Poeta, narrador, traductor, biógrafo, exquisito, isleño, mediterráneo, independiente... y mucho más. Llop (Palma, 1956) acaba de terminar una novela, según nos cuenta aquí, en la primera línea.

¿Qué libro tiene entre manos?

La novela que he acabado de escribir. Sus correcciones.



¿Ha abandonado algún libro por imposible?

Por imposible, no sé. Por aburrimiento o desinterés, sí.



¿Con qué personaje le gustaría tomarse un café mañana?

Hoy con el duque de Saint-Simon, memorialista y personaje proustiano, antes de Proust; mañana, no sé.



Cuéntenos alguna experiencia cultural que le cambió su manera de ver la vida.

La lectura de los Diarios de Jünger.



¿Cuántas veces va al teatro al año?

Siento decepcionarle: apenas voy al teatro.



¿Entiende, le emociona, el arte contemporáneo?

Depende de cual. Rothko y Cornell me entusiasman, aunque difieran tanto: el primero es pintura y el segundo, literatura. Si pienso en España, Barceló y Uslé, sin duda. Y una querencia personal por el mundo de Dis Berlin.





¿Cuál ha sido la última exposición que ha visitado? Ejerza por favor de crítico, en dos o tres líneas.

Van der Weyden, Dufy y Art-Déco. O sea, Prado, Thyssen, March. En día y medio o una forma de renovar la fe en la humanidad, acto muy necesario.



¿De qué artista le gustaría tener una obra en casa?

Vuillard, probablemente. Contemporáneo, Sean Scully.



¿Le importa la crítica? ¿Le sirve para algo?

Como una forma más de la literatura, sí. La de Bernard Frank, Connolly -que compartieron a Barbara Skelton, por cierto-, Edmund Wilson o Angelo Rinaldi, por ejemplo. La crítica de la que se aprende es la única que sirve.



¿De qué libro le hubiera gustado ser autor?

Me gustaron mucho, siendo muy joven, Pálido Fuego, de Nabokov y Paradiso, de Lezama Lima, pero a veces tengo serias dudas sobre si me quedé viviendo en algún pasaje de Justine (de Durrell, naturalmente). En cuanto a literatura última, me habría gustado escribir Utz, de Chatwin, o Escritos fantasmas, de David Mitchell.



¿Cree que vivir en una isla ha cambiado su literatura?

No la ha cambiado, la ha predeterminado. Como la vida, en cierto modo.



¿Cuando comprendió que no tenía más remedio que dedicarse a escribir?

La escritura es un destino -al menos lo era- y eso se percibe muy pronto. Al principio sin que tome forma; luego, como si todo existiera para favorecer ese destino.



¿A qué poeta admira por encima del resto? ¿Y cuál es su verso preferido?


A Eliot, la reina madre de todos los que me han gustado después. Y siguen emocionándome los versos del Canto de J. Alfred Prufrock: desde su comienzo -‘Vayámonos, pues, tú y yo/ cuando la tarde se haya tendido contra el cielo..."- a su cenit: ‘Y hubiera valido la pena, después de todo,/ después de las tazas, la mermelada y el té/ entre la porcelana, en una charla entre tú y yo...'.



¿De qué escritor de su generación se siente más cercano?

Mi generación -nací en 1956- no existe como tal; más bien es epigonal de lo que podría llamarse la generación de los novísimos más jóvenes: de Azúa a Marías...



¿Qué música escucha en casa? ¿Es de iPod o de vinilo?

La clásica -sobre todo, barroca- y la del tiempo de mi juventud, es decir, los años 70. Combino vinilo y CD y Bob Dylan con Bach.



¿Es usted de los que recelan del cine español?



No recelo de ningún cine, si es bueno. Pero tampoco creo que el cine sea bueno por su nacionalidad. Dicho esto, voy a contradecirme y le diré que me gusta mucho el cine francés y su tratamiento de la vida cotidiana.



¿Qué libro debe leer urgentemente el presidente del Gobierno? ¿Y cuál les recomendaría a los alcaldes que salgan elegidos en toda España?

Montaigne, sin duda. Y a los alcaldes, Pla: les haría bien.



¿Le gusta España? Denos sus razones.

La mediterraneidad, El Prado, la Sanidad Pública (por cierto: a ver si la dejan en paz), Altamira, la Real Academia, Cervantes, algunos riojas, La Alhambra, Ferrater...



Regálenos una idea para mejorar la situación cultural de nuestro país.

La cultural y la que sea: abandonar el maniqueísmo, esa tara. Pero no creo...