Puede que sea una de las cosas más espectaculares que le ha pasado a la televisión en los últimos años. La miniserie de la HBO The Jinx (El gafe) es la investigación en seis partes que emprende el director Andrew Jarecki en torno a Robert Durst, miembro de una de las grandes fortunas familiares de Nueva York que puede o no puede ser culpable de tres asesinatos, cometidos a lo largo de treinta años. Homicidios elaborados, sensacionalistas, incluso brutales. Jarecki examina las pruebas, recoge testimonios, reconstruye los hechos. Y para eso se remonta a 1982, a la desaparición de la primera mujer de Durst, mientras en paralelo investiga el asesinato en 2001 de un vecino de Durst en Texas, así como el brutal homicidio de una amiga suya en Los Ángeles en el año 2000. Jarecki cuenta con la implicación del propio Durst en el documental, que se ofrece voluntariamente para ser entrevistado porque quiere limpiar su nombre y aclarar las cosas, y a partir de ahí la serie va tejiendo dos teorías: o Durst es culpable y además un tío con mucha suerte (y dinero), o es inocente y por tanto el tipo con menos suerte del mundo. Lo que llamamos un gafe. Al final de la serie, en uno de los desenlaces más impresionantes que recuerdo (lo vi una y otra vez porque no podía creérmelo), tendremos una respuesta.
No voy a contar nada más. Quien desconozca por completo los detalles alrededor del caso Robert Durst, esta serie le mantendrá tan alerta y tan intrigado como el mejor thriller imaginable. De hecho, es tan preciso en su retrato del crimen que parece responder a un guion maquinado por James Elroy y dirigido por Alfred Hitchcock o David Fincher. Recomiendo que no busquen nada sobre el tema, pues ya han trascendido los efectos que The Jinx ha tenido en el sistema judicial norteamericano, reabriendo una investigación que se consideraba ya cerrada. Es uno de esos casos en los que la creación fílmica adquiere trascendencia como objeto social, un documental de intervención en el que la pantalla se ofrece prácticamente como una sala de juicios en la que el espectador ejerce de jurado. Es una operación similar a la realizada por los creadores de la trilogía Paradise Lost, Joe Berlinger y Bruce Sinofsky (también para la HBO), largometrajes realizados en paralelo a la investigación a lo largo de las décadas de la historia de “Los Tres de Memphis”, y a la que habría que sumar el documental West of Memphis de Amy Berg (producido por Peter Jackson) y también la película de ficción de Atom Egoyan Condenados.
Jarecki ha construido su filmografía a partir de la investigación de casos criminales como espejo de los resortes más oscuros de la sociedad americana. Debutó con la memorable Capturing the Friedman’s (2003), otra investigación a partir de found footage, centrada en una familia judía de clase media de Long Island. La película, que fue nominada al Oscar, va poco a poco arrancando las máscaras de los Friedman para revelar la monstruosidad que se oculta tras la fachada familiar, cuyo patriarca Arnold es de puertas afuera un respetado profesor de computación y música pero en que en el sótano de la casa esconde terribles crímenes relacionados con la pornografía infantil y el abuso de menores. Un film genuinamente escalofriante y extraordinariamente lúcido como dispositivo de revelación del mundo. Su siguiente trabajo, Todas las cosas buenas (2010), está directamente vinculado a la miniserie The Jinx, de hecho es su catalizador. En aquel filme protagonizado por Ryan Gosling y Kristen Dunst, que pasó sin pena ni gloria por las carteleras, ponía en escena bajo nombres ficticios la historia de Robert Durst y su mujer desaparecida. El guion original ya introducía nuevos descubrimientos, registros judiciales y todo tipo de especulaciones alrededor de uno de los casos no resueltos más misteriosos de la criminología de Nueva York. Fue de hecho cuando Durst vio Todas las cosas buenas que decidió ponerse en contacto con Jarecki para concederle una entrevista.
Con The Jinx, por tanto, Jarecki parece completar una suerte de trilogía sobre los mecanismos y las máscaras del crimen, que se convierten en espeluznantes crónicas del crimen americano. La historia de Robert Durst recorre de hecho el país de costa a costa, y su retrato como el hermano mayor y proscrito de una de las grandes fortunas familiares de Estados Unidos tiene además la cualidad de ampliar sus redes a la capital financiera del país, con el retrato de toda una serie de personajes secundarios (el detective incrédulo, la ambiciosa fiscal, el magnate inmobiliario, la misteriosa segunda mujer, etc.) que parecen sacados de una novela negra. Todo esto nos lo cuenta The Jinx y, aparte de mantenernos en vilo durante casi seis horas, cuesta dar crédito a lo que estamos viendo, hasta el punto de plantearnos la posibilidad de si todo no responde a una hábil construcción audiovisual. ¿Podemos fiarnos de lo que vemos y escuchamos? ¿Hasta qué punto la realidad responde a las convenciones del relato noir o viceversa? Descúbranlo ustedes mismos.