Asier Altuna
"Hay que romper las tradiciones y quedarse sus enseñanzas"
16 octubre, 2015 02:00Asier Altuna. Foto: Miren Sáez
El director vasco estrena Amama, un homenaje a la desaparición del mundo rural encarnado en la ruptura entre las generaciones de una misma familia.
Altuna, que no ha ocultado nunca su debilidad por el mundo rural vasco, realiza un homenaje a un mundo que desaparece, el del caserío, y lo utiliza de contexto para ahondar en la ruptura entre generaciones de una misma familia y sobre la necesidad de llegar a puntos de encuentro. Un conflicto entre el mundo antiguo y el nuevo en el que cada cual debe buscar su propio camino aún a costa de romper los lazos con el pasado.
Pregunta.- ¿Tiene Amama algo de autobiográfico?
Respuesta.- Hay elementos muy personales en la película pero no es en todo caso un film autobiográfico. He vivido todo eso, conozco la vida en los caseríos vascos, y he visto cómo se ha producido la ruptura de un estilo de vida tradicional, aunque la película no tenga nada que ver con mi vida. Para mis padres el centro del mundo era el caserío, y para mis hermanos y yo lo era la ciudad. Tengo muchas imágenes que vienen de la infancia y que quería volcar en la pantalla. Siempre he querido hacer una película en torno al caserío, algo que ya traté en mis primeros cortos. Empecé a escribir esta película en clave de comedia, pero menos mal que no la hice, porque a este tema le viene mejor un tratamiento más íntimo, personal y dramático. Tenía muchas ganas de contarla y el guion ha madurado mucho. Arrancó siendo una película muy dialogada, pero la he ido puliendo hasta contarla sobre todo con imágenes y miradas.
P.- La dimensión visual es muy importante. Da por pensar si la película no surgió de unos trabajos plásticos previos, debido a la naturaleza de artista de la protagonista...
R.- Es al contrario. Me pongo a construir el guion y siento la necesidad de que Amaia, la protagonista, sea una artista con un imaginario particular, y usar sus creaciones de algún modo. Creo que hay dos temas muy fuertes en la película. Uno de ellos es la incomunicación y la ruptura, reflejada entre el padre y la hija, y procede de un poema de Kirmen Uribe, que adapto en la película. Y por otro lado está el tema de la transmisión, ya desde el título. Hay que romper con lo anterior pero tenemos que sabe qué rescatar de las tradiciones ancestrales. Creo que está bien romper con algunas tradiciones que no tienen ningún sentido hoy día, pero al mismo tiempo hay que saber muy bien con qué enseñanzas quedarse.
P.- El filme viene a decir en todo caso que su generación es la que realmente ha roto con unos estilos de vida ancestrales que proceden del Neolítico. ¿Pertenece usted a la generación de la ruptura?
R.- Desde luego. Yo creo que es así. Hay una cosa que me perturba bastante, y es la frase de Jorge Oteiza, que hace ochenta abuelas estábamos en el Neolítico. En el País Vasco y en muchos otros sitios vivimos mundos muy diferentes dentro de una misma región. El entorno rural es muy distinto al urbano, hay una distancia brutal, y lo rural está desapareciendo, transformándose en otra cosa. No es algo exclusivo de la cultura vasca, no es que quiera "defender la etnia", porque la película no va por ese lado, pero sí quería reflexionar sobre ello de algún modo.
P.- En este sentido, el retrato de la naturaleza adquiere una enorme importancia en la película.
R.- Es muy importante porque hay algo de catastrófico para Tomás, el padre, en todo ello. Tomás representa la tierra y es la conciencia de la película respecto a la naturaleza. Si dejas de plantar semillas, dejas de ser independiente, perteneces a los demás. El padre piensa que sus hijos están en manos de otras personas. Yo quería estar más cerca de la naturaleza en la película, con material documental, pero no encajaba en la propuesta. Hemos rodado en verano y en otoño para poder registrar los cambios de estaciones.
La abuela, "amama" es el personaje que representa lo ancestral frente a la modernidad
P.- La presencia muda de la abuela, "amama", también es fundamental. ¿Cómo encontro a Amparo Badiola, la anciana que lo interpreta?R.- Siempre he visto a la amama así en el caserío, como una persona callada y con mucho poder de presencia. Es el personaje que representa el sentimiento ancestral de las tierras, su conciencia y su pasado. Yo quería que fuera una anciana elegante, con una mirada muy fuerte, y tuve la suerte de encontrarla. Estaba atascado con el guion y la encontré en una cafetería cerca de mi casa. Como nunca habla, estaba buscando a una mujer elegante. Amparo [Badiola] es una mujer que vive en Francia, en Montpellier, y es una niña de la guerra. Curiosamente a los cinco años la eligieron en un casting para hacer una pelicula pero debido a la guerra no pudo hacerla. Y hasta ahora. Hice prubeas con la cámara y vi que fijaba la mirada de forma espectacular. Lo cierto es que las mujeres son las que forman el tronco sentimental de la película: la abuela, la madre y la hija. Forman un sistema de energías y de corrientes extraordinario, y además reflejan la sociedad vasca, en el sentido de cómo han ido cambiando los paradigmas a lo largo del tiempo.
P.- La película confía mucho en los silencios y se atreve a hibridar distintos formatos de imagen. ¿Cómo lo planteó?
R.- El tema de los silencios es sobre todo un trabajo de guion. Además, como tuve la suerte de rodar en dos fases, en el intermedio me dediqué a quitar más diálogos. Quería que fuera una película poética, en todo caso. Y en eso también interviene el empleo de imágenes en Super8 y la idea de que en montaje podría jugar con distintos tipos de imagen. Yo tengo una guerra conmigo mismo de lenguaje, me fascina tanto determinado cine experimental como los guiones sólidos y el cine que piensa en el espectador, así que uno de los grandes esfuerzos de esta película ha sido poder aglutinar ambas sensibilidades en la película. La única manera de hacerlo es desde la independencia creativa, por eso han sido tres años de trabajo hasta poder encontrar financación propia y tener un control total de la película.
P.- En cierto modo Amama recuerda a Tasio, de Montxo Armendáriz, por el orgullo del padre, y también a Vacas, de Julio Medem. ¿Qué referencias manejó?
R.- Tasio hace mucho que no la veo y debo decir que no ha sido una gran influencia para mí, pero Vacas sí lo ha sido, desde luego. Las primeras películas de Medem me gustan mucho y recuerdo que Vacas me impactó extraordinariamente, sobre todo su cualidad sensorial, el juego cinematográfico que establece con el espectador. Recuerdo una película de Jim Sheridan titulada El prado, y ciertas cosas del cine oriental me interesan, como Naomi Kawase y su relación con la naturaleza. La secuencia de las ovejas me remite directamente a El ángel exterminador de Buñuel. Pero el gran referente ha sido Vacas, sin duda. Es una película que me ha llevado de la mano.
P.- ¿Cómo vive la eclosión del cine vasco en los últimos tiempos?
R.- Lo vivo de forma natural porque llevamos veinte años intentándolo. En mi generación hemos hecho muchos cortos, y por lo tanto hemos experimentado mucho, porque hemos tenido el apoyo de Kimuak. Ha sido un estímulo que nos ha dado confianza y seguridad, así como Zinemaldia, que se preocupa de lo que hacemos y de dónde estamos. Creo que sobre todo hay una convicción institucional y gubernamental de que hay que hacer cine, y los apoyos son claros, un verdadero lujo en comparación con otras comunidades. De esos esfuerzos empiezan a verse ya los frutos. Nosotros tenemos la suerte de que cuando trabajamos no tenemos una presión comercial, y hacemos lo que queremos hacer, lo que permite que surja un cine con mirada propia y con propuestas realmente interesantes.
@carlosreviriego