Ángela Vallvey
"La felicidad se ha convertido en un producto de consumo más"
8 junio, 2015 02:00Ángela Vallvey
La escritora se estrena en la no ficción con El arte de amar la vida (Kailas)
Pregunta.- Sorprende este libro por lo inesperado de que afronte una obra de no ficción. ¿Cuál era su objetivo a la hora de escribirlo?
Respuesta.- Quería hacer una obra ensayística y también reflexiva sobre cómo la lectura puede servir de autoayuda y, aparte, quería elaborar un elogio de la propia lectura. El género de la autoayuda está ocupado normalmente por voces que no suelen ser muy parecidas a la mía y me parecía interesante intervenir y explicar que puedes convertir tu vida en un proceso en marcha, en un perfeccionamiento y que la estrategia para hacerlo es muy sencilla y está al alcance de cualquiera.
P.- ¿Nuestro objetivo vital tiene que ser alcanzar la felicidad? ¿Somos unos fracasados si no somos felices?
R.- Yo creo que no y en este libro también lo explico. Efectivamente la felicidad se ha convertido en un producto de consumo más. Si no lo tienes, eres condenado al fracaso y casi a la desgracia social por no se sabe qué fuerzas telúricas que nos conminan a ser felices continuamente. Sin embargo, hay otros pasos que dar que nos hacen personas más interesantes y más completas. Estoy en total desacuerdo con esa presión social para que seamos felices y con esas fórmulas mágicas que siempre se nos están vendiendo para conseguirlo. No es cierto que existan.
P.- A lo largo del libro se proponen muchos consejos para hacer la vida más llevadera. Uno de ellos es fijarse en las personas mayores...
R.- Sí, a mí me parecen un gran ejemplo. Siempre me fijo en los mayores, sobre todo de procedencia rural aunque no solamente. La gente mayor ha tenido unas vicisitudes vitales mucho más procelosas que las que nosotros estamos viviendo. Han pasado escaseces, algunos de ellos han vivido la guerra o la posguerra y tienen una manera de afrontar la existencia mucho más estoica, mucho más desapegada, mucho más fuerte... Nos falta fortaleza de espíritu, no solo material, para conseguir que nuestro devenir en este mundo sea un viaje interesante, largo y placentero. Y ellos la tienen y nos lo pueden contar.
P.- Propone en su libro que afrontemos la vida como si fuera una obra de arte, como si escribiéramos un libro...
R.- Sí, efectivamente. Nuestra vida es una obra en marcha, algo perceptible, algo mejorable... Es un trabajo que no tiene fin y un trabajo del que se puede disfrutar. No todos somos artistas porque no todos creamos arte pero sí podemos hacer de nuestra vida algo mucho mejor de lo que las circunstancias propician. Si ponemos empeño en ese trabajo, nos convertimos en artistas de nosotros mismos. Creo que esto es democrático, está al alcance de cualquier persona y tiene el mismo impulso creador en su origen que tiene el artista que crea música, literatura, escultura o cualquier otra de las artes.
P.- También hay que evitar convertir la vida en un drama, ¿no?
R.- Sí, tenemos tendencia a ello pero es porque, como comentábamos antes, estamos muy presionados para ser tan felices como un buda feliz, como una persona sin sensibilidad o sin intelecto, como alguien vacío... Esa presión nos convierte en unos seres incapaces y nos hace dramáticos, cualquier cosa nos parece más trágica de lo que realmente es. Tenemos sobredimensionados los problemas. Las personas en occidente le damos importancia a cosas que realmente, objetivamente y humanamente no la tienen y esa tendencia al drama amarga nuestra existencia. La mayoría de las personas convierten la vida en un mal drama sin saber que la pueden convertir en una buena comedia.
P.- Hay un capítulo dedicado a vidas de poetas como Dante Alighieri, Heine, Giacomo Leopardi, Tirso de Molina o Gustavo Adolfo Bécquer. ¿Qué podemos aprender de ellos?
R.- No son ejemplo de nada pero sirven de ejemplo para casi todo porque el mayor talento que tienen, su mayor virtud, es construir arte y no crimen cuando las circunstancias que tenían delante eran desgraciadas. Podían haberse convertido en perfectos psicópatas pero tienen ese impulso artístico que les lleva a transformar el dolor en una cosa buena. Otros con ese material hubieran hecho algo malo. Hubieran traspasado toda esa angustia hacia el mundo en vez de cogerla y moldearla para hacer con ella algo bueno que mejore la existencia, no solo la propia sino la de los demás.
P.- También hace hincapié en lo importante que es saber expresarse correctamente...
R.- Sí, quizás el motivo básico de escribir este libro era hacer una llamada de atención para decir que no podemos seguir empobreciendo el lenguaje justo en el momento en el que la alfabetización es como un sueño realizado. Un sueño democrático cumplido con casi el 100% de la población alfabetizada. A la vez los niveles de exigencia se ven mermados hasta convertir a muchas personas alfabetizadas en analfabetos funcionales. Nunca se ha maltratado tanto el lenguaje por personas que lo conocen y a las que se les ha dado la capacidad de conocerlo y de poder manejarlo. El hecho de explorar el lenguaje, de saber que es un arma fundamental para la existencia, me parece que hay que contarlo.
P.- El género del libro de autoayuda no se valora mucho desde ciertos círculos intelectuales. ¿Qué le parece el género a usted?
R.- Ya escribí una novela que se titula Los estados carenciales en la que ofrecía una visión burlesca de todo esto. En ella buscaba razones al hecho de que recurrimos a falsos budas, que tienen una probada solvencia para dar consejos sobre el buen vivir, cuando tenemos la filosofía... De alguna forma sentía desapego por este asunto. Pero cuando a alguien le ayuda algo, ese algo no tiene porque ser demasiado malo. Es verdad que podrían acudir a fuentes más exquisitas pero no todo el mundo es capaz de beber de esas fuentes. Con lo cual si este género, por muy trapacero que sea, consigue ayudar a una persona yo lo doy por bueno. No soy quién para criticarlo tampoco.