El periodista en Rabat. Foto: Carla Fibla

El periodista reúne sus crónicas y diarios íntimos de la Guerra de Bosnia en Sarajevo (Malpaso)

Alfonso Armada (Vigo, 1958) estaba, dice que "por accidente", en la sección de Internacional de El País cuando le propusieron ir a Bosnia. "Nunca antes había pensado escribir sobre la guerra", cuenta. Lo primero que le vino a la mente fue una bala entrando en su cabeza. "Sentí miedo. Y luego pensé que iba a ser incapaz de manejarlo, que no iba a poder escribir una sola línea en medio de una situación tan extrema". Pero fue. Hasta tres veces atravesó los controles serbios para entrar en Sarajevo, en donde todo lo que se movía era objetivo de los francotiradores apostados en las colinas en torno a la ciudad. Después Alfonso Armada recaló en África, en países como Ruanda, Zaire, Somalia o Sudán. Ahora escribe en ABC y dirige la revista FronteraD. Veinte años después del que fue su primer conflicto -"la guerra en la que toda una generación de corresponsales se formó"- un libro recupera algunas crónicas de entonces acompañadas de los diarios íntimos del autor.



Pregunta.- ¿Qué sensación tuvo al enfrentarse a estos diarios después de tantos años?

Respuesta.- Pensé que todavía tenían vigencia. También corroboré la sensación que tuve entonces, y es que todas las guerras civiles se parecen. Yo en Sarajevo tenía la sensación de haberme metido en una máquina del tiempo y haber viajado a la Guerra Civil Española.



P.- Sorprende ver la amplísima cobertura que tuvo el cerco de Sarajevo. ¿Cree que la comunidad internacional supo estar a la altura?

R.- Para nada. Los periodistas sentíamos una gran frustración porque daba la impresión de que nuestro trabajo no tenía ningún efecto en la realidad. La ONU reaccionó mal y tarde y al final aquello se solucionó cuando Clinton decidió bombardear las posiciones serbias. Pero como resultado del embrutecimiento, del envilecimiento que fue adquiriendo el conflicto, ha quedado un país políticamente inviable, como es hoy Bosnia.



P.- Hay momentos en Sarajevo en que se siente frustrado también por el espacio y la importancia que dan en el periódico a la guerra. Esto es algo, supongo, que les pasa a todos los corresponsales, ¿no?

R.- Sí, existe esa tensión permanente entre el enviado, el redactor jefe y el director del periódico. El enviado padece una realidad muy dura y es normal que quiera que le den más importancia en Madrid. Recuerdo una vez que Gervasio Sánchez y yo tuvimos un accidente de coche en el que casi nos matamos; exploté porque el periódico tuvo una reacción muy fría, muy despegada. Pero bueno, es así. Me parece una buena noticia que el nuevo director de El Mundo, David Jiménez, sea un reportero con muchos años sobre el terreno. Haber sido corresponsal hace que tengas una perspectiva muy cercana de lo que es el buen periodismo. Creo que el periodismo español está lleno de voces, ecos, declaraciones, refritos, y todo eso son filtros que alejan el periodismo de la realidad.



El autor y Edo Osivcic, de seis años, durante el sitio de Sarajevo. Foto: Gervasio Sánchez

P.- Reflexiona en los diarios sobre la escritura, y llega a la conclusión de que escribir, estando en una guerra, es también una manera de protegerse.

R.- Sí, es un poco lo que les ocurre a los fotógrafos, que dicen que a través de la lente se sienten protegidos. Los plumillas tenemos esa misma sensación engañosa. Tienes que decirte a ti mismo que lo que haces tiene un sentido. La misma absorción del trabajo, la intensidad, hace que estés todo el día escribiendo aunque sea para no preguntarte qué haces allí. Otra protección es el miedo, que a mí me ayudó a cubrir la guerra. Recuerdo a una persona que me recibió en Sarajevo y me dijo: "Por favor, ten miedo".



P.- La mayoría de sus crónicas se alejan del curso general de la guerra y van más al día a día del cerco de Sarajevo. Esto es la primera tarea del corresponsal, ¿no es así?

R.- Claro, tú tienes que reflejar la realidad, y la realidad es lo que está a tu alrededor. Era impresionante ver cómo la gente mantenía la dignidad en medio del desastre, cómo se jugaban la vida para buscar agua e intentaban domesticar su lado más brutal.



P.- Un ejemplo era el teatro, ¿no? Al que hubo durante el sitio le dedica varias crónicas.

R.- Sí, me llamó la atención que un grupo de actores llegase a la conclusión de que hacer teatro era más importante que ir al frente. Hasta qué punto es esencial mantener esa idea de civilidad que proporciona la cultura era un gran dilema para todos ellos.



P.- Una de las excusas que daban los serbios para exterminar a los musulmanes es que eran ellos, los musulmanes, los que antes querían exterminar al resto, a los infieles; "hacer la guerra Santa". Pero usted afirma que nunca vio musulmanes más abiertos y liberales...

R.- En Bosnia, como se tardó tanto en intervenir, el conflicto se radicalizó muchísimo. Inicialmente no había ni el menor asomo de yihadismo entre los musulmanes, que eran además quienes tenían un discurso más liberal e integrador. Estaban muy occidentalizados. Pero los musulmanes que tenían dinero se fueron al extranjero y mucha población desplazada por la limpieza étnica llegó a Sarajevo, gente con una religiosidad quizá más acendrada. Y es verdad que llegó ayuda de países del Golfo, de Irán y que se habló incluso de una brigada yihadista. Cuando estuve la última vez, en 1993, noté algún atisbo de islamismo radical, pero en todo caso no era la norma.



P.- Volvió a Sarajevo veinte años después. ¿Qué encontró?

R.- Una especie de avidez tremenda de vivir. Casi desquiciada. Es curioso porque ver la noche de Sarajevo un viernes por la noche era como ver la noche madrileña, que tiene también un punto de desquiciamiento. Todos esos jóvenes cargados de alcohol y vestidos de forma muy llamativa que buscan satisfacer todo tipo de pasiones y deseos. En Sarajevo se veía eso. Aunque su situación económica es verdad que era precaria. Y también es verdad que por el día veías más gente cubierta con niqab que antes, pero creo sigue siendo una ciudad muy occidental, más europeo que oriental.