[CONTENIDO ALTAMENTE SPOILER DEL FINAL DE MAD MEN]
How does it feel?
To be on your own
With no direction home
Like a complete unknown
Like a rolling stone…
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Don Draper al final de la séptima temporada de
Mad Men[/caption]
1. Quizá no es casual que el estribillo de
Like a Rolling Stone de Bob Dylan acudiera a mi mente en el fundido final de
Mad Men. Don Draper parece haber terminado con la caza de fantasmas del pasado y encontrado la paz consigo mismo tras vencer algunos demonios. Y aún así, su rostro de satisfacción en postura meditativa, en lo alto de un monte californiano, se antoja no tanto un punto y final como un punto y aparte. En esencia, sigue siendo un hombre solo, sin un hogar al que dirigirse, como un completo desconocido… Al fin y al cabo, a lo largo de sus siete temporadas y más allá de la sensual superficie de la serie,
Mad Men nos ha hablado sobre la ansiedad contemporánea, la búsqueda de uno mismo, la necesidad de romper cadenas y atrapar el elusivo sueño de libertad. En el alba de la década de los setenta donde se despide la serie, todas estas cuestiones y tensiones encuentran su perfecta síntesis en el spot de Coca-Cola que cierra el relato, tan contradictorio en sí mismo como el propio sueño americano que aprisiona en el mundo material y consumista a los personajes creados por Matthew Weiner, al tiempo que les ofrece la liberación.
Como estrategia habitual de la serie, el final ha dejado la respuesta en manos de los telespectadores. Nos hemos visto obligados a preguntarnos sin Don regresa a Nueva York y crea el popular anuncio
I’d Like to Buy the World a Coke o si decide enterrar su pasado y empezar de cero. Yo no tengo dudas de que en el retiro
hippie Don ha comprendido que él es un anunciante de Manhattan, y que no puede escapar de su identidad. Su sonrisa final es la de alguien que ha encontrado una clave: tanto la inspiración del anuncio como, en consecuencia, el autorreconocimiento de su lugar en el mundo. Si en el final de la sexta temporada saldaba deudas con su pasado de Dick Whitman, después de un viaje al infierno de Dante (como expliqué en este
post), su periplo en la última temporada ha sido el de reconciliarse con Don Draper, vaciarse de sí mismo (como lo hace literalmente su casa en Manhattan ), precisamente huyendo de él.
La catarsis que genera en su interior el testimonio de un hombre gris, capaz de articular todo aquello que a lo largo de los años no ha logrado expresar, a pesar de sentir lo mismo, se antoja un recurso dramático aparentemente simple y obvio, pero no deja de entrar en consonancia con la estética de lo aparente que define
Mad Men. Si algo nos ha mostrado Weiner a lo largo de las siete temporadas es que el mundo de las apariencias, como los propios
spots publicitarios, no hacen sino poner en venta un sistema de ideas y de iconos tras los cuales se oculta la verdadera identidad de Occidente.
Don Draper encierra a su modo la quintaesencia del hombre contemporáneo, aquel que empezó a incubarse tras la Segunda Guerra Mundial y tuvo que inventar un mundo nuevo para soportar la angustia de la condición humana.
2. En diversas conversaciones con seguidores de la serie, me ha soprendido comprobar que muchos de ellos se muestran convencidos de que arranca durante los años cincuenta y llega hasta mediados o finales de los setenta. Evidentemente no es así.
Mad Men, en rigor, retrata una sola década, desde 1960 a 1970 (el anuncio de Coca-Cola es de 1971), si bien el carrusel de transformaciones de los sesenta mastica lentamente el estilo de vida de la era Eisenhower –el
happy way of life de los cincuenta– y anticipa el final de la utopía enterrada en los años setenta. Tanto en las formas de vida como en la estética y la realidad cultural, los cincuenta pervivieron hasta 1966, cuando realmente la marginal generación
beat de la década anterior dio paso a los movimientos contraculturales en el territorio
mainstream. En las siete temproadas de
Mad Men hemos ‘experimentado’ esa transformación encerrados en las oficinas y hogares del corazón ideológico, capitalista, de América. Por eso la serie de AMC
, como señala Óscar González en su colaboración para el libro colectivo
Mad Men o la frágil belleza de los sueños de Madison Avenue (Errata Naturae),
se acerca a la “nostalgia” (del pasado) y también a la “utopía” (del futuro), y la ecuación resultante es algo parecido al “mito” americano, el presente de la serie. En su deconstrucción y reconstrucción de ese mito,
Mad Men posibilita su pervivencia en el imaginario colectivo.
En las primeras tres temporadas vivimos los años de John F. Kennedy –desde las elecciones en 1961 a su asesinato en 1963–, y las cuatro siguientes son las que registran realmente los profundos cambios sociales bajo la presidencia de Lyndon B. Johnson, hasta terminar con la llegada a la Casa Blanca de Richard Nixon. De ahí que sobre todo las dos últimas temporadas –de 1968 a 1970– sean las que con mayor frenesí han operado mutaciones extraordinarias en los personajes, verdaderos espejos (y motores) de la sociedad que habitan. Ellos mismos, desde las oficinas de la Gran Manzana, han trazado el destino de su nación, imprimiendo (en carteles y spots publicitarios) sus apariencias. De hecho,
la verdadera realidad exterior y sus fracturas alcanza la serie a través de los televisores, con ese constante fuera de campo de la Historia de Estados Unidos, mientras que su intrahistoria representa el mecanismo ficcional de la serie, que tanto ha bebido de escritores como John Cheever o Raymond Carver. Adquiere así todavía mayor sentido clausurar
Mad Men con un hito televisivo de la historia cultural americana.
3. No han sido pocos los que han sentido que el último capítulo, que considero magnífico, cierra todas las tramas con un generoso
happy end. Lo cierto es que todos los personajes principales terminan más felices, más satisfechos y realizados, que cuando empezó la serie, tanto en sus vidas profesionales como personales. Es legítimo cuestionarnos hasta qué punto era necesario. Comprendemos finalmente, en todo caso, que si no era necesario, al menos sí resulta del todo pertinente, y por eso
no sentimos que los cierres son forzados, que al despedirnos de los personajes (o ellos de nosotros) podemos alinearnos emocionalmente con sus destinos. En todo caso, sus vidas continúan más allá del plano, allende la teleficción, y a saber cómo le ira a Joan con su empresa, a Peggy y a Sam con su amor compartido, a Pete en su nueva empresa, a Betty luchando contra la enfermedad, a Roger con su última amante o a Don en su nueva piel, sin un hogar al que volver. Weiner nos ha contado, en esencia, cómo es posible lograr la felicidad en un mundo minado de ambiciones demedidas y dobles intenciones. Un mundo que se parece mucho al nuestro.