuya o Las viudas de los jueves. La hipocresía, la maledicencia o la muerte, ya sea, esto último, como origen de un misterio (en sus ficciones policiacas), o de un dolor que seguir y analizar, como en el caso de su última novela. "Al escribir me doy cuenta de que hay temas que se repiten, no necesariamente por mi voluntad", dice la escritora. Su protagonista es Mary Lohan, antes llamada Marilé Lauría y, más atrás aún, María Elena Pujol. Vive en Boston y vuelve al suburbio de Buenos Aires en donde nació. Años atrás ocurrió algo, una tragedia, por la que tuvo que huir. La escritora argentina define su último libro como un "thriller psicológico y familiar"; tanto es así que para moldear al personaje principal consultó con un psicólogo. "Como escritora, necesitaba entenderlo", afirma. ¿Tan difícil fue? "Lo complicado fue ponerme sus zapatos y salir, siendo ella, a caminar".



Pregunta.- ¿Le interesaba que la novela fuera también una reflexión sobre la escritura? Con esa primera persona que discute consigo misma sobre el mejor modo de contar su historia.

Respuesta.- Sí. Como es profesora, Mary hace reflexiones sobre el lenguaje y la escritura. Pero toda esa reflexión del principio en torno a la primera y la tercera persona tiene que ver con que empecé a escribir la novela en tercera persona y fracasé.



P.- ¿Por qué?

R.- Vi que el tema del dolor era tan central en la novela que era imposible contar lo que esta mujer sentía en tercera persona. El narrador estaba a demasiada distancia. Así que comencé de nuevo en primera persona.



P.- Bertold Brecht escribía, lo dice en el libro, para Marx sentado en la tercera fila. ¿Para quién escribe usted?

R.- Yo no sé quién está sentado en la tercera fila. Sé que hay alguien. La escritura es comunicación y, como dijo Sartre, esa comunicación se termina de completar en la cabeza del otro. Muchas de mis novelas han tenido una gran cantidad de lectores en Argentina, así que es muy difícil hablar de un tipo de lector.



P.- ¿Es capaz, mientras escribe, de adelantar de algún modo la interpretación que de sus libros harán todos esos lectores?

R.- Uno puede intuir ciertas cosas. Con esta novela, que trabaja el dolor, me ocurrió que llegaba a lugares donde se me llenaban los ojos de lágrimas. Ahora muchos lectores me han escrito asombrados [la novela salió hace un mes en Argentina], diciendo que lloraron con el libro. ¡Y me lo agradecen!



P.- Es muy activa en las redes sociales. ¿No siente que el contacto directo con sus lectores puede afectar a su escritura, que conocer al lector no siempre es positivo?

R.- Uno de los capitales más importantes que tengo son los lectores. Por ejemplo, antes de presentar esta novela en Buenos Aires, se me ocurrió enviar algunos ejemplares a los lectores a través de Facebook. Les pedía una pequeña reseña u opinión. Se anotaron quinientas personas y sorteamos veinte libros y me mandaron las reseñas. Para mí fue muy agradable, porque estaba desde el lector que decía que le gustó por tal o cual cosa, o el que dijo que no le gustó, hasta verdaderas críticas literarias muy fundamentadas. Ahí pude ver la variedad de mis lectores.



P.- En este libro hay menos reflexión política, al menos directa, que en otras de sus novelas, ¿está en punto en que le interesa menos la política?

R.- ¡No, no! Me interesa mucho. Es verdad que en esta novela hay mucha menos reflexión sobre la realidad de la Argentina hoy. Pero la política está ahí cuando hablo de la clase media argentina. Elegir un punto de vista ya es para mí una decisión política. Yo me podría haber puesto en el lugar de la madre del otro chico, o del marido, pero elegí a Mary Lohan. Esa fue una decisión política.



P.- He leído que tenía una novela pensada y que la ha dejado aparcada por sus semejanzas con el caso Nisman...

R.- Sí. Era la segunda parte de Betibú. En mi novela había muchos elementos que tenían que ver con la corrupción, con el manejo del poder, con ciertos servicios de inteligencia de mi país. Pero la he tenido que abandonar, no solo por las coincidencias con el caso real, sino también porque es mucho más aburrida.



P.- Varias de sus novelas se han adaptado al cine. ¿Qué siente cuando ve sus historias en pantalla? ¿Las reconoce? ¿Le gustan?

R.- Trabajé mucho como guionista y dramaturga y estoy acostumbrada a entregar un texto a un director para que haga lo que quiera con él. Y estoy de acuerdo. El director de la película es el dueño de la película. Tengo amigos escritores que, cuando van a alguna adaptación de sus libros, anotan en qué lo cambiaron; pero, claro, ahí te querés matar. A mí me han gustado las tres que han hecho, tanto Las viudas de los jueves y Betibú, en las que los directores se vieron obligados a centrarse más en una parte de la novela, como Tuya, que fue más fiel al libro, pero porque ese libro lo permitía.



P.- ¿Qué le aporta el teatro?

R.- Me saca de la soledad del escritor. El teatro permite el trabajo en equipo, porque tienes que ver al director, a los actores, trabajas el texto una y otra vez...



P.- ¿Y el periodismo?

R.- Yo trabajé en una revista, en donde no existe esa prisa del diario. En periódicos he escrito siempre desde fuera. De todas formas me parece que mi manera de mirar la realidad tiene que ver mucho con el periodismo. El hecho de que muchas de mis novelas estén muy pegadas al aquí y ahora.



P.- ¿Que sus novelas estén tan pegadas a la realidad de su país, ahora, hace que tengan una recepción distinta entre los lectores españoles? ¿Ha notado eso?

R.- No lo creo; sí que está la cuestión de lenguaje. En Argentina no nos molesta leer un español diferente porque es genuino, es del autor; pero sí nos molesta muchas veces en las traducciones hechas por españoles. Me parece que al lector español, probablemente, le pasará lo mismo. Conocí a gente que no leyó Betibú, me dijo, por esa cuestión del lenguaje y, en cambio, otros me dijeron que les gustó porque se sintieron como en un bar en Buenos Aires. También debe tener que ver con el lector, si le gusta o no entrar en este código.



P.- Los hay que intentan que sus personajes hablen en una especie de idioma neutro. Pero eso es imposible, ¿no?

R.- Sí, como en las series de televisión. Y es muy falso. Mis personajes no pueden hablar en neutro porque no viven en un lugar neutro.



P.- Y ya por último, ¿siente que los lectores la han encasillado en el género policiaco?

R.- Creo que más que los lectores son las editoriales. A mí me parece que en mis anteriores novelas hay varias subtramas y luego hay una policial, pero esta última no es necesariamente la más importante ni la más desarrollada. En Las viudas de los jueves o en Elena sabe ocurre esto. Solo cuando escribí Betibú intenté hacer una novela de género. Así y todo tiene las otras subtramas también. Un comunista en calzoncillos tampoco tiene nada de novela negra. Yo creo que, más que encasillarme, tengo a los lectores como desorientados.