César Rendueles
El ensayista publica Capitalismo canalla (Seix Barral), una historia personal y literaria
Capitalismo canalla tiene un subtítulo poco habitual por su exactitud que mejora el pirotécnico título principal: Una historia personal del capitalismo a través de la literatura. Eso es justo lo que ofrece. Rendueles salta de Robinson Crusoe a los Mercaderes del Espacio de Frederik Pohl, del Lazarillo a B. Traven, de Hesíodo a Frankenstein. En el camino se dibuja a sí mismo como un hombre de orden que justo por ello rechaza el desorden del mercado generalizado que es la marca del capitalismo, nos habla de sus militancias juveniles y de su progenie, e incluso se ríe educadamente de sí mismo. De alguna manera, su crítica al capitalismo no deja de ser también "educada", porque lo que más parece molestarle de tal sistema económico es que no le deje leer tranquilamente a Plinio.
Pregunta.- Esta es una historia personal -lo recalca al inicio del libro- urdida con una selección de sus lecturas que ofrece además una suerte de itinerario intelectual, desde los clásicos a la ciencia ficción. Y que también deja mucho fuera. ¿Cómo decidió los textos y cuáles echaría ahora en falta?
Respuesta.- Es una historia personal, en primer lugar, porque no me siento capacitado para hacer una historia literaria del capitalismo sin más. No soy experto en teoría literaria y aunque soy un lector entusiasta, nunca he sido nada sistemático. En segundo lugar, no creo que la literatura sea muy útil para explicar el capitalismo. Las novelas, los poemas, las obras de teatro no reflejan directamente el mundo social. Son más bien puertas traseras a la subjetividad compartida de una época, al modo en que se percibe y se siente la realidad social. Permiten rastrear conflictos y pulsiones, dimensiones magmáticas de la vida en común que están enterradas en nuestra normalidad. Lo que he intentado es usar ese material para trazar una crónica ficticia de los dilemas políticos de nuestro tiempo. Me pareció que la forma más honesta de asegurarme de que cumplían esa función era limitarme a obras que hubiera leído e incluirlas exclusivamente en la medida en que lo requiriera la argumentación. Por eso faltan tanto libros muy importantes para mí como clásicos de la literatura universal, desde Jane Austen a Baudelaire, pasando por Homero, Valle-Inclán o Ursula K. Le Guin.
P.- Que un investigador social dé un rodeo de la mano de la literatura para "contar" el capitalismo, ¿es una forma de claudicación? ¿aceptar que nunca podremos formular una "física de la historia"?
R.- En mi caso esa claudicación hace tiempo que se produjo. Necesitamos de las ciencias sociales porque vivimos en un mundo muy opaco que necesita ser explicado. Muchas de las relaciones de poder y de las desigualdades que condicionan nuestras vidas no son transparentes, a veces ni siquiera las reconocemos. Pero las explicaciones que nos pueden dar las ciencias sociales no son como las de los físicos. Se pueden refinar mucho pero, en última instancia, son similares a nuestros conocimientos cotidianos, se mueven en un mundo nebuloso de inexactitud y subjetividad. Por eso, si se fuerzan las cosas, se pueden acabar conectando con la ficción. Precisamente algo que me gusto mucho de la última obra de Thomas Piketty es que, por una parte, reconoce las limitaciones epistemológicas de la economía académica y, por otra, introduce textos literarios en su argumentación.
P.- Destaca que "a lo largo de la historia, las clases dominantes se han distinguido por su paupérrima imaginación política". Pero tampoco concede demasiada a los movimientos sociales actuales hasta el punto de que este libro parece querer echarles una mano.
R.- Me refería a que los poderosos siempre han presentado sus sociedades como realidades incuestionables y como la única alternativa al caos. Cuando uno repasa la historia de las ideas políticas, resulta sorprendente la cantidad de pensadores que han considerado la monarquía, el esclavismo, la imposición religiosa, la desigualdad extrema o la servidumbre como fundamentos indiscutibles de nuestra vida en común. Hoy pasa algo parecido entre quienes parecen convencidos de que los hedge funds o Wall Street durarán eternamente. Lo característico de la hegemonía neoliberal es que por primera vez desde los inicios del capitalismo carecemos de una contranarrativa elaborada y defendida por las clases populares. Quiero creer que estamos en ello.
P.- La literatura acude continuamente en su libro en defensa de la tesis principal: la incompatibilidad entre el mercado y la "vida buena" y su excepcionalidad. Pero también, y esto es quizás lo que más me interesa, en defensa de las apasionantes resistencias que la moral y los valores y costumbres ancestrales opusieron al advenimiento del "capitalismo canalla." El más impresionante tal vez sea el ejemplo del Kolhaas de Von Kleist. ¿Reaccionarios y socialistas unidos y adelante?
R.- En realidad no tengo nada en contra del mercado. Es una institución económica que existe en prácticamente todas las sociedades y que a veces tiene efectos muy positivos. Otra cosa diferente es el sistema mercantil, que consiste en someter la totalidad de la vida social a la lógica comercial. Ese sí es un proyecto históricamente excepcional y que ha tenido resultados nefastos. Precisamente los estados de bienestar consistieron en una desmercantilización parcial, limitando el poder de las élites financieras internacionales e incrementando la capacidad de negociación colectiva de los trabajadores. Y es verdad que algunos pensadores reaccionarios, como Chesterton, han señalado muy bien que la mercantilización generalizada atentaba contra elementos esenciales de la naturaleza humana. En realidad, el socialismo había sido mucho más optimista. Marx y Engels, por ejemplo, creían que hay que agradecer al capitalismo que haya hecho la mitad del trabajo al socialismo al destruir las opresiones y supersticiones de las sociedades tradicionales. Un poco como si a alguien quisiera demoler un edificio para construir otro nuevo y al ir a ponerse a ello por la mañana se encontrara con que otro se ha ocupado de la parte destructiva por la noche. Algunos reaccionarios de izquierdas, en particular autores como Pasolini o Lasch, nos han explicado que eso no es así. Que el mercado generalizado no deja ruinas con las que reconstruir un proyecto de vida, sino basura tóxica.
P.- He leído que no le sorprende el auge del género zombi. A fin de cuentas, según escribe, "nuestro paisaje social recuerda a un apocalipsis zombie". Y sin embargo, Nietzsche argumentaba en El origen de la tragedia que fue precisamente la sociedad más democrática y opípara de la antigüedad, la ateniense del siglo V aC, la que manifestó un gusto masoquista por la tragedia, una suerte de divertimento al cabo que confirmaba precisamente su potencia... ¿Y si Nietzsche hablara también de nosotros?
R.- Nuestro sociedad recuerda a un apocalipsis zombie porque el capital financiero y sus lacayos políticos son muertos vivientes. El modelo de capitalismo financiarizado de las últimas décadas ha colapsado. Y, más allá de eso, como suele recordar Jorge Riechmann, nuestra civilización se enfrenta a límites ecológicos insuperables. El relato de ese hundimiento escasea en la narrativa contemporánea que, en cambio, es rica en distopías catastrofistas. Creo que esa ausencia dice algo de nuestra impotencia política. En las tragedias clásicas ocurre lo contrario. Presentan el mundo antiguo de los héroes aristocráticos como un horror militarista que llena de sufrimiento las vidas de los más débiles, como las mujeres o los ancianos. Son una celebración de la vida ciudadana y de la capacidad de la gente común para establecer normas de convivencia.
P.- Después del éxito de Sociofobia, su nombre se puso "de moda" en el género que quizás más ha sufrido editorialmente con la crisis: el ensayo. Un modelo de ensayo político que usted ha rejuvenecido... ¿Le sorprendió lo ocurrido con Sociofobia? ¿Cómo definiría exactamente lo que hace? ¿Y a continuación?
R.- No me siento muy reconocido en ese retrato tan halagüeño. La idea de que yo pueda rejuvenecer algo me resulta rara. Tengo cuarenta años y soy padre de familia numerosa, una persona de orden, vaya. Respecto al éxito relativo de Sociofobia, yo subrayaría la palabra relativo. La verdad es que el listón estaba muy bajo. Fui editor de ensayo en los años en que se había convertido en un género casi marginal, más o menos como la poesía. Con la crisis, en realidad, se ha producido una recuperación. La gente ha vuelto a buscar en las librerías análisis críticos de lo que está pasando y yo tuve la suerte de que ese proceso me pillara en medio. Lo que hago tampoco me parece particularmente original. Me gustan mucho autores como Terry Eagleton o, en España, Santiago Alba Rico, que intentan plantear argumentaciones complejas de una manera clara y accesible. Proponen un tipo de ensayo no generalista, a veces muy académico, pero dirigido a un público amplio. Y soy un admirador rendido de autores como Frank Westerman, Sven Lindqvist, Naomi Klein o Barbara Eherenreich que difuminan la frontera entre el periodismo, la autobiografía y las ciencias sociales. Pero no tengo ni idea de si voy a publicar algo más. No tengo ninguna facilidad para escribir, me cuesta muchísimo, y bastante sufro ya con los artículos académicos que debo escribir.
@DaniArjo