Luis García Montero.

El poeta presenta su Poesía completa (1980-2015) junto a Joan Margarit en la Residencia de Estudiantes de Madrid.

Tras el batacazo electoral de hace tres días, el poeta y candidato de Izquierda Unida a la Asamblea de Madrid, Luis García Montero (Granada, 1958), vuelve al terreno reconfortante de la poesía. Hoy presenta su Poesía completa (1980-2015) (Tusquets) en la Residencia de Estudiantes de Madrid, en un recital compartido con su amigo Joan Margarit, que repasa también el conjunto de su obra en Todos los poemas (1975-2012) (Austral). Después, vuelta a la normalidad, donde le esperan sus alumnos de la Universidad de Granada y un estudio por terminar sobre el García Lorca lector.



Pregunta.- ¿Le apetece volver a los recitales de poesía después de la campaña electoral?

Respuesta.- Por supuesto. Es agradable volver al mundo de la poesía, aunque para mí poesía y política comparten muchas cosas: la defensa de unos valores y de lo mejor de la condición humana.



P.- ¿La edición de esta Poesía completa (1980-2015) ha consistido en añadir sus obras de los últimos diez años a la edición anterior -Poesía (1980-2005)- o también ha revisado poemas anteriores?

R.- No reescribo poemas porque no me gusta mezclar el pasado con mis ideas del presente, pero sí he añadido cosas que quedaron fuera de la edición anterior, como es el caso de Quedarse sin ciudad (1994), un libro de poemas en prosa que he incorporado por recomendación de algunos críticos literarios.



P.- ¿Cómo describiría estos últimos diez años de trayectoria que ahora incorpora a su poesía completa?

R.- Lo que noto yo, sobre todo, es un intento de no repetirme. Al principio, cuando uno busca su propio mundo, la impaciencia es un valor: uno escribe, borra, rompe, vuelve a escribir. Pero después de muchos años dedicados a la poesía, el mejor valor es la paciencia: no repetirse, no utilizar recetas, buscar cosas nuevas. Ahora escribo mucho más lentamente, en estos diez años solo he publicado dos libros: Vista cansada (2008) y Un invierno propio (2011).



P.- ¿Qué sensaciones experimenta ahora al leer sus poemas de juventud?

R.- Depende del día. Decía Juan Ramón Jiménez que cada día se levantaba con la necesidad de hacer una antología personal distinta. Pero con cierta frecuencia uno echa en falta esa libertad ingenua con la que escribía antes, que se va perdiendo a la vez que se gana en meditación y profundidad.



P.- El García Montero de 20 años le pedía cuentas al de 40 en "Cuarentena" (La intimidad de la serpiente, 2003). ¿Cómo le mira hoy?

R.- Me sigue pidiendo cuentas, pero la memoria es siempre una negociación con uno mismo. Uno no se recuerda como era en realidad, sino como se ha fabricado en la memoria. En Un invierno propio hay un poema que se titula "Los viejos cascarrabias son tan peligrosos como los jóvenes sin historia" y que se parece a "Cuarentena". En las personas que se van haciendo mayores existe el peligro de pensar que los jóvenes han perdido valores y que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero también cuando uno va cumpliendo años descubre la soberbia, la fatuidad y ese no aceptar lecciones propio de la juventud.



P.- Creo que ya no se refiere solo a la poesía, sino a las elecciones...

R.- Sobre todo al panorama que ha precedido a las elecciones. Es un peligro establecer una idea del tiempo basada en una ruptura tajante con la experiencia histórica y humana. Alberti me enseñó que la literatura tiene un compromiso con el futuro y a respetar a los jóvenes. Cuando lo conocí, se bajó del pedestal en el que yo lo imaginaba y nos hicimos amigos.



P.- ¿Y con qué poetas jóvenes siente afinidad?

R.- Admiro a muchos poetas jóvenes. Alberti también me enseñó a disfrutar de todas las posibilidades que ofrece la poesía; a él le gustaban tanto Góngora como Lope de Vega, tanto Machado como Juan Ramón Jiménez. Yo disfruto mucho con la generación inmediatamente posterior a la mía, en la que hay realistas como Fernando Valverde o Raquel Lanseros y también una poesía más hermética, como es el caso de Carlos Pardo o Abraham Gragera. También soy lector de Elena Medel y de una chica muy joven que se llama Elvira Sastre. También leo a gente un poco más joven que yo, como Diego Doncel o Juan Carlos Reche. Distintos nombres, distintas edades y distintas estéticas.



P.- ¿Qué le une a Joan Margarit, con el que comparte hoy recital?

R.- Joan y yo nos conocimos a finales de los 80. En seguida sentí, además de la lección de un maestro, la complicidad de un compañero de viaje. Su poesía me emociona porque reflexiona sobre la realidad que se convierte en sentimiento. Tiene una concepción ética en la que memoria e inteligencia se alían con la emoción. Cuando tenemos un libro terminado, nos citamos para machacarnos los poemas. Somos lo más críticos posible para mejorar lo que hacemos. Ahora tengo un libro prácticamente acabado que corregiré después del verano y espero sacar a principios del año que viene. Antes de dejarlo dormir, me fui a Cataluña con Joan y nos encerramos con el libro durante un fin de semana.



P.- Como dice en el prólogo José-Carlos Mainer, hay algo de "desengaño generacional" en su poesía. ¿Responde a una desilusión progresiva o salpicada de desplomes?

R.- Todas las generaciones tienen sus sueños y negociaciones con la realidad. Ideológicamente, aposté por el comunismo. Viajé con Alberti por los países del este a principios de los 80, y me di cuenta de que el realismo socialista se parecía demasiado al franquismo. Tuve que aprender a sentirme comunista sin renunciar ni un ápice a la libertad y a las garantías democráticas. Luego, con el referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, descubrí que la palabra democracia no es inocente: el PSOE fue capaz de cambiar la opinión de toda la sociedad en solo 15 días de campaña. A través de complejísimos medios de control de las conciencias, las democracias a veces están huecas, son un puro formalismo. Así que me quedé en la intemperie. No puede haber socialismo sin democracia, y en democracia es difícil que exista el socialismo porque los medios de control de las conciencias están en manos de los poderosos. El saber estar en la intemperie marca ese tono de desencanto generacional. El año pasado publicaron una antología de mis poemas en Chile y le pusieron un título con el que me identifico: Una melancolía optimista.



P.- "Quizá solo nos falte / ser algo menos jóvenes, sentir en otro tono / más distante la vida". ¿Ha encajado bien, con esa distancia que recomienda, la derrota electoral?

R.- Sí, la derrota electoral se encaja bien. Cuando acepté presentarme como candidato, tenía claro que me sería más difícil asumir la culpa de haberme negado, en un momento de grandes dificultades para el partido, que presentarme y fracasar. Hay cosas más difíciles de encajar que el fracaso, como el comportamiento de algunos compañeros y las peleas internas.



P.- ¿Se refiere a Alberto Garzón?

R.- Hablo en general. He decidido intentar comprender a todo el mundo sin dejar de defender mi postura. Pero en general puedo decir que las guerras internas sacan lo peor de cada uno e invisibilizan lo mejor. Creo que hay que conjugar los afanes renovadores de unos con la experiencia y la memoria de otros. Lo triste es que quien intenta transformar las cosas quiera hacerlo intentando cortar cuellos.



P.- ¿Cómo ve el panorama que se abre en Madrid, tanto en la alcaldía como en la Comunidad? Lo último, según el PSOE, es que Esperanza Aguirre le ha ofrecido la alcaldía a Antonio Carmona y éste ha dicho que no.

R.- Se lleva barajando mucho tiempo la posibilidad de una gran coalición PP- PSOE, Felipe González ha estado trabajando por ella. Pero en esta situación me parece inviable, significaría la desaparición del PSOE. Por fortuna para Madrid, la próxima alcaldesa será Manuela Carmena. Y en la Comunidad lo más probable es que gobierne Cristina Cifuentes. Nos han faltado unas décimas para obtener seis diputados y volcar la balanza hacia una solución de izquierdas. Las reglas del juego, al no llegar al 5% de los votos, nos han dejado sin representación. Es una pena que haya habido esta guerra sucia contra Izquierda Unida.



P.- Y ahora, ¿vuelta a la normalidad?

R.- Sí, el lunes fui a la Universidad de Granada para pedir el reingreso en la facultad y hacerme cargo de los exámenes de junio de las asignaturas que había impartido antes de pedir la excedencia. Ahora me toca prepararme para el curso que viene y retomar un estudio que estoy llevando a cabo sobre las lecturas de Lorca. A partir de ahora seguiré atentamente por la prensa y la televisión este proceso de transformación política hacia los valores de la izquierda.