Ramón Gener.
Acaba de publicar Si Beethoven pudiera escucharme (Now Books)
Pregunta.- Es simpática la obertura del libro: parece que nos va a contar el momento en que la música se le reveló en su infancia y acaba completamente dormido en el Liceo, mientras Caballé cantaba Tosca. ¿Merece la pena llevar a los niños a la ópera?
Respuesta.-No sé. Creo que si unos padres deciden llevar a sus hijos, hay un porcentaje de al menos un 90% de que se aburrirán soberanamente. Pero tampoco me atrevo a decir a nadie que no lo haga. Habrá a algunos que les apasione desde el principio. Hay que pensárselo dos veces.
P.-Usted trata de ganar feligreses para el género lírico a través del reclamo catódico de This is Opera. ¿Cómo ha reaccionado el público ante esta propuesta? ¿Tan bien como con Ópera amb texans?
R.-Pues parece que sí. Supongo que habrá gente a la que no le guste nuestra propuesta, pero o son muy pocos o no lo dicen. La verdad es que la respuesta en las redes sociales es impresionante, con muchísimos comentarios elogiosos. Nosotros lo hacemos con vocación de servicio.
P.-El título del programa en catalán tenía una vocación iconoclasta: Ópera amb texans. ¿Cree que el mundo de la ópera sigue excesivamente encorsetado por 'la pompa y la circunstancia'?
R.-Como cualquier mundo, creo. De lo que se trata es de que la gente se acerque sin miedo y sin prejuicios. Eso es lo que intentamos fomentar. También es fundamental que los que ya están dentro tampoco acentúen los clichés y el hermetismo, porque hace mucho daño. La ópera mezcla la cultura con el espectáculo y nosotros lo que buscamos es que cualquiera acuda con la misma actitud con la que lee un libro, ve una película o va a una exposición. Luego la ópera se encargará de hacer el resto.
P.-¿Y entonces a qué edad ese 'resto' que queda en la mano de la propia ópera puede ser eficaz para enganchar nuevos públicos?
R.-No hay caminos marcados. Cada uno tiene el suyo y el que tenga que llegar llegará. No me preocupa tanto la edad. Hay demasiada obsesión y demasiada prisa con este asunto. No es una cuestión de cronómetro sino de brújula. Es decir, lo importante es que ese público potencial pueda orientarse en el caso de que decida arrimarse al género lírico. Ya sea a los 30, a los 40 o a los 80. Qué más da. Yo estoy seguro de que dentro de 2.000 años seguiremos viendo La traviata de Verdi, la Tosca de Puccini... Porque, como el teatro, no puede desaparecer algo que nos cuenta, nos interpela, nos retrata...
P.-¿Qué le diría a aquellos jóvenes que, prejuiciosamente, asocian a la ópera con rostros empolvados y cortinajes palaciegos? O sea: con un rollazo completamente ajeno a su vida.
R.-Que si se acercan a un teatro de ópera comprobaran que no es cierto. Existe una visión de la ópera que no tiene nada que ver con la ópera que se hace en la actualidad. Y además la gran ventaja es que no es sólo música sino también teatro, acompañado por las partituras de Verdi, Mozart... Se puede pedir poco más.
P.-También sería conveniente recordar, como haces en el libro, que óperas como Las bodas de Fígaro prefiguraron la Revolución Francesa o que las óperas de Verdi contribuyeron a la unificación italiana, ¿no?
R.-La ópera es una expresión del hombre y por tanto emerge asociada a su tiempo. Con ella sucede lo mismo que con una canción protesta de, por ejemplo, Billy Bragg, tan crítico con los cierres de los pozos mineros en el norte de Inglaterra durante la época Thatcher. No hay diferencia en ese sentido.
P.-Es curioso que la música clásica estimule el consumo en los restaurantes. Y que Mozart se lleva la palma: con él de fondo se piden los platos más caros. ¿Eso es esnobismo o hay otro resorte psicológico operando de fondo?
R.-No es lo mismo escuchar la música que oírla. Escucharla es una actitud consciente y concentrada. Cuando la oyes, sin prestar atención, lo que hace es manipularte sin que lo percibas. Por eso en los aviones, al despegar, ponen música tranquila. Este estudio se llama Châteaux Lafite, que es un vino carísimo y que se pedía con más asiduidad si Mozart sonaba de fondo.