Fermín Bocos: "La religión no es casual, nace de la necesidad de comprender el mundo"
"Amable lector, este es el relato de un largo viaje...", comienza su libro Fermín Bocos (Santander, 1949). Un viaje que, durante años, lo ha llevado a rastrear, con literatura en la mano, los últimos rastros del infierno en la tierra. Es decir, sus puertas, aquellas por las que, según creencia extendida en la antigüedad, era posible descender al lugar físico en el que se consumían los pecadores. Del monasterio onubense de la Rábida a San Lorenzo del Escorial, en Madrid, del lago Averno en el sur de Italia al Necromanteion, en Grecia, de los Altos del Golán en Israel a la iglesia del Purgatorio, en Roma, Bocos, autor de libros como El resplandor de la gloria o La venganza de Byron, traza un recorrido personal, y erudito, repleto de resonancias míticas y religiosas. "Lo que sobrevive en mi memoria de este largo viaje confirma, como bien sabía Konstantinos Kavafis, que, aunque hayan derrumbado sus estatuas y hayan sido arrojados sus templos, no por eso los dioses están muertos".
Pregunta.- Muchos no sabrán que muy cerca de donde nos encontramos, y sin salir de España, hay al menos dos puertas del infierno...
Respuesta.- ¡Yo tampoco lo sabía! Es una de las muchas sorpresas que me ha deparado este libro, que nace, por un lado, de mi pasión por el viaje cultural, y por otro, de la perplejidad que sentí al enterarme de que una de las puertas del infierno está en la provincia de Huelva, en el Monasterio de Santa María de Rábida. Se encuentra en Palos, territorio de la mítica Tartessos... Es un lugar que encaja perfectamente con la descripción que hace Homero de la llegada de Ulises al Aqueronte. Los viajeros antiguos decían que allí estaba la laguna del Infierno, en el estuario del río Tinto. Por eso creí que ese debía ser el primer capítulo del libro. El primer viaje. Y la tradición dice que otra de las puertas del Hades está en El Monasterio de El Escorial, y que Felipe II, que era un hombre muy piadoso, habría mandado construir encima para taparla...
P.- Ese fue el chispazo de libro, pero ¿cuál era su objetivo? ¿A qué pregunta trataba de responder con un libro sobre el infierno?
R.- Pues trato de subrayar que las nuevas generaciones, por primera vez, no tienen un miedo al infierno comparable al que tenían nuestros antepasados. Ya no hay noción del infierno ni, por tanto, del diablo. Hasta ahora la administración del terror ha servido para controlar a la sociedad, y esto ya no es así. Al menos los creyentes, que eran la mayoría, creían en el infierno. Porque si crees en Dios tienes que creer en el diablo.
P.- Afirma que las religiones son fruto del miedo... ¿es tan sencillo?
R.- El hombre siempre ha creído en algún Dios; la religión no es algo casual, nace de nuestra necesidad de comprender el mundo. Y del miedo y del sobrecogimiento ante lo que no entendemos.
P.- Usted se cruza en su viaje con el padre Fortea, el exorcista de la archidiócesis de Madrid, y éste le dice no sólo que cree en el infierno, sino que también está convencido de la existencia del diablo. ¿Le impresionó su entrevista con él?
R.- Me impresionó, sobre todo, su porte sereno, su casi ataraxia, una especie de imperturbabilidad absoluta que tiene cuando habla. Es un hombre culto y afable que administra con racionalidad su cometido, aunque suene extraño dicho así. Me sorprendió porque todos tenemos una imagen del exorcista muy diferente, sobre todo por la deformación del cine. Y sí, cree en el diablo, claro.
P.- En paralelo a su búsqueda de las puertas del infierno, hace un recuento de las manifestaciones más evidentes del Mal en la tierra. Viaja a Iraq en plena guerra, y allí visita el zigurat de Babilonia...
R.- ¡La torre del relato bíblico! Allí teníamos, frente a nosotros, esa construcción impresionante que, según muchos historiadores, es la famosa Torre de Babel, y muy cerca, veíamos el paso de los tanques, la destrucción. Es un lugar muy especial del que forma parte ya la guerra. Es un territorio maldito. Del zigurat apenas quedan ruinas, pero impresiona la muralla de Babilonia, con la reconstrucción de la Puerta de Ishtar; aunque no es la original, como sabe, la original está en Alemania.
P.- ¿Fue el lugar del que guarda una memoria más viva?
R.- No lo sé; muchos de los lugares que visito en el libro los conocía ya, y algunos bastante en profundidad, como Grecia. Viajar ahora, con este libro en mente, fue una experiencia distinta. Quizá destacaría Chartres, en Francia, que tiene la catedral más hermosa de todo el orbe católico. En ese lugar, sobre todo durante el solsticio de verano, que es cuando la visité, hay una energía muy especial. Después de verlo, además se dio una de las muchas casualidades que he vivido durante este viaje: cuando venía de contemplar esa maravilla, ese espectáculo, me crucé con una moto y... ¡su matrícula era 666!