Arcadi Espada. Foto: J. A. Ramos
El escritor y periodista reúne, en una edición ilustrada, una selección de sus Diarios de la peste publicados en El Mundo
Pregunta.- En la faja promocional se dice que este libro es una guía para no entender el independentismo. Pero en realidad se puede entender: solo hace falta mirar el siglo XX europeo, ¿no es así?
Respuesta.- Esa es una manera que ha tenido el editor de reflejar la perplejidad que a todo espíritu racional y libre le produce la deriva nacionalista. En realidad se puede entender y, sobre todo, se pueden comprobar sus letales efectos. El nacionalismo es un artefacto muy rudimentario, pero de una gran eficacia, como todo aquello que afecta a la vanidad de las personas.
P.- El otro día Francesc de Carreras, en un acto en el que estaba usted, dijo que Cataluña estaba en un momento prefascista como el que vivía Alemania antes de 1933. ¿Está de acuerdo? ¿Cree que exageraba?
R.- Esas analogías son siempre insatisfactorias desde el punto de vista intelectual. Las circunstancias son muy distintas, pero sí que hay una coincidencia fundamental: la sumisión de una parte de la población a consignas irracionales y a un líder que las encarna. Esto se ha dado en muchas ocasiones a lo largo de la historia. España, por ejemplo, tuvo un momento magnífico en la Transición porque los ciudadanos se atuvieron a consignas perfectamente racionales con el objetivo de evitar, entre otras cosas, una guerra civil. Si los ciudadanos se hubieran sometido, en aquel momento tan vidrioso de nuestra historia, a consignas sentimentales o puramente mágicas, las cosas hubieran acabado muy mal. En Cataluña sucede lo contrario. Y aunque se dice muy poco, la culpa de todo esto no la tiene Mas, ni Junqueras, sino los propios catalanes.
P.- Recoge en el libro una reflexión de Martín de Riquer, que situaba en la base del nacionalismo catalán una confusión elemental entre lengua y cultura. ¿Cree que eso explica, al menos en parte, lo que está ocurriendo en Cataluña?
R.- Esa confusión existe, es evidente. Martín de Riquer decía que había una cultura que se expresaba en dos lenguas. Una sola cultura. En Cataluña ha habido una sumisión de la cultura a su aspecto lingüístico. El catalán y el español, por lo demás, son dialectos entre sí, y operan como dialecto o como lengua según las circunstancias.
P.- ¿Dónde pasó la Diada? ¿Estaba en Barcelona?
R.- No, casualmente estaba en Madrid por un asunto familiar. No es que me fuera huyendo. Estoy perfectamente acostumbrado a soportar, desde hace muchos años, el fétido aliento del nacionalismo.
P.- En sus diarios dice que la primera vez que le llamaron fascista por la calle le impresionó un poco... pero ¿ha llegado a acostumbrarse?
R.- Sí, sí, perfectamente. Forma parte del paisaje ambiental. Me llaman fascista unas cien veces al día y lo echaría de menos si de repente dejaran de llamármelo.
P.- En su artículo de este sábado, el del análisis de la Diada, fue muy duro con la gente que salió a la calle.
R.- Mi propósito era señalar lo piadosos y pusilánimes que hemos sido con ciertas decisiones de nuestros conciudadanos. Los ciudadanos catalanes tienen una gran responsabilidad en este asunto; ya está bien de que tengamos que soportar estos pueriles coros de masas sin opinar lo que nos parece. A mí cualquier hombre, uno a uno, incluso el más abyecto, me merece respeto, casi por solidaridad de especie; pero estas masas, obedientes y sumisas, solo me inspiran desprecio.
Detalle de la portada de Diarios de la peste
P.- Grabó hace no mucho un documental en el que contaba el caso de algunos de los intelectuales que se han marchado, hartos, de Cataluña: Félix de Azúa, Albert Boadella... Mucha gente se pregunta por qué Arcadi Espada sigue viviendo en Barcelona.R.- Sigo viviendo en Barcelona porque no tengo un sitio mejor donde vivir. La vida allí, pese a que las cosas han empeorado notablemente, sigue siendo agradable. Barcelona es un buen sitio, se come muy bien, tiene unos paseos estupendos. Y hay muy buena gente que de vez en cuando tiene el detalle de pararte por la calle para darte ánimos y decirte que sigas adelante. Mi día a día no es el que se podría deducir de eventos como el de la Diada. Pero yo en esto soy muy frío, y si tuviera un lugar mejor donde vivir, me iría. En España o fuera de España. Pero ni se han dado las circunstancias ni he tenido, de momento, que huir de Barcelona. Si algún día esto ocurre, me iré sin mayores problemas.
P.- No hay muchos periodistas que, desde Cataluña, se opongan con firmeza al nacionalismo. Los hay abiertamente nacionalistas y también hay mucho equidistante, sobre todo los que escriben para diarios de Madrid. ¿Esto es porque no se atreven a apartarse del nacionalismo o porque realmente entienden que el nacionalismo tiene sus razones?
R.- Creo que hay de todo. El nacionalismo ha calado de una manera dramática en buena parte de la población, y los periodistas no han sido inmunes a esto. No pasa nada. Pero hay que combatir sus puntos de vista, los de unos y los de otros, exactamente igual que combatimos los de Artur Mas u Oriol Junqueras.
P.- Desde hace años viene anunciando con puntualidad los pasos que van dando los nacionalistas, pero ¿en algún momento pensó que se iba a llegar adonde estamos hoy?
R.- Una de las cosas buenas, quizás la única, de hacerse mayor es la memoria. Yo hace veinte años, en mi círculo de amigos y en mi círculo familiar y periodístico ya advertía de que el nacionalismo moderado no existía. Que Convergència no era, ni por supuesto es, un partido moderado y que su deriva hacia posiciones extremistas era ya obvia. Me decían que estaba equivocado, que el catalanismo moderado siempre había existido y que era poco menos que una injuria decir que Convergència era secesionista. Entonces viajaba como periodista con Pujol y tenía que soportar el vacío intelectual de la mayoría de mis colegas; ahora, al menos, una parte de la sociedad catalana ha reaccionado.
P.- En el encabezamiento del blog habla de una nueva e inexorable derrota del nacionalismo. Lo sigue teniendo claro, sigue pensando que perderán. Pero ¿y si no fuera así? ¿Y si ganaran? Parece que nadie, además de los secesionistas, se imagina ese escenario.
R.- Es que van a perder. Aunque obtengan la mayoría electoral. Lo único que hay que esperar es que pierdan de una manera tranquila, ordenada. Su proyecto va contra la democracia y la democracia los va a vencer. Cataluña sólo se puede independizar con el acuerdo lógico, democrático, racional de todos los españoles. Y los independistas, por tanto, tienen que convencer a los españoles, muchos de los cuales, por cierto, están dispuestos a concederles un referéndum desgajado de la soberanía nacional. El partido este de Podéis, sin ir más lejos, que además va a tener un buen resultado en las próximas elecciones; no tan bueno como ellos pensaban, o como pensaba el señor Lara, que fue el que los aupó a la fama, pero bueno en todo caso. Y hay una parte del PSOE que también está en eso. Así que los nacionalistas tienen un camino. Es un camino más largo que saltarse la ley, claro, pero también es más lento trabajar que robar. De momento, los nacionalistas han elegido el robo y los demócratas no se lo vamos a permitir.
P.- Y los intelectuales, ¿han estado a la altura?
R.- Los españoles no, desde luego. La responsabilidad de los intelectuales en la consolidación del nacionalismo es algo flagrante, gravísimo. Esa especie de complejo que tienen ante Cataluña, como si Cataluña fuera un territorio intelectual y éticamente irreprochable. Cuando la corrupción intelectual, económica y moral de Cataluña es la más grave y perniciosa de las que han sucedido en España. Estos intelectuales escriben artículos desdichados en los cuales mendigan una solución para el pobre pueblo catalán. No, hombre, no. Los intelectuales tienen una gran responsabilidad. Ahí está el último, el señor Muñoz Machado, el otro día en nuestro periódico, diciendo una serie de bobadas encadenadas respecto a la necesidad de que a Cataluña se le reconozcan no sé qué singularidades, pobrecita mía.