Aitana Sánchez-Gijón
Con tres décadas recién cumplidas en la profesión, Aitana Sánchez-Gijón (Roma, 1968) ha tenido un 2015 intenso. No le ha podido ir mejor. En el teatro ha protagonizado Los cuentos de la peste, junto al escritor Mario Vargas Llosa, y la Medea dirigida por Andrés Lima, un papel por el que, además de excelentes críticas, ha ganado el premio Ceres a la mejor actriz otorgado en el Festival de Mérida. En televisión, continúa interpretando a Doña Blanca en la serie Velvet, que ya ha confirmado su cuarta temporada y donde asegura sentirse muy a gusto; y, a pesar de que afirma "estar desconectada del cine", acaba de recoger la Medalla de Oro de la Academia de Cine que estos días le dedica un ciclo homenaje.
Pregunta.- ¿Por qué ahora, cuando lleva un tiempo más alejada el cine, es cuando recibe la Medalla? Respuesta.- ¡Eso digo yo! Me quedé perpleja. Intenté convencer a Antonio Resines de que lo dejaran estar, que se la dieran sólo a Juan Diego, que desde luego se la merecía mil veces más que yo. Me abrumaba un poco el recibirla a la par que él, habiendo sido mi maestro y uno de los mejores actores de su generación. Además hace prácticamente diez años que no hago cine. He hecho cosas puntuales que no se han visto casi nada. Siento que desde hace unos años practico un ejercicio de desapego, de no esperar nada del cine. Si llega lo recibiré como un regalo fantástico, pero desde luego ya no voy a contar con él en mi desarrollo como actriz. P.- Ese desapego ¿se debe al momento que vive el cine o quizá a que al cumplir años los papeles son menos atractivos? R.- Creo que es un conjunto de cosas. Desde luego, la coyuntura actual, que viene ya de lejos, influye, porque es verdad que me llegan proyectos que luego se frustran por el camino. Pero también creo que es porque, como actriz, de los 18 a los 35 eres el objeto de deseo, porque el rol femenino todavía está muy basado en eso, y en cuanto cumples los 35, automáticamente tu personaje ya tiene hijos de 20. Es curioso ese cambio de objeto de deseo a madre. P.- ¿Es algo característico del cine español? R.- No digo que no ocurra en otros lugares pero, por ejemplo, en Francia, hay una cinematografía dirigida a un público más maduro, más adulto y aquí tendemos a historias más juveniles, quizá porque el público de nuestras salsa es más joven. No lo sé, no he hecho un análisis sociológico de esto, lo ha hecho CIMA (Asociación de mujeres cineastas y de medios audiovisuales), pero lo cierto es que el interés de los papeles femeninos disminuye mucho con la edad, pasa al contrario en el teatro, cuanto más años cumplo, me llegan personajes más potentes y más ricos. P.- Entonces, ¿es el teatro es una especie de refugio o el paso natural? R.- No, no es un refugio. El teatro es la casa primera del actor, no es un "voy a hacer esto porque no me sale cine". El teatro es el lugar natural del actor, y para mí lo ha sido desde siempre. Me ha regalado personajes que fueron puntos de inflexión en mi carrera, como La Chunga, la Solange de Las criadas o la Maggie de La gata sobre el tejado de zinc y también la obra Un dios salvaje, porque para mí fue un gozo descubrir que podía funcionar como actriz de comedia y disfrutar como una loca... P.- Porque es una imagen con la que no se le asocia mucho. R.- Pues la verdad es que no, pero mira, repasando un poco mi filmografía resulta que he hecho más comedia de la que creía. La comedia me da un poco de pudor, porque considero que hay actores que tienen una vis cómica natural, que entran por una puerta y no hace falta ni que abran la boca, que ya estás predispuesto a reír. Sin embargo yo no la tengo y siempre me he tomado la comedia como algo muy serio, no he querido nunca hacer gracia porque pienso que no lo voy a conseguir. Las veces que he hecho comedia como en Boca a boca o en Bajarse al moro, por ejemplo, he descubierto que sí puedo hacerlo, la clave es confiar más en el tempo de la comedia que en ti. Tú solo tienes que estar ahí tomándotelo tan en serio como cualquier otra cosa.
P.- Su última obra, Medea, es lo opuesto a la comedia, ¿qué ha supuesto para usted un personaje así? R.- Medea es un punto de inflexión en mi carrera. Es de estos personajes inmensos, que te tocan en el momento adecuado y lo cogí con unas ganas tremendas de tirarme al barro. También me apetecía estar en manos de Andrés Lima, con quien ya tuve la experiencia de Capitalismo. Me interesa mucho su manera de trabajar con los actores y cómo va "pariendo" los espectáculos. Formar parte de ese proceso creativo era muy importante para mí. P.- ¿Después de un personaje como Medea qué se puede hacer? R.- No sé qué se puede, sé lo que voy a hacer, que es La rosa tatuada de Tenessee Williams, en el María Guerrero, que estrenamos el 29 de abril, y dirige Carmen Portaceli. Es un personaje que interpretó en el cine Ana Magnani y tuve dudas al principio, cuando lo leí, porque es otra mujer obsesionada con un hombre y olvidada de sí misma. Pero Portaceli me dio la clave: "Mira Aitana, Medea es una gran tragedia y esto es una tragicomedia". Y Tenessee Williams lo que hace es abrir una ventana a esta mujer que había decidido casi enterrarse en vida, tras haber perdido a su hombre y de repente se le presenta una segunda oportunidad. P.- Lleva tres años haciendo televisión, ahora muchos más actores alternan y se atreven con ella, ¿ahora se hacen proyectos de más calidad? R.- Sí, sin duda, lo que pasa es que evidentemente seguimos estando muy condicionados por el hecho de que las series tienen que llegar a todos los públicos debido a que tenemos un número limitado de espectadores. No como en Estados Unidos que son más de 300 millones de habitantes y pueden hacer series mas focalizadas con total libertad. A pesar de eso, creo que se está arriesgando un poco más porque los telespectadores han adquirido una cultura televisiva más global y por eso el nivel de exigencia también es mayor. P.- Continúa en la tele, ya prepara nueva obra de teatro, ¿de cine hay por ahí algún proyecto? R.- Pues resulta que sí, pero dentro de un año. Es un proyecto que lleva mucho tiempo gestándose, porque se rueda casi íntegro en Vietnam bajo la dirección de Patricia Ferreira. Cuenta una historia sobre tres mujeres que rondan la cincuentena que se lían la manta a la cabeza y se van a Vietnam a perseguir una historia. Estoy muy feliz porque se sale de todas las estadísticas que comentábamos antes, y me encanta tenerla en el horizonte.