En su última película, No Home Movie, presentada hace apenas dos meses en Locarno, Chantal Anne Akerman (6 de junio de 1950, Bruselas – 5 de octubre de 2015, París) se congraciaba con su madre y con la vida. Superviviente de Auschwitz, el influjo en la cineasta belga de su progenitora recorre de forma transversal su filmografía, especialmente las películas que realizó en la intimidad, registros diarios de su vida filmados bajo la poética del cine doméstico. En News From Home (1977), la relación de distancia que mantenía con ella, desde Nueva York, revelaba a una mujer manipuladora y angustiada, para casi cuarenta años después mostrarnos en No Home Movie una relación amorosa, una mujer confinada en su apartamento de Bruselas que habla del pretérito como si entrara a tientas en un limbo nebuloso, mientras la cineasta, eterna imagen del desarraigo y el nomadismo –el título juega con las palabras: “película no doméstica” o “película sin hogar”–, se mantiene a su lado mientras va perdiendo alientos de vida o habla con ella por Skype con un afecto extraordinario. Hasta hoy, que nos llegan noticias de su muerte por suicidio con 65 años de edad, pensábamos que Akerman estaba retratando solo a su madre en las semanas previas a su muerte. La película trataba en esencia sobre la mujer que la trajo al mundo y con quien mantuvo una complicada relación de amor-odio, pero también mostraba el desierto, el viento, el desarraigo, el pasado y, sobre todo, la soledad.
No Home Movies abre con un largo, eterno plano de un árbol agitado violentamente por el viento. Un plano, podríamos decir, prototipo de Akerman. Su filme anterior, La folie Almayar, se clausuraba igualmente con un eterno plano, el retrato de un hombre vencido, que cortaba a negro. En la mayor parte de su filmografía, las imágenes no transmiten información, sino la forma de una emoción, de un sentimiento, con planos que navegan entre la abstracción y la figuración. ¿Es así, con ese árbol frágil pero inamovible, como retrataba a su madre? ¿O más bien se autorretrataba? Nunca sabremos si la directora filmaba con la conciencia de que sería su última película. La última de una filmografía que ha roto barreras en el cine moderno, completamente indisociable de su autora, insobornable y radical, feminista y política, un ser humano en perpetua búsqueda de sí misma, de una identidad personal y creativa. Descubrió su vocación cuando, a los quince años, vio Pierrot el loco. Las abrasivas imágenes de la película más furiosa y pesimista de Jean-Luc Godard catalizaron su necesidad de explorar el mundo –el exterior y el interior– con una cámara. Y así lo ha hecho durante toda su vida, desde que con 18 años debutó con el corto Saute ma ville (1968) en el año de las revoluciones.
Akerman ha explorado incansablemente los diversos formatos y apariencias del cine contemporáneo, desde sus cortometrajes de los años sesenta y su inmersión en el escenario vanguardista de los setenta, hasta películas que hoy son material de estudio en academias cinematográficas como Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975), su obra más conocida y el filme más perfecto sobre la alienación domésticas –que hizo con apenas 24 años, más joven aún que Orson Welles cuando hizo Ciudadno Kane–, así como la realización intermitente de documentales y películas de viajes –la trilogía D’Est (1993), Sud (1998) y De l’autre coté (2002)–, de películas diario, adaptaciones literarias –de Marcel Proust, en La cautiva (2000), o Joseph Conrad, en La folie Almayer (2011)–, el musical Golden Eighties (1986), una comedia romántica con Juliette Binoche y William Hurt, Romance en Nueva York (1996) o incluso video-instalaciones. El eclecticismo incandescente y pionero de su cuerpo creativo, que va de los trabajos experimentales al cine de género, no ha impedido que en sus películas anidaran varios temas comunes, como hilos que engarzan una personalidad fílmica: la mujer moderna, el judaísmo y el Holocausto, los interrogantes del cine moderno, la belleza de lo mundano, los desencantos del amor, la sexualidad indescifrable, la melancolía de la vida y de la muerte.